iDAlejandra Carolina Díaz Gutiérrez 2
2Universidad de Guadalajara, egresada de la maestría en Historia de México.
En este artículo elaboro una propuesta crítica sobre las luchas de mujeres en el marco de la globalización neoliberal. Lo hago a partir de las teorizaciones de la socióloga francesa Jules Falquet, y de mi propia experiencia como biógrafa de mujeres, en particular de Lola Vidrio Beltrán (1907-1997), escritora, periodista y activista mexicana, quien luchó por la igualdad civil, económica y social. Estudiar la vida de Vidrio, una mujer del siglo XX, me ha hecho consciente de mi propia historicidad y también de la posibilidad de la esperanza, a través de la política, en tiempos desesperanzadores.
In this article I elaborate a critical proposal on the struggles of women, in the context of neoliberal globalization, my arguments are based on the theorizations of Jules Falquet, and on my own experience as a women’s biographer, in particular of Lola Vidrio Beltrán (1907-1997), a mexican writer, journalist, and activist, who fought for the civil, economic and social equality. Studying Vidrio´s life, as a 20th century woman, made me aware of my own historicity and also of the possibility of hope through politics, in hopeless times.
A la caída de la Unión Soviética, en 1991, le sucedieron dos grandes lecturas históricas y prospectivas contrarias, una aparentemente optimista, la de los intelectuales liberales capitalistas, quienes auguraron incluso “el fin de la historia” (Colussi, 2016) , que no sería el fin de los sucesos, sino de los enfrentamientos de la Guerra Fría. Otra lectura fue la de la experiencia de la derrota por parte de los socialistas. Así, quedaron afectadas sus expectativas revolucionarias, las cuales habían predominado durante todo el siglo XX.
La historia tiene usos políticos, y por ello muestra y oculta, también es constantemente modificada, reescrita, bajo evidencias y argumentos. La historia de las mujeres en el proceso de la globalización del siglo XXI, y de sus luchas políticas, sexuales, sociales y económicas, queda estrechamente ligada a las luchas de las mujeres del XX. Esta continuidad muestra que nunca hubo un “fin de la historia”, pero también hace preguntarse si realmente fue superada la Guerra Fría, o más precisamente la guerra sucia; una de las “guerras de baja intensidad” en el llamado “Tercer Mundo”, al cual se le identificaba, según Alfred Sauvy, en una posición alternativa al bloque capitalista, liderado por los Estados Unidos de América, y al socialista, por la Unión Soviética (Albuquerque, 2011, pp. 225-244), aunque supeditada a sus tensiones.
Una lectura feminista materialista y decolonial reciente, que es muy útil para entender la posición de las mujeres en Latinoamérica, y en particular en México, en perspectiva histórica, es la de la Jules Falquet, quien en su libro Pax neoliberalia. Perspectivas feministas sobre (la reorganización de) la violencia contra las mujeres(2017), expone hallazgos, reflexiones y teorizaciones derivadas de su experiencia como investigadora, y del testimonio de sus vivencias personales como activista feminista, proveniente de un país “de primer mundo”, en otros de América (Abya Yala), como El Salvador y México.
Falquet agrega un adjetivo a la palabra globalización: neoliberal, e identifica también sus orígenes en el fin de la Guerra Fría. Pero, paralelamente a este triunfo del capitalismo, y de lo que ella y otras feministas llaman una “ONGización del feminismo” (2020), en democracias liberales, a través de la Organización de las Naciones Unidas, especialmente desde los años noventa, surgió una crítica y una lucha contra éste, con una tendencia autonomista.
A pesar de esta crítica, el papel de las defensoras de derechos humanos en Latinoamérica ha sido muy importante para la denuncia de las prácticas de tortura, las detenciones ilegales, las masacres y la desaparición forzada. Por ejemplo, es interesante la figura de la activista salvadoreña Alma Benítez Molina, Cofundadora de la Comisión por los Derechos Humanos en Centroamérica (CODEHUCA), presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Mujer y la Sociedad (FUNDEMUSA), y Coordinadora Nacional del Comité de América Latina y El Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) en El Salvador (FUNDEMUSA, 2021).
La biografía de Benítez sería también una posibilidad de reescribir y elucidar estos procesos tan oscurecidos en la historia reciente de América Latina. Benítez fue exiliada en Costa Rica en 1977, en la incipiente guerra civil que duró hasta 1992, cuando fueron firmados los acuerdos de paz. A partir de las experiencias sufridas durante la guerra, ella se convirtió en luchadora por los derechos humanos, en especial de las mujeres y la niñez.
La guerra civil en El Salvador fue otra forma de “guerra de baja intensidad”, concepto al que recurre Falquet para analizar la guerra contra las mujeres en América Latina; estas guerras no son “de baja intensidad” porque sean menos violentas, sino que se les denomina así por una doctrina militar producida por el ejército francés y desarrollada en sus colonias a mediados del siglo XX, primero en Indochina y después en Argelia. Son guerras muchas veces no declaradas, y que por lo tanto no respetan ninguna regla respecto a la tortura, al comienzo y a la finalización de ésta. Henri Alleg dio testimonio de ello en su famoso libro La Question(1958).
Se trata de guerras asimétricas, en las que fuerzas del Estado y en alianza con otras paramilitares, persiguen a grupos de militantes políticos, se enfrentan contra la sociedad civil y realizan detenciones ilegales, torturas y desaparición forzada. Para Falquet, la tortura en este tipo de guerras no es para obtener información, sino para atemorizar y/o aterrorizar a cualquier persona, con el fin de disolver los vínculos sociales y las eventuales rebeldías. La autora enfatiza la necesidad de “examinar la cara coercitiva de la globalización, partiendo de la violencia contra las mujeres” (2017, p. 9), y considerando que las violencias se ejercen con lógicas de raza y clase.
Respecto a este punto, Alma Benítez Molina ha contado en entrevista sus recuerdos en torno a la masacre de El Mozote, en 1981: “A esa escena tan brutal, en donde han querido decir que quienes fueron asesinados eran guerrilleros. No fueron guerrilleros [eran hombres y mujeres, y también niños] ¡eran unos 500 niños!” (comunicación personal de febrero de 2021, p. 5).
La globalización neoliberal parecería una especie de capitalismo con rostro humano, que es, además, según Falquet, un rostro de mujer, y una forma de feminismo domesticado, al cual resisten mujeres politizadas, racializadas y proletarizadas, o universitarias que discuten estas realidades desde sus privilegios, el cual es el caso de Falquet, y mío también, aunque siendo estudiante he enfrentado la precarización en el trabajo, y la vulnerabilidad que ello supone. Por mis estudios en historia de México y por experiencia personal, he crecido sabiendo de, y a veces vivido de manera cercana el escenario que describe Falquet en su libro.
Se trata de un aumento de las desigualdades de clase, de sexo y de raza, también de las fuerzas de represión pública y privada, por parte del Estado, o de las bandas criminales de narcotraficantes; en este panorama, el grueso de la población parece cada vez más acostumbrada a sobrevivir a la violencia, pero también al lujo, a la transformación del paisaje urbano y a la sofisticación de los productos de consumo. Falquet subraya la dimensión material de la violencia (2017, p. 13), no la simbólica, no porque esta no sea importante, sino porque la violencia material es cada vez más amenazante. En el caso de México, muestra la contradicción entre leyes paliativas contra la violencia hacia las mujeres, la creación de instituciones gubernamentales para ello y, por otra parte, las prácticas brutales del ejército y la policía contra las mujeres de los sectores populares (p. 17).
Las diferentes violencias están conectadas entre ellas por el fenómeno central de la impunidad (p. 18), y uno de los casos que aborda Falquet es el de los feminicidios de Ciudad Juárez, Chihuahua desde los años noventa, cuyas víctimas fueron mujeres obreras, mano de obra de maquiladoras, a menudo migrantes, jóvenes y morenas, en un contexto de modernización, de industrialización de la franja fronteriza y también de auge del narcotráfico (pp. 18 y 98). Los feminicidios de Ciudad Juárez han sido interpretados también por Rita Segato como un mensaje, en el marco de las pedagogías de la crueldad del sistema patriarcal (2016, pp. 33-56). En Jalisco, de acuerdo con el estudio de María Guadalupe Ramos Ponce (2015), entre 1997 y 2007, la tipología con mayor incidencia ha sido el feminicidio sexual sistémico, en el cual la tortura y la disposición del cuerpo son parte de una sexualización y erotización del crimen (p.101). Si bien la misoginia y el carácter sexual del crimen es determinante, estos crímenes se dan en un contexto económico y político que permite la impunidad y que además tiene orígenes relacionados con los procesos de la guerra sucia, aunque esta relación no se haya elucidado de forma clara hasta ahora.
¿Cómo se conecta este panorama de violencia o de Pax neoliberalia con el siglo XX y las deudas de la Guerra Fría? Según las investigaciones de Diana Washington Valdés, referidas por Falquet, los feminicidios fueron, al principio, probablemente derivados de violaciones en grupo, realizadas como ritual de iniciación para policías que se aliaban al narcotráfico. Además, Diana Washington Valdés encontró que los cárteles habían tejido lazos con algunos policías de la ex Brigada blanca, el grupo paramilitar formado bajo las órdenes presidenciales en la década de los 70 para luchar contra las y los militantes de la Liga Comunista 23 de septiembre, fundada en Guadalajara en los años setenta (Falquet, 2017, p. 96). Estas prácticas de tortura se quedaron y fueron sofisticándose, al tiempo que ocurría una despolitización de obreros y campesinos, vigente hasta la fecha.
La brutal represión de los movimientos en la década de los sesenta y setenta estuvo ligada al temor al comunismo, pero tuvo sus antecedentes al final de los años cuarenta y durante toda la década de los cincuenta. Un indicio de ello fue la creación de la Dirección Federal de Seguridad, precisamente en 1947, por Miguel Alemán Valdés.
La última etapa de la guerra sucia quedó marcada por la Ley de Amnistía de 1978, con la que se favoreció a los acusados de sedición, instigación, incitación, rebelión, conspiración u otras faltas cometidas al formar parte de grupos cuyo propósito fuera alterar la vida institucional del país (Ley de Amnistía, 1978). Fue en esta época que se instauraron prácticas de tortura y la sistematización de la desaparición forzada contra los opositores políticos en México.
Si bien es cierto que los más afectados fueron las y los guerrilleros, también fue reprimida, encarcelada, perseguida y torturada la sociedad civil, especialmente quienes eran militantes comunistas, aunque hubiesen optado por la vía pacífica: activistas, obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales y civiles que participaron en organizaciones políticas o movimientos sociales de izquierda entre la década de los 50 y la de los 80.
Se suele aceptar que la guerra sucia comenzó en 1964 y terminó en 1982 (Herrera y Cedillo, 2012, pp. 1-18), durante los sexenios de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970), el de Luis Echeverría (1970-1976), y el de José López Portillo (1976-1982). Su inicio se identifica a partir del surgimiento del Grupo Popular Guerrillero (GPG), liderado por Arturo Gámiz y otros ex dirigentes del Partido Popular Socialista (PPS), y compuesto por maestros rurales y estudiantes. El GPG fue derrotado en el asalto al cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1965 (National Security Archive, 2020, pp. 240-283).
Antes del GPG, en los años cincuenta, hubo otros movimientos guerrilleros campesinos y obrero-sindicales. Los campesinos buscaban una forma de renacimiento del agrarismo; en el caso del movimiento obrero, se buscó la democracia sindical, la independencia de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), en la que habían quedado corporativizados los sindicatos. Por ejemplo, el movimiento ferrocarrilero de 1958-1959 destacó por haberse enfrentado a la CTM.
El movimiento ferrocarrilero no había sido apoyado al principio por el Partido Comunista Mexicano (PCM), pero cuando sus líderes fueron detenidos, en 1959, hubo también entre los detenidos militantes comunistas, quienes se habían involucrado en el movimiento. Desde entonces se fortaleció la teoría del complot comunista.
Mi acercamiento a este fenómeno ha sido a través de la biografía de Lola Vidrio Beltrán y Puga (1907-1997) escritora, periodista, y activista que vivió la mayor parte de su vida en la ciudad de Guadalajara y que se identificó como comunista desde los años cincuenta hasta el final de su vida, aún después de la disolución del PCM, en 1981, y de la caída de la Unión Soviética en 1991. Indagar sobre su vida me ayudó a entender de otra forma la historia reciente de México, pero también a tomar consciencia de mi propia historicidad, de comprender en perspectiva histórica la época de violencia y desesperanza que vivo ahora.
Como Pandora, quien por cierto fue “la primera mujer” para los griegos, yo también seguí mi curiosidad para explorar la caja, en este caso, de la historia contemporánea de México. Encontré en ella a una mujer que fue encarcelada y perseguida; quien puso al centro de su activismo contra el capitalismo y el imperialismo, la opresión contra las mujeres, especialmente las trabajadoras. Escribir la biografía de Lola Vidrio, además de ayudarme a tener conciencia de mi historicidad y la de mis compañeras, representó también la posibilidad de esperanza, el más benévolo de los males.3
La esperanza, como la política, es un mal, que puede ser benévolo. Según Lola Vidrio: “para mejor entender el por qué nos aventuramos las mujeres en terrenos tan poco seguros como es este de la política. [Es] porque tras ellas descubrimos la amenaza o el bien que se cierne sobre el pueblo como clase laborante, campesina, ejidataria y pagadora siempre de todos los platos que se han roto desde que el mundo es mundo.” (Vidrio, 1946, p. 1).
La memoria y los testimonios tienen una estrecha relación con la práctica biográfica. Recurrí a ellos porque me fue difícil encontrar fuentes de autorreferencia de Lola Vidrio posteriores al año de su encarcelamiento: 1959. Además, no entendía cómo y por qué ella había quedado marginalizada y su figura pública era ocultada o representada de forma distorsionada. Con el tiempo entendí que había sido no sólo por misoginia, sino también por su militancia política comunista.
Pese a que la memoria tiene fama de no ser una fuente confiable, por tratarse de un producto psicológicamente vulnerable a la apropiación y a la inconciencia, cada vez se exploran más sus potencialidades, que consisten en verla como una forma distinta de relacionarse con el pasado y con la historicidad de determinados fenómenos, y no como una fuente menor a la que recurrimos por falta de documentación escrita. Además, la memoria tiene un horizonte ético, como ha señalado Paul Ricoeur. Esta es ejercida y da sentido al presente y al futuro, por ello puede usarse y abusarse de ella (2004, pp. 96-123). Es la justicia, dice Ricoeur, la que “al extraer de los recuerdos traumatizantes su valor ejemplar, trasforma la memoria en proyecto; y es este mismo proyecto de justicia el que da al deber de memoria la forma del futuro y del imperativo” (p. 119).
Para Rafael Villegas, la memoria se entiende como proceso vivo, integrador de la experiencia del pasado en el presente, por lo tanto, “la memoria se convierte en un problema de historicidad, en un asunto historiográfico, más que en una cuestión de confiabilidad de fuentes no documentales para el historiador” (Villegas, 2020, p. 54).
Algunas historias son silenciadas por cuestiones políticas, raciales o de género. Por ello, la historia oral no solo se interesa por los aspectos lingüísticos, sino por la dimensión ética de los testimonios y de la memoria. De acuerdo con Ana María de la O Castellanos, las fuentes orales requieren un tratamiento metodológico particular: la memoria se inscribe a través de la práctica de la entrevista, en la que tanto el entrevistador como los testigos, contribuyen a la creación de un nuevo documento, una grabación que ha de ser transcrita, leída cuidadosamente y analizada, cuyo valor es de carácter testimonial (Castellanos, 2007 y 2010, pp. 47-65 y 79-93).
Los relatos de las personas entrevistadas pueden expresar una memoria generacional, institucional, o individual. El relato de estas personas suele centrarse en su propia experiencia, en sus recuerdos y en la representación que tienen de sí mismas. Aunque funjan como testigos, en sus descripciones sobre otros y experiencias colectivas, se entretejen las experiencias propias y las de otros. Por estos motivos, son fuentes que dicen mucho sobre la subjetividad de ellas, pero también de sus experiencias en relación con procesos históricos complejos.
Tomando este marco teórico y metodológico como referencia, realicé entrevistas a tres de sus nietas Adriana, Ana María y Olivia González Moreno y a tres de sus camaradas: José Flores, Luis Hernández Castillo y Jaime Tamayo Rodríguez, aproximándome así a una memoria familiar y a otra institucional: la del PCM. Entretejí estos testimonios con evidencias documentales que contribuyeron a escribir la parte más oscurecida de su biografía, pero con la que comprendí mejor mi propia historicidad y la historia reciente de México. Obtuve también una entrevista que le hizo el periodista Javier Ramírez a principios de los años noventa. Las transcripciones de estas entrevistas se encuentran como anexo a la biografía de Vidrio (Díaz, 2020, pp. 273-398) .
No he encontrado una fecha precisa de cuándo Lola Vidrio Beltrán comenzó a militar en el Partido Comunista Mexicano (PCM), solo que fue antes o durante el movimiento ferrocarrilero. Ella apoyó como periodista a la sección 33 del sindicato ferrocarrilero, en Guadalajara.
Cuando Vidrio llegó al PCM, este había pasado ya por varias luchas internas y se encontraba en un estado de crisis general, sobre todo a partir del asesinato de León Trotsky en México, en 1940, al que se opusieron Hernán Laborde, Secretario General y Valentín Campa, quien, junto con Demetrio Vallejo, llegó a ser uno de los más importantes líderes de la Huelga de Ferrocarrileros.
Es probable que el vínculo con el PCM lo haya tenido Vidrio precisamente el año en el que recibió el Premio Jalisco de Literatura, en 1952. A mediados de los años cincuenta, cuando ella comenzó a militar, ya se había dado el giro económico con énfasis en la industrialización y el crecimiento económico, a costa de las condiciones de las y los trabajadores, cuyas luchas eran neutralizadas en sindicatos corporativizados, y, por otro lado, el recrudecimiento de la represión de los movimientos campesinos. Este giro comenzó en el sexenio del presidente Miguel Alemán (1946-1952), aunque la corporativización de los sindicatos, originada décadas atrás, favoreció el control estatal y contribuyó a desmontar la lucha sindical. Fue precisamente el sindicato ferrocarrilero el que encabezó la única batalla contra la hegemonía del grupo de Fidel Velázquez, contra el denominado “charrismo sindical”, llamado así por Jesús Díaz de León “El Charro”, líder sindical aficionado a la charrería. En México aún se le llama “charro” al líder sindical ilegitimo y abusivo, o al sindicato perteneciente a la CTM (Martínez Verdugo, 1985, p. 205 ; Ramírez, 2015, p. 333 ; Differ, 2021).
Vidrio fue una de las mujeres periodistas pioneras en México en manifestar una postura crítica contra el sistema económico y el gobierno en turno (Bayardo y Kennedy, 2017, p. 273) , pero esta actitud fue un proceso progresivo. En 1948 era una de las editoras de la revista Guadalajara, en la cual apareció un escrito firmado por José Montes de Oca y Silva, quien exponía sus motivos para pertenecer al Partido Popular (PP), fundado por Lombardo Toledano, el cual se reivindicaba heredero de los ideales nacionalistas de la revolución y, por lo tanto, con ello descartaba que a través de él se intentara difundir propaganda soviética: “Y que no nos vengan a decir los mentirosos a lo que se refirió el Presidente de la República [Miguel Alemán Valdés] en su reciente informe anual, que se trata de una organización política a las órdenes de Moscú. Ni hay tales órdenes, ni tal Moscú,” (Montes de Oca y Silva, 1948, Guadalajara, p. 27). Ello da cuenta de las tensiones de la Guerra Fría en México y cómo se consideraba entonces al comunismo como una amenaza.
Durante la década de los cincuenta, Vidrio se desempeñó como secretaria en diferentes espacios, hasta que fue contratada como secretaria particular del gobernador de Zacatecas, José Minero Roque. Regresó a Guadalajara entre 1957 y 1958.
En agosto de 1958 ocurrió el asesinato de tres trabajadores ferrocarrileros, a manos de policías. Poco después, Demetrio Vallejo fue electo Secretario General del sindicato. Según Vallejo, al principio el Partido Comunista no apoyó el movimiento, sino que pidió que aceptaran el plazo de 60 días para el aumento de salario que pedían (350 pesos mensuales de aumento para cada trabajador), pero, poco después, el PCM se unió al movimiento y lo hizo también el PP. Según un informe de la dfs, se habían programado paros por Vicente Lombardo Toledano y Jacinto López para el 27 de marzo en todas las secciones obreras y campesinas.
En Guadalajara las asambleas se realizaban en el domicilio de la calle Argentina núm. 792 (Rangel Escamilla, 1959, p. 226) .
En septiembre de aquel mismo año, Lola Vidrio obtuvo en Guadalajara la insignia José María Vigil por su obra literaria, junto con Guadalupe Dueñas, Olivia Zúñiga y otros escritores de la época (Echeverria, González, Márquez, 1958, El Informador, p. 6).
En febrero de 1959 tuvo lugar el emplazamiento a huelga de Ferrocarriles del Pacífico y de Ferrocarriles Nacionales. Un mes después ocurrió la represión masiva del movimiento. La represión de ferrocarrileros en todo el país no había distinguido entre hombres, mujeres y niños, algunos de ellos acribillados en la vía pública y a plena luz del día, como se observa en filmes restaurados y publicados recientemente por la filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (Filmoteca UNAM, 2019).
El 28 de marzo de 1959, sábado de gloria, hubo arrestos masivos de ferrocarrileros en todo el país. En la Ciudad de México detuvieron a Demetrio Vallejo, junto con miembros del Comité Ejecutivo General y del Comité de Vigilancia (El Informador, 1959, p. 1).
Otro de los líderes, Valentín Campa, comentó en sus memorias que el presidente López Mateos, a diferencia de su antecesor, abrazó una cooperación más cercana con Estados Unidos, y a partir de su reunión con el presidente Dwight D. Eisenhower, se posicionó contra la “fiebre del miedo al comunismo, a la expansión de la influencia soviética en América Latina” (Campa, 1978, p. 53). De esta forma, siguiendo el testimonio de Campa, desde aquellos años. el Estado mexicano cooperó con la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA por sus siglas en inglés), “para identificar y reprimir individuos y organizaciones sociales por llevar supuestas o reales actividades comunistas” (p. 53). La represión primero fue por medio del encarcelamiento y la tortura, y posteriormente a través de detenciones ilegales y desaparición forzada.
En aquella represión del 28 de marzo de 1959, en Guadalajara hubo más de mil detenidos. A casi todos los liberaron al día siguiente, pero a los líderes los trasladaron a la Ciudad de México, donde estuvieron encarcelados, algunos durante meses y otros durante años. Los llevaron al campo militar número 1, donde también estuvo Vallejo y otros líderes ferrocarrileros, como cuenta José Flores Ramos:
[…] estando nosotros en una asamblea, aquí en el Sindicato de Trabajadores del Pacífico, en la sección 33, este, pues estaba informándose y viéndose cómo había que actuar […]. Pues en ese momento salimos, y en ese momento llegaron, el ejército, rodeó el sindicato y empezó a sacar a los trabajadores y a los dirigentes se los llevaron a México, al campo militar número 1. Pero, ahí iba también Lolita Vidrio que estaba en el presídium como periodista nuestra [del PCM] (Flores Ramos, 2019, comunicación personal del 25 de octubre, pp. 328-329).
Como relata Flores, los sacaron del local ubicado en la calle Argentina, Vidrio estaba con su hijo menor, Enrique. De acuerdo con el diario El Informador, primero llevaron a unas dos mil personas en autobuses urbanos hacia el Cuartel Colorado en Guadalajara, donde fueron sometidos e interrogados (El Informador, 1959, p. 4). La mayoría fueron liberados al día siguiente, entre ellos su hijo Enrique. En la nota del periódico también se llamaba la atención sobre que no todos los detenidos pertenecían al gremio ferrocarrilero, sino que eran: “peligrosos agitadores de extrema izquierda” (p.4), y que “[e]ntre ellos figuran algunas personas bien conocidas y los mismo ocurre en el grupo de mujeres” (p. 4).
Que la redacción del periódico hiciera énfasis en que algunos de los encarcelados eran “peligrosos agitadores”, y además: “personas bien conocidas”, “incluso en el grupo de mujeres” (p. 4), era una referencia directa a Lola Vidrio, quien había sido una escritora reconocida, premiada. Ella encabezaba la lista de las cuatro mujeres trasladadas en avión al campo militar en la Ciudad de México. El escándalo tomaba fuerza también porque ella provenía de una familia consideraba honorable; además, Vidrio estaba vinculada a escritores, artistas y políticos de élite. Iban también con ella: Cayetana Guillén Jiménez de Martínez, María Encarnación Díaz De García y Josefina Ureña de González (El informador, 1959, pp. 1 y 3), de quienes, por su bajo perfil no he podido encontrar más información hasta ahora.
La presencia de mujeres en la huelga, sobre todo la de las activistas “agitadoras”, era escandalosa por transgresora. Me ha llamado la atención que aparecieran sus nombres junto al apellido de sus esposos, probablemente involucrados en el movimiento. En el caso de Vidrio, apareció su nombre completo: María de los Dolores Vidrio Beltrán “Vda. [viuda] de González”, aunque su marido había muerto más de veinte años atrás (p. 1).
En el periódico se aseguraba que para arrestarlas habían requerido el servicio de personal femenino, de enfermeras. El manejo mediático del acontecimiento, el morbo con el que se tomó que en él participaran mujeres, y, además, muchas de ellas ni siquiera eran parte del sindicato, sino “agitadoras comunistas”, debió ser tomado como una gran transgresión, a la que se debía imponer una sanción pública, no sólo penal, sino mediática y moral, una marca que llevarían consigo toda la vida: la de una advertencia pública de que eran “peligrosas”.
La lucha de los ferrocarrileros fue un hito para las y los militantes comunistas, y lo ha sido para los movimientos sociales posteriores, entre ellos el movimiento estudiantil de 1968. Una de sus peticiones del movimiento fue la libertad para presos políticos, entre ellos Vallejo, quien salió de la cárcel hasta 1970. En la actualidad, a la distancia, se recuerda como una hazaña, en la que estuvieron a punto de perder la vida y fueron sometidos físicamente y torturados psicológicamente, por ejemplo, con la amenaza de ser arrojados desde el avión, como cuenta José Flores:
JF: […] Este, así es que como le digo, ahí Lolita Vidrio tuvo que ir a la cárcel a México esa vez, y amenazaron en el viaje de abrir la puerta del avión, que no eran como esos modernos de ahora que tienen propulsión a chorro ¿no? Sino que eran, no volaban tan alto, volaban a 3 mil, a 2 mil metros de altura, y amenazaron con abrir la puerta y echarlos abajo.
JF: Sí, José González. (Flores Ramos, 2019, comunicación personal del 25 de octubre, p. 331).
En la ciudad de México, Vidrio estuvo presa poco más de un mes por “amenazas”. Fue liberada bajo fianza a principios de mayo (El Informador, 1959, 1), pero los efectos de tal detención se prolongaron, fue vigilada junto con otros muchos comunistas. Tuvo que recurrir a su red de apoyo de mayor confianza, vivió en casa de su hermana Ana María y de su cuñado Miguel Senkus, en la Ciudad de México.
Años más tarde, en el cuartel militar número 1 ocurrieron muchas detenciones ilegales durante la guerra sucia, incluso desapariciones, tema que a la fecha es difícil estudiar, al ser una práctica que no se ha podido superar.
A su regreso a Guadalajara, Vidrio experimentó la marginalización y el desprestigio, el rechazo y la intimidación. Fue vigilada durante muchos años. Pero ello no la detuvo a continuar con su activismo, de hecho, tuvo una nueva orden de aprehensión en 1966, por promover a jóvenes para que estudiaran sindicalismo o técnicas agrícolas en la URSS, o en países del Pacto de Varsovia, como Bulgaria.4 En este contexto, para ella fue fundamental fortalecer los vínculos con su familia.
En los años en los que Vidrio militó activamente en el PCM, el movimiento comunista a nivel mundial había quedado marcado por procesos de descolonización en Asia y África, pero también por la desestalinización de la URSS por Nikita Kruschev, la cual fue llamada “el deshielo”, a partir de 1956. En este contexto, hubo una perdida de ilusión del modelo soviético, que había alcanzado su auge con la derrota del nazi-fascismo en Europa en 1945, este distanciamiento se agudizó con la intervención militar en Checoslovaquia en 1968.
Por otro lado, la guerrilla en Cuba (1956-1959) culminó con el triunfo de la Revolución (Torres, Castro y García, 2018, pp. 1310-1312). La Revolución cubana marcó un hito para la izquierda latinoamericana, surgieron diversos movimientos independentistas y nacionalistas “de liberación nacional”.
En la etapa más intensa de la militancia comunista de esta generación, durante los primeros años de la década de los sesenta, Vidrio vivió otras experiencias que la marcaron, como su participación en el Movimiento de Liberación Nacional (1961-1967) y dos viajes a países socialistas, primero a Cuba (ca. enero de 1963) y después a la Unión Soviética (junio de 1963). Posteriormente participó en la formación de la Central Campesina Independiente, junto con Ramón Danzós Palomino, donde fue jefa de prensa (1964). En aquellos años dio conferencias y participó en varias actividades de agitación política.
La fundación del MLN en México se derivó de la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz, en 1961. El discurso en representación de las mujeres de izquierda en la Conferencia Latinoamericana por la Soberanía Nacional estuvo a cargo de Clementina Batalla de Bassols, quien lo expuso en nombre de Vanguardia de la Mujer Mexicana y de la Unión Democrática de Mujeres Mexicanas (UDMM).
En abril de aquel año se llevó a cabo en la Ciudad de México el Encuentro de Mujeres de México, Centro América y del Caribe (pp. 13 y 14), en el cual se proyectó el Congreso de Mujeres de toda América, que se realizó en La Habana entre el 11 y el 15 de enero de 1963 (p. 20), al cual probablemente asistió Vidrio.
En el “Llamamiento a las mujeres de toda América” se reivindicó: la participación de la mujer en la lucha por el progreso de los pueblos, sus derechos como madre, trabajadora y ciudadana, y en la consecución de los derechos de la infancia y la juventud (pp. 17 y 18). Lola Vidrio fue una de las firmantes del llamamiento, por parte del PCM, junto con personalidades como Amalia Solórzano de Cárdenas, Eulalia Guzmán y Elena Poniatowska, Angélica Arenal (PCM), Paquita Calvo Zapata, Elvira Concheiro Bórquez (PCM), Marcela De Neymet (PCM), Consuelo Uranga (POCM), Adelina Zendejas (PCM), entre otras (p. 20).
A pesar de haber sido convocado por una figura oficial como el ex presidente Cárdenas, al MLN se le veía con sospecha, por lo cual, quienes se involucraron en este, fueron espiados, como muestra un informe de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales, sobre los comunistas que habían asistido a la Conferencia Latino-Americana por la Soberanía Nacional, la Emancipación Económica y la Paz en Guadalajara:
[…] “El General Pacheco, Comdte. de la 15/a. Zona Militar, desde las 5.00 hrs. De hoy y por medio de elementos civiles, está checando los domicilios de las personas pertenecientes al P.C. que se mencionan en el presente informe, según pudo darse cuenta nuestro informante con motivo de sus investigaciones. El señor Braulio Maldonado continúa recibiendo en su domicilio particular, la visita de elementos campesinos de distintos Ejidos del Estado.5
Vidrio viajó a Cuba por invitación de la embajada, probablemente en enero de 1963, para asistir al Congreso de Mujeres de toda América, y ahí: “habló a las mujeres trabajadoras de las empresas tabacaleras” (León, 1996, p. 25).
En junio de 1963 consiguió una beca del gobierno ruso para estudiar seis meses en Moscú, en la escuela de cuadros. Ahí obtuvo formación política, fue entre el verano y el invierno de aquel año. Estuvo probablemente en la Universidad de Humanidades, donde se ubicaba la Komsomol, que era la juventud comunista soviética.
Vidrio estudió en Moscú historia universal, historia de Rusia y economía política. Según Natalia León, viajó con el nombre de “María Flores”, aunque la prueba que ofrece no es una identificación oficial, sino un boleto a la celebración del aniversario de la Revolución de Octubre, en la Plaza Roja. Se trata de la conmemoración de la toma del Palacio de Invierno por los bolcheviques, el 7 de noviembre (25 de octubre en el calendario juliano, vigente en la Rusia zarista). El pase dice en ruso el lema de la URSS: “Proletarios de todos los países uníos”, y después, el nombre de María Flores, todo en alfabeto cirílico: “Мария Флорес […] sobre la Plaza Roja, para el 46 aniversario de la gran Revolución Socialista de Octubre, 7 de noviembre de 1963, tribuna GUM-2” (p. 98).6
Al parecer, Vidrio no pudo tomarse fotografías suyas en Rusia, por haber ido de manera clandestina. Tampoco sé con precisión su itinerario de viaje, pero por crónicas de otros comunistas, es probable que haya ingresado primero a algún país europeo, como Francia, y de ahí, haya pasado por algún país del Pacto de Varsovia, como Bulgaria, y finalmente llegara a Moscú (Varela, 2007, pp. 143-166) .
Un año después de su viaje a Rusia, en 1964, Vidrio participó en la gira nacional para apoyar al candidato a la Presidencia, Ramón Danzós Palomino, por el Frente Electoral del Pueblo (FEP). En el mismo año, Danzós disputó contra Alfonso Garzón Santibañez la Central Capesina Independiente, creada para desligarse de la corrupta cnc. En esos años Vidrio aún vivía en la Ciudad de México. De acuerdo con un expediente de investigación: “informó de sus actividades en pro de la CCI de Danzós Palomino en su viaje al estado de Jalisco”.7
Un año después, en agosto de 1966, uno de los miembros de la CCI aseguró que en los periódicos capitalinos se anunciaba que existía una orden de aprehensión contra Dolores Vidrio, Ramón Danzós palomino, Domingo Esquivel, Graciano Benítez, Rafael Jacobo, y Arturo Orona, lo cual era ilegal “porque dichas personas no tienen que ver con el complot descubierto y solo luchan por el mejoramiento campesino”.8 Poco después, la DFS también incluyó en sus tarjetas un informe de que “Dolores Vidrio en breve hará una declaración a la prensa protestando por las detenciones ocurridas en días pasados contra elementos de organizaciones democráticas revolucionarias”.9
El clima político cada vez era más tenso, las detenciones, torturas y desapariciones aumentaban, así como la paranoia del Estado, que manifestaba la inquietud porque “elementos seleccionados salgan este año a la URSS a recibir cursos de capacitación en guerrillas, agitación sindical y otras actividades”.10 Juan Ramírez dijo que Lola Vidrio, Arturo Orona, Rafael Jacobo y otros estaban recorriendo el país “buscando candidatos para becas a fin de efectuar cursos en Rusia, Bulgaria, sobre métodos agrícolas y técnicas sindicales”.11
Entre 1966 y 1967 Vidrio volvió a residir en Guadalajara, donde comenzó a trabajar como encargada de la librería del Instituto de Amistad e Intercambio Cultural México-URSS, que dependía de la embajada soviética. Ahí trabajó hasta finales de los años setenta.
Las y los comunistas solían visitar este centro cultural ubicado en el centro de la Ciudad, y también el Instituto Cubano, aunque estos eran oficialmente independientes del PCM, y tenían como propósito la venta de libros, y actividades culturales, como exposiciones, conferencias, y proyecciones de películas. José Flores y Luis Hernández Castillo recuerdan cómo fue que Vidrio comenzó a trabajar ahí, y cuáles eran las actividades del instituto. También que ella recomendó a un joven de origen muy humilde para que obtuviera una beca en la URSS, con la cual llegó a tener estudios superiores como ingeniero petrolero:
JF: Ah. Pues eso [los cursos del idioma ruso] también a la gente le llamaba la atención, y alguno de, de los entusiastas fue el muchacho ese que trabajaba allí, que hacía el aseo, Cuauhtémoc, que se fue a estudiar a la Unión Soviética. Mandado precisamente por iniciativa de Lolita [Vidrio], le dijo ¿por qué no estudias? Te vas allá, terminas la secundaria, la preparatoria y te vas. Se fue y es Ingeniero petrolero. LH: Pero se manejaba muy a parte el Instituto del Partido, eh. […] Se manejaba muy aparte, aunque estuvieran ahí los comunistas, pero ahí no se hacían actos del partido. […] Había mucho cuidado con eso, no se mezclaba la cuestión política local con la relación de amistad con Rusia. En ese entonces era mexicano-ruso (Flores Ramos, 2019, comunicación personal del 25 de octubre, p. 342).
Además, de aquellos años, casi por casualidad, ha quedado registro de su solidaridad con una obrera de la construcción, a quien Vidrio protegió y guio para que tuviera formación política:
Y esa compañerita, se vino… [nos dijo Lolita] “la compañerita viene también a prestar apoyo, ella es, trabaja en, en la construcción”, y uno no estaba acostumbrado a saber que una mujer trabajaba en la construcción, porque en aquel entonces no, la mujer no trabajaba en ese tipo de obras ¿no?
[Lolita le había preguntado] “Y esa construcción dónde está, y de qué horas a qué horas está”, y le digo, y, y “¿cómo se consiguió este trabajo?” dice “pues me pongo pantalón y me pongo camisa de hombre” dice, “me visto de tú”, dice: “se corta el pelo como hombre”, nomás que ya, se ponía una pañoleta y ya no se le notaba. Pero, cuando andaba ahí de mujer, [le] digo, “oye, pero ¿cómo?” [y me] dice “pues es que yo tengo necesidad, mi familia está pobre allá, y se han quedado a veces sin qué comer, y [por eso] me vine yo”.
JF: Sí, y la llevó Lolita a su casa. La llevó a vivir a su casa, dice “no, no, no te quedes en la obra”, le dice “[es que] no tengo casa”, “ah, entonces, ven a mi casa” (Flores Ramos, 2019, comunicación personal del 15 de abril p. 320).
Los recuerdos de Flores y Hernández Castillo se centran en la solidaridad hacia jóvenes que ingresaban al PCM, que era clandestino. Las reuniones ocurrían en casas particulares o en espacios públicos. En los años setenta se marcó una diferencia entre militantes comunistas cercanos a la experiencia soviética, y quienes optaban más bien por experiencias revolucionarias latinoamericanas, tanto por la vía armada, por ejemplo, en Cuba, como por medio de elecciones, el caso de la UP, con Salvador Allende (Tamayo, 2019, comunicación personal del 19 de abril pp. 353-364; Hernández, 2019, comunicación personal del 27 de marzo pp. 365-384).
En los años sesenta había surgido el proceso de búsqueda de una propia identidad comunista, latinoamericana, o más bien, específicamente mexicana, nacionalista, tanto por los propios procesos regionales, como por la necesidad de distanciarse de la URSS, en el marco del “deshielo”. Este fue un periodo en el que La división ideológica en el PCM aumentó, lo cual trajo una crisis que desembocó en su disolución, en 1981. Con todo, para sus ex militantes, en la actualidad este hecho no es visto como una disolución, sino como una transformación, ellos formaron otros partidos y organizaciones de izquierda, como el PSUM (Partido Socialista Unificado de México). Lola Vidrio abandonó el PCM poco antes de su disolución, a finales de los años setenta, para ser candidata a diputada local por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) (Bayardo y Kennedy, 2017, p. 275) .
A finales de los años ochenta, Vidrio reapareció en el escenario político para apoyar la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, que derivó en el fraude electoral de 1988. A partir de ello se formó al año siguiente el Partido de la Revolución Democrática (Illades, 2017, pp. 129-139) ,12 del cual ella formó parte. A la derrota de Cárdenas le sucedió la crisis general de las organizaciones socialistas en el país, acentuada por el contexto internacional, tras la caída del Muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético (Modonessi, 2017, pp. 301-347), los cuales fueron años muy duros para los rusos.
Pese a la libertad de expresión y a la liberalización de la economía, emergieron bandas criminales que extorsionaban a población vulnerable, que no estaba preparada para sobrevivir al capitalismo salvaje, y creció también el tráfico de armas. Al clima de violencia se le añadió un deterioro en el nivel de vida de las y los trabajadores, de su salario y acceso a programas sociales (Alleg, 2011) pero se favoreció sin duda a los empresarios. Simbólicamente también hubo una recuperación simbólica de la Rusia zarista.
Con el fin de la Rusia soviética, Cuba perdió el apoyo económico que había tenido de esta potencia y sobrevino lo que ahora se denomina “periodo especial”, en el que hubo agudas escaseces alimentarias, de recursos materiales y notable disminución de la calidad de vida que había tenido la población hasta los años ochenta. Esta situación obligó a la Isla a abrirse más e invertir en el turismo (Bell, Caram, Krujit, López, 2017).
Es importante tomar en cuenta lo anterior para entender por qué Lola Vidrio le dijo a la periodista e historiadora Laura Castro en 1994, que para ella la idea del socialismo era la más justa y “que, si la tierra no se acaba, [esperaba que] vuelva a surgir” (Castro, 1994, p. 10), porque para ella, desde su espacio de experiencia y horizonte de expectativas, el escenario era catastrófico, apocalíptico. Significaba el triunfo del capitalismo en el fin de un siglo de luchas. Además, ese mundo “liberal” y “democrático”, garantizaría el escenario de desigualdades, que, como ha mostrado Jules Falquet, se ha acentuado y a puesto al centro la violencia contra las mujeres.
En Rusia hubo opiniones encontradas respecto al cambio de régimen, entre ellas, se manifestó un rechazo a la nueva “libertad”. En México, el fin del horizonte socialista para Vidrio representaba, quizá, un mundo sin futuro, o al menos, con un futuro siniestro, lo cual la inquietaba mucho, como cuenta Adriana González Moreno, una de sus nietas:
AGM: Pero sí me acuerdo que ella me dijo que el gran problema no era en sí la ideología [socialista], sino lo que hay atrás de las ideologías, que ahora es el PRI, que ahora el PRD, que ahora: los intereses. Los intereses para los de a mero arriba. Eso era lo que ella me decía y ese es un problema muy grande para vencer. Y bueno, pues le tocó ya cuando Rusia deja de ser socialista, le tocó ver, [y] me dijo: “creo que el socialismo no se va a llegar a hacer, pero, pues bueno… ojalá algún día se lograra la igualdad…”
Esa fue la última vez que la vi, porque ya a los días murió. Murió ahí en su casa, pero sí tenía esa angustia ¿si me entiendes? Pues de que el mundo no llegara a esa igualdad, a ese crecimiento social, […] era su mayor interés en la vida, era su number one ¿sí? No le importaba estar enferma, ella estaba leyendo, con los miles de periódicos, escribiendo… así era (González Moreno, A.; González Moreno A.M.; González Moreno, O., 2019, comunicación personal del 13 de noviembre, pp. 294).
Poco antes de morir, también le contó a Natalia León sobre su decepción de la política: “Lola Vidrio se dio cuenta de que la política era sucia, los favorecidos eran amigos del presidente. ‘Los ponen ahí para que le vaya bien al amigo, al pariente’” (León, p. 22). Pero algo en lo que coinciden todas las personas cercanas a ella, es que siempre buscaba seguir adelante, superar las adversidades, y seguir luchando. Por ello Laura Castro se refirió a ella como “una mujer inagotable” (1994, p. 11B).
Uno de los últimos pendientes de esta investigación fue elaborar el aparato crítico de la última entrevista que hice a José Flores Ramos. Él me dijo que en ese año:
[h]ubo un ferrocarrilero comunista de Monterrey, que lo mataron y para mofarse de él lo pintaron de la cara como si fuera una dama, y entonces lo botaron al basurero […] esa era la moral que el gobierno tenía para los trabajadores: asesinar y todavía querer burlarse de ellos (Flores Ramos, 2019, comunicación personal del 25 de aoctubre, p. 328).
En aquel momento no pensé en preguntarle el nombre de aquel joven comunista, así que tuve que buscarlo a posteriori.
Encontré que se trató de Román Guerra Montemayor.
Según Carlos Monsiváis, a Román Guerra los soldados “le pintaron las uñas de los pies y de las manos para hacerlo figurar como crimen de homosexuales” (1970, p. 223), lo cual es sintomático de una sociedad represiva, pero también clasista, racista y misógina, que recurre a formas asociadas con lo femenino para ridiculizar a quien ha asesinado por ser considerado una amenaza, pero es también un mensaje público, una advertencia, de que quien sea testigo de tal violencia material, puede ser el siguiente. Es el mensaje criminal que desmenuza Segato en su estudio (2016) .
El asesinato de Román Guerra ocurrió unos meses después de que Lola Vidrio fuera encarcelada. La referencia a Guerra la encontré en El libro rojo. Continuación, una antología de varios tomos sobre crímenes ocurridos en México entre 1868 y 2008, y que es un tipo de continuación del libro decimonónico de Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, que se llama precisamente: El libro rojo. Hasta aquel momento tomé realmente conciencia de mi propia historicidad, al verme inmersa en un hilo rojo que no cesa, y que es cercano, aunque a veces parezca latente y lejano, y por ello tratemos de evadirlo.
El hilo rojo de la historiografía en México es un campo fecundo. En la lucha por el reconocimiento, el asesinato ha podido ser tanto material como simbólico. Las biografías de mujeres como Lola Vidrio parten de un presente y desde unas inquietudes actuales que no son únicamente sobre el androcentrismo, sino sobre las lógicas de violencia relacionadas con el sexo, la clase, la raza, la represión de las rebeldías y la resistencia. En ese sentido, reescribir la historia es también un acto político que nos hace reconocernos en nuestra calidad de históricas, para mirar hacia el futuro que quisiéramos, como proyecto.
La práctica biográfica es una experiencia transformadora tanto para quien escribe como para quien lee una biografía, porque a partir de ella es posible echar una mirada al proceso de crecimiento de un individuo, en este caso de una mujer, madre trabajadora, escritora, periodista, activista política, presa y perseguida política. Por lo tanto, no se puede ser la misma persona antes y después de escribir o leer una biografía. Las biografías no solo transforman nuestra forma de relacionarnos con la vida, sino también con la muerte. El trabajo biográfico y de historia oral lleva la historicidad de una época de crímenes y persecución, con la cual aún no se ha podido tomar suficiente distancia histórica, y que explica, además, la deficiente representación de actores sociales como Lola Vidrio en el discurso histórico.
Hasta sus últimos días, Lola Vidrio estuvo atenta de las noticias y preocupada por el destino de las nuevas generaciones. A pesar de la desilusión por la política, ella mantuvo la esperanza, el más benévolo de los males. Las biografías de mujeres en la lucha social son parte del deber de memoria actual, del proyecto a futuro por la justicia que está en permanente construcción. El presente nos obliga a establecer una relación con el pasado tomando consciencia de nuestra historicidad.
Este ensayo se ha nutrido de las reflexiones de la ponencia: “Las biografías de mujeres y la esperanza”, de Hilda Monraz Delgado, biógrafa y especialista en historia del arte feminista. Su presentación fue parte del homenaje póstumo a Lola Vidrio Beltrán, que tuvo lugar el 7 de noviembre de 2020, de manera virtual, con el apoyo del Observatorio de Movimientos Sociales-Observamos.
Debo esta reflexión a un reciente diálogo con la doctora Ana Cristina Ramírez.
Archivos de la represión, de la Ex Comisión de la Verdad. Ex. 11-136-66. H-272, L-14. 28 de septiembre de 1966.
AGN, DGIPS, Caja 1475A, Exp. 1, 26 de julio de 1961, f. 20.
En ruso el boleto dice: Пролетарии всех стран, соединяйтесь! / Мария Флорес / № 0636 / На Красной площади, 46 годовщина Великой социалистической революции в октябре / 7 ноября 1963 / трибуна ГУМ 2. Transcrito y traducido con ayuda de Boris Differ. El boleto tiene una parte ilegible que probablemente se refiera a que debía presentar su pasaporte, el boleto dice la palabra “pasaportes” en plural: “паспорта”.
Ramírez Juan D. Ex. 11-141-64, H198, L-11, 23 de septiembre de 1964, tarjeta no clasificada.
Ex. 11-136-66, H-114, L-14. 18 de agosto de 1966, tarjeta no clasificada.
Ramírez Juan D. Ex. 11-136-66. H-146, L-14. 24 de agosto de 1966, tarjeta no clasificada.
Ex. 11-136-66, H-214, L-14. 12 de septiembre de 1966, tarjeta no clasificada.
Ex. 11-136-66. H-272, L-14. 28 de septiembre de 1966, tarjeta no clasificada.
Después de la disolución del Partido Comunista Mexicano, en 1981, surgieron diversos partidos de izquierda, como el PSUM, el PT, y más tarde el PRD. Según Olivia González Moreno, su abuela habría participado en este proceso hasta la formación del PRD, en el que apoyó la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. De acuerdo con Carlos Illades, el Partido de la Revolución Democrática se formó a partir de dos corrientes políticas, por una parte, de la tradicional “familia revolucionaria”, representada por el ala izquierda del PRI, y por la otra, de ex militantes comunistas. El PST derivó en el Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional (PFCRN), la corriente actual del Partido de la Revolución Democrática (PRD) llamada Nueva Izquierda. Por lo que se observa una continuidad de Lola Vidrio en la corriente cardenista, a través del ala comunista.