*Correo electrónico: daniela_iniguezvargas@yahoo.com
En el presente artículo se pretende mostrar la participación de las mujeres en las protestas que surgieron a partir de los resultados electorales de las presidenciales bielorrusas del pasado 9 de agosto, las movilizaciones prodemocráticas que tomaron las calles con la pretensión de derrocar al “último dictador de Europa”, al presidente Alexandr Lukashenko. A pesar de todos los esfuerzos económicos, políticos y de la sociedad civil por hacerlo dimitir, el factor de la influencia internacional sobre las movilizaciones determinó la renuencia de Lukashenko por dejar el cargo y logró desarticular a casi toda la oposición; lo que es significativo es que las mujeres se han mantenido a pesar del tiempo su lucha va por razones estructurales, ya no tanto por el tema electoral.
This article aims to show the role of women in the protests that arose from the electoral results of the Belarusian presidential elections on August 9, the prodemocratic mobilizations that took to the streets with the pretense of over-throwing the “last dictator of Europe”, President Alexandr Lukashenko. Despite all the economic, political and civil society efforts to make him resign, the factor of international influence on the mobilizations determined Lukashenko’s reluctance to leave office and managed to dismantle almost the entire opposition; which is significant is that women have been maintained despite time, their struggle is for structural issues, not so much for the electoral one.
No sé si se puede llamar marcha feminista o marcha de mujeres, pero lo que está claro es que en Bielorrusia la revolución tiene rostro de mujer.
La situación bielorrusa posee varios puntos de interés; ni siquiera se trata de un supuesto fraude electoral, sino de la necesidad de Alexandr Lukashenko de eliminar a todo potencial adversario político que pudiese enfrentarse a él en la carrera presidencial; el reprimir con excesiva dureza a los manifestantes que se oponen al régimen y, en asuntos de política exterior, la manera en que los países occidentales han buscado penetrar Bielorrusia para hacerse de un “aliado” promotor del neoliberalismo y detractor de los tratos comerciales y políticos con la Federación Rusa.
En este contexto de efervescencia política se ha buscado derrocar a Lukashenko ya en dos ocasiones, la primera en 2006, cuando fue su tercera reelección, y la segunda en agosto del 2020, para su sexta reelección… La esencia es que, si bien hay demandas válidas, las movilizaciones han venido impulsadas y financiadas desde el exterior, lo que ha reducido su credibilidad en cuanto al agravio y la protesta. Sin embargo, la participación de las mujeres ha transformado lo que se conoce tradicionalmente como una Revolución de Colores, y su lucha va más allá del derrocamiento de un régimen, va en contra de la violencia y la misoginia.
las Revoluciones de Colores, que en su mayoría destacan por su discurso prooccidental, son consideradas por muchos expertos y políticos como un mecanismo de injerencia extranjera indirecta, a través de la cual las potencias occidentales buscan cambiar a los líderes poco tratables por otros, más obedientes a sus intereses.
Una particularidad elemental es que se presentan en tiempos políticos adversos, y en 2005 Bielorrusia tuvo un primer acercamiento a una Revolución de Colores; fue en el contexto de una manifestación convocada para el 16 de septiembre, ya que ese día, pero de 1999, desapareció el político de oposición Viktar Hanchar -quien no reconoció los resultados del referéndum de 1996-,2 junto con su amigo, el empresario Anatol Krasouski; ambos fueron declarados desaparecidos, pero en 2003 la investigación fue suspendida.
Bielorrusos mantienen que Hanchar y Krasouski fueron secuestrados y ejecutados por personas cercanas al presidente, como Dmitri Pavlichenko; este ha sido un tema escabroso en la historia contemporánea de Bielorrusia, por eso la oposición organizó el Día de la Solidaridad, celebrado el 16 de cada mes para conmemorar las desapariciones de Hanchar, Krasouski, Jury Zacharanka -ex ministro de asuntos internos y político de oposición-, Dzmitry Zavadski -periodista y camarógrafo personal del presidente, desaparecido y presuntamente asesinado- y por la muerte de Hienadz Karpienka -científico y político de oposición.
Concretamente el 16 de septiembre de 2005, la policía antidisturbios confiscó una cantidad de banderas utilizadas por los manifestantes; estas eran de color blanco-rojo-blanco, simbólicas porque fueron utilizadas tras el colapso de la Unión Soviética; es decir que se han empleado como antagonistas a los emblemas de los regímenes soviético y post soviético; por lo tanto, Mikita Sasim, uno de los coordinadores del movimiento juvenil Zubr, se sacó su camisa de jean -o mezclilla- y la utilizó como reemplazo de su bandera confiscada; esta acción tuvo un gran impacto, ya que a partir de entonces los miembros de la oposición portaron ropa de jean y ondearon banderas color índigo para los siguientes días 16 de cada mes.
Otro elemento fue el viaje de jóvenes bielorrusos al extranjero para observar el desarrollo de la Revolución Naranja en Ucrania, movilización no violenta que desconoció los resultados electorales e instauró al candidato prooccidental de oposición, Víktor Yúshchenko, en la presidencia; a su regreso, los jóvenes bielorrusos fueron arrestados, así como todo organizador de protestas, miembro de organizaciones - clasificadas como ilegales-, instructor de protestas callejeras y quién solicitase asistencia a países y organizaciones internacionales (Burger y Minchuk, 2006).
La lectora o el lector pueden pensar que las medidas preventivas previas tratan de una exageración, pero efectivamente había agrupaciones “prodemocráticas” que trabajaron de manera conjunta con organizaciones occidentales con el interés de derrocar al presidente Alexandr Lukashenko. Entre estas se destaca Zubr, organización juvenil opositora; Frente -juvenil- Malady; organizaciones civiles u ONG , como Vyasna o Hrodna Ratusha, liderada por el entonces candidato de oposición Alexander Milinkevich, un académico de ascendencia polaca con una plataforma reformista y respaldado por la Unión Europea; iniciativas civiles como Brest y Gómel, la Asociación de Estudiantes Bielorrusos; la preparatoria de Lenguas Bielorrusas; el Liceo Humanístico Bielorruso; campañas cívicas como Khopits! O ¡suficiente! y Za Svabodu o Por la Libertad; así como activistas cívicos (Sannikov y Kuley, 2006).
Ante esto, es necesario precisar que existe una inversión multimillonaria en la promoción de la democracia en el extranjero, tanto del gobierno y los partidos, como de ONG y filántropos privados estadounidenses que ofrecen becas para estudiar en Estados Unidos, viajes para asistir a cursos con líderes estudiantiles, proporcionan fondos para material didáctico, de difusión, casas de campaña, megáfonos, etc., y tienen un impresionante poder sobre los medios de comunicación para justificar su labor; todos estos elementos inciden en la preparación de jóvenes activistas para liderar movilizaciones prodemo-cráticas en sus respetivos países, movilizaciones no violentas cuyo fin es derrocar un régimen codificado como autoritario e instaurar uno democrático liberal a través de un golpe suave; eso se conoce como una Revolución de Color. Estados Unidos ha promovido y financiado tales manifestaciones, instrumentalizadas para enfrentarse a los aliados de la Federación Rusa, conquistar su espacio de interés exclusivo y convertir a los países en Estados satélite de Occidente.
Lo anterior fracasa por la vía militar, por lo que las ONG occidentales aprovechan coyunturas políticamente frágiles, como los tiempos electorales, y utilizan las agrupaciones de la sociedad civil como una herramienta. Boaventura de Sousa Santos (2006) lo señala, que las ONG de los países centrales tienen una participación importante en la promoción y el financiamiento de ONG de los países periféricos y semiperiféricos. Entre las ONG más características se encuentra el Instituto Republicano Internacional y el Instituto Nacional Demócrata, que responden a los respectivos partidos políticos estadounidenses; la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional - USAID-, la Fundación Nacional para la Democracia -NED-, la Freedom House y la Open Society Institute, beneficiada por la Open Society Fundation, una organización que canaliza fondos donados por el magnate multimillonario George Soros, eso sin mencionar el papel de los intelectuales de la movilización no violenta.
La base teórica de la acción no violenta es la obra De la dictadura a la democracia. Un sistema conceptual para la liberación, de Gene Sharp, el padre de las Revoluciones de Colores y fundador del Instituto Albert Einstein, organización que promociona las rebeliones no violentas para derrocar dictaduras o, mejor dicho, gobiernos codificados como no democráticos. Toda esta maquinaria se puso en marcha para las elecciones presidenciales bielorrusas de 2006.
A pesar de la vigilancia de las autoridades bielorrusas, el 19 de marzo de 2006 el movimiento “prodemocrático” agrupó a miles de personas en Minsk con el fin de manifestar su descontento ante los resultados de las elecciones presidenciales que le dieron su tercer triunfo a Lukashenko con un amplísimo margen de más del 80% de los votos a favor. Las protestas comenzaro de inmediato, al cierre de las casillas electorales, miles se congregaron, pero el avance de la jornada llevó a la disminución de los manifestantes, de aquellos miles pasó a cientos, y posteriormente a menos de cien. A diferencia del Maidán, o plaza de la Independencia en Kiev, la plaza de Octubre fue bloqueada, se cerraron cafeterías, restaurantes, tiendas de comida, así como los baños públicos; Minsk no fue indulgente, ni siquiera tolerante con los manifestantes.
Para el 24 de marzo, la policía antidisturbios disolvió la congregación de manifestantes en la plaza de Octubre, pero el día 25 se reagruparon unas diez mil personas en el parque Janki Kupaly, punto de reunión para escuchar a Milinkevich y Alexander Kazulin -los aspirantes a la presidencia-, y de ahí caminar hacia Niamiha, pero en el trayecto hubo un brutal acto de represión por parte de las fuerzas del orden, justo sobre la calle Dzerzhinsky (Marples, 2006).
Más actos de represión, encarcelamientos y deportación de líderes de oposición acontecieron, la Revolución de los Jeans se desvaneció como la nieve a la llegada de la primavera, pero después, en el año 2020, renacería vigorosa, valerosa, perseverante y con forma de mujer.
El 9 de agosto de 2020 se celebraron elecciones presidenciales en Bielorrusia y los resultados le otorgaron una aplastante victoria a la reelección del mandatario Aleksandr Lukashenko, quien obtuvo más del 80% de los votos de una importante participación -también superior al 80%-. El problema es que Lukashenko ha desempeñado el cargo desde la creación de este; es decir, ha ganado seis comicios: 1994, 2001, 2006, 2010, 2015 y 2020, que suman 26 años. Por ello “tras el cierre de las mesas electorales, numerosas personas se echaron a la calle en Minsk y otras ciudades para expresar su descontento con el recuento final, lo que derivó en enfrentamientos con la policía” (Sputnik, 2020). A su vez, durante las protestas hubo irregularidades en el funcionamiento de Internet (Lukyanov, 2020), lo cual llamó la atención de los observadores de derechos humanos.
Entre el 10 y el 11 de agosto los medios oficiales registraron alrededor de dos mil detenidos -aunque se hablaba de seis a siete mil-, y aproximadamente 200 hospitalizaciones, pero esto no detuvo la afluencia en las manifestaciones, que se han mantenido hasta la fecha, y resulta inaudito que protestas antigubernamentales perduren por tanto tiempo ya que Bielorrusia se ha caracterizado por sus tintes opresores y por haber logrado desarticular cualquier manifestación en un abrir y cerrar de ojos.
Uno de los pilares del movimiento de oposición ha sido Svetlana Tijanóvskaya, una profesora que se presentó como candidata a las elecciones tras el encarcelamiento de su marido, Serguéi Tijanovski, quién inicialmente había anunciado su intención de postulación, pero tras hacerlo fue arrestado bajo alegato de perturbar el orden público y ejercer violencia contra las fuerzas de seguridad (Lukyanov, 2020). Pero este no es un caso aislado.
En la coyuntura de la campaña presidencial había tres posibles candidatos de oposición: Tijanovski, activista prodemocrático e influyente debido a que utiliza el YouTube como plataforma política; el ex banquero de Gazprombank y filántropo Víktor Babariko, detenido por actividades financieras ilegales, o corrupción, y el diplomático y empresario Valeri Tsepkalo, a quién se le negó la candidatura después de que, de las 160,000 firmas presentadas -para las cien mil necesarias- para el registro, solo 75 mil fueron reconocidas por la Comisión Electoral Central (World Today News, 2020). Posteriormente, Tsepkalo abandonó el país por temor a ser procesado.
Lo interesante es que tanto la jefa de campaña de Babariko, María Kolésnikova, como la jefa de campaña y esposa de Tsepkalo, Verónica Tsepkalo, se adhirieron a Tijanóvskaya para trabajar conjuntamente; no obstante, la carrera hacia la presidencia se encontró llena de obstáculos. De acuerdo con Amnistía Internacional Reino Unido (2020), las autoridades bielorrusas “han estado apuntando a las mujeres con represalias específicas de género, incluidas amenazas de llevar a sus hijos bajo custodia estatal, así como amenazas de violencia sexual”.
Bajo órdenes de inspección domiciliaria, las autoridades advirtieron que confiscarían a los niños supuestamente por el estado de la vivienda, las madres resultaron ser activistas o miembros de familiares de la oposición; asimismo, la pareja de un activista político fue amenazada con ser violada en grupo mientras se encontraba en las instalaciones de la comisaría haciendo su visita rutinaria (Amnistía Internacional, 2020).
Por lo tanto, la candidata Tijanóvskaya envió a sus hijos a vivir al extranjero y se entregó a la lucha por el cambio. De acuerdo con Tijanóvskaya, “las autoridades eliminaron descaradamente a los tres jugadores más fuertes de las elecciones, así que decidimos unirnos y mostrarles lo que es la solidaridad femenina” (El País, 2020).
La determinación de Tijanóvskaya no se extinguió tras el anuncio de la victoria de Lukashenko, y con su casi 10% de los votos a favor llamó a no reconocer los resultados y a ocupar las calles de Bielorrusia. Su momentánea retención en el edificio de la Comisión Electoral Central la incitó a salir del país y refugiarse en la vecina Lituania, pero desde ahí transmite mensajes al pueblo bielorruso. Según RT (2020),
Tijanóvskaya ha estado compartiendo videos en las redes sociales en apoyo de las protestas en curso y dice que ha estado en contacto con funcionarios de países que incluyen a Estados Unidos, Canadá, Alemania, Gran Bretaña, Polonia y más.
“Les pedí a todos que respeten la independencia de nuestro país, la soberanía de nuestro país, dijo”.3
Las palabras de Tijanóvskaya resonaron durante la escalada de tensión del 10 de agosto; entonces se llevaron a cabo enfrentamientos entre la policía y los manifestantes en varios puntos del país, como en la plaza Pushkinskaya, en el centro de Minsk y en la ciudad de Brest, así como choques posteriores al intento de instalación de barricadas, aquí las autoridades respondieron con balines de goma, granadas de aturdimiento y gases lacrimógenos. En este contexto se anunció la muerte de un joven que sufrió la detonación de un cóctel molotov en la mano.
Mientras, el 11 de agosto los trabajadores de una importante fábrica en Minsk anunciaron una huelga hasta que se detuviera lo que ellos llamaron el derramamiento de sangre, la detención ilegal de ciudadanos pacíficos, la liberación de los prisioneros políticos e investigación de las detenciones, los golpes y el abuso, y que se castigara a los responsables de acuerdo con la ley; además de sostener justas y transparentes elecciones con involucramiento de los observadores internacionales (Global News, 2020).
Ante ello, el presidente de Rusia, Vladímir Putin,m recordó que las autoridades bielorrusas invitaron a las instituciones democráticas y de derechos humanos de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa -OSCE- para participar en la observación electoral, pero esa invitación no fue aprovechada, lo que provoca pensar en que ya existía una postura ante los posibles resultados (Sputnik, 2020).
Progresivamente, más trabajadores de todo el país comenzaron a posicionarse respecto de los acontecimientos, como los de los gigantes industriales Belaruskali, Naftan, Belarus Tractor y Belarus Steel Works, quienes se unieron a los manifestantes o protagonizaron protestas espontáneas, como la empresa Belaruskali en Salihorsk; en Zhlobin los trabajadores de Belarusian Steel Works cesaron la producción, los mineros de Belaruskali dejaron de trabajar y en empresas como Grodno Azot y BElAZ en Zhodzina, así como Naftan en Navapolatsk, los trabajadores presentaron demandas de advertencia sobre la suspensión de la producción si no se respondía a sus ultimatos (Belarus Digest, 2020).
Ante esto, Lukashenko reiteró que no permitiría un “Maidán” en Bielorrusia; es decir, un golpe de Estado como el que ocurrió en Ucrania en 2014 (Lukyanov, 2020). Pero el patrón es inconfundible: efectivamente, se trata de una Revolución de Colores, un conjunto de manifestaciones “prodemocráticas” no violentas con eventos simbólicos, como lo fue cuando los asistentes a las protestas sostuvieron fotografías de los hematomas en su piel causados por las golpizas propinadas durante las manifestaciones, así como la exhibición de sus cuerpos magullados y con marcas de tortura recibida en los centros de detención.
Según Sahuquillo (2020):
La primera “protesta de mujeres” surgió de manera espontánea en un grupo de Telegram al inicio de las manifestaciones contra el supuesto fraude electoral, cuando la represión policial trataba de sofocar violentamente las protestas y miles de detenidos, en su mayoría hombres, pero también muchas mujeres, relataron vejaciones y torturas bajo custodia. Aquel grupo atrajo la atención de cientos de bots y trolls y tuvo que cerrarse. Rápidamente, la feminista Marina Mentusova y otras ciudadanas lanzaron Mujeres Bielorrusas, un canal de Telegram que hoy tiene más de 12,500 suscriptores y que además de tratar de coordinar marchas canaliza noticias. “Queríamos poner el foco en la situación de Bielorrusia, pero destacando la idea de superar el miedo, cambiarlo por esperanza y por el deseo de salir a luchar por los propios derechos”, comenta Mentusova, directora de eventos de 27 años.
Algo peculiar que diferencia esta de las demás Revoluciones de Colores es que se encuentra protagonizada por mujeres; de hecho, desde los inicios de las manifestaciones las mujeres han sido quienes han tomado las calles y son las líderes del movimiento en Minsk; repudian los comentarios del presidente Lukashenko sobre la participación política de las mujeres en Bielorrusia, los cuales enuncian que la Constitución no está hecha para las mujeres, que ellas solo pueden servir al gobierno, que no tienen la fuerza, el conocimiento o la posibilidad de gobernar ,y que el país no está preparado para que una mujer alcance la presidencia; tales aseveraciones se encuadraron en un momento en que el mayor rival del régimen era protagonizado por una coalición de tres mujeres (Euronews, 2020) .
El 12 de agosto las marchas de mujeres empezaron a tomar las calles como cadenas de solidaridad o marchas solidarias, ahora se repiten a diario: marchan por el fin de la violencia, por elecciones justas, por la democracia, y poco a poco el discurso ha evolucionado y ahora resuena su demanda por la igualdad, aunque no hay reclamaciones de género, de hecho, la igualdad de género no se encuentra en la agenda, y ciertamente existe representación política, actualmente el 34% de los escaños del parlamento se encuentra ocupado por mujeres (El País, 2020).
Entretanto, la presencia de las mujeres en las calles ha tomado diversas formas, han besado, abrazado y obsequiado flores y globos a los miembros de las fuerzas especiales para que bajen sus armas; han marchado largas distancias vestidas de blanco, rojo o ambos, o con trajes típicos; se las ha visto haciendo huelgas de hambre, sosteniendo banderas blanco-rojo-blanco y pancartas que piden detener la represión, la renuncia de Lukashenko, la liberación de Bielorrusia y por sanciones a las potencias occidentales en contra del régimen.
Con posterioridad a la ceremonia de toma de posesión de Lukas-henko, la Unión Europea, Alemania, Polonia, la República Checa, Ucrania, Canadá y Estados Unidos indicaron no reconocerlo, pero con anterioridad a esto ya habían sido estratégicamente emplazadas las tropas de la OTAN en la frontera occidental, en las vecinas Lituania y Polonia. Esto representó una situación crítica, por lo que Lukashenko mantuvo conversaciones telefónicas con su homólogo ruso, Vladimir Putin, quien aseguró la asistencia de la Federación Rusa en caso de una inminente amenaza, en el marco de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva, una asociación compuesta por Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Rusia y Tayikistán, cuyo fin es protegerse de las amenazas externas (Sputnik, 2020).
Entretanto, Lukashenko ordenó al Comité Fronterizo Estatal reforzar las fronteras para prevenir la penetración de soldados, armas y dinero de otros países para la financiación de las protestas (TeleSur, 2020). Efectivamente, “por primera vez en un cuarto de siglo [Lukashenko] tuvo que tomar una decisión dramática para poner a las principales fuerzas del ejército en alerta de combate total y enviar tropas a la parte occidental del país” (BELTA, 2020).
Lukashenko había estado coqueteando con Occidente, y los acontecimientos lo empujaron a buscar el respaldo de Moscú; aunque desde 1999 tanto Rusia como Bielorrusia habían anunciado la intención de crear una alianza, se ha tratado de un proyecto estancado, que solamente incidió en la disminución del precio del gas y el petróleo ruso, por lo que Moscú ajustó las tarifas a las del mercado internacional y ejecutó la suspensión de los aranceles bajos para las mercancías bielorrusas; ante la posterior interrupción de los despachos de hidrocarburos por falta de acuerdo sobre los contratos, Minsk anunció sus planes de diversificación de las fuentes de suministro; la provocación fue tal que no se limitó a la compra del crudo de Noruega y Azerbaiyán, sino que buscó proveedores de Arabia Saudita y Estados Unidos. A su vez, a partir de la participación de Minsk en los procesos de paz para Ucrania, fueron recibidos en el país altos funcionarios estadounidenses, a pesar de que en 2008 tanto Bielorrusia como Estados Unidos cerraron sus correspondientes embajadas (Sputnik, 2020).
Si bien siempre hay diferencias en cuanto a las posturas que se expresan en el plano internacional por las alianzas políticas, en lo interior también se encontraban posiciones paralelas. Para el 16 de agosto se llevaron a cabo dos manifestaciones bastante distintas en la capital: las de la oposición, ubicadas en Ciudad del Héroe de Minsk Estela, por la avenida Pobediteley, y las que defendían los resultados electorales y daban su apoyo a Lukashenko, en la plaza de la Independencia (Belarus Feed, 2020).
Los cálculos respecto de la cantidad de asistentes son confusos; ciertos medios le dieron mucho más peso a la de la oposición mientras que otros ridiculizaron sus afirmaciones, se trataba más que nada de una batalla de desinformación protagonizada por los medios de comunicación. Según Lukashenko:
estamos siendo testigos de una cierta etapa de una guerra híbrida en Bielorrusia. ¿De qué otra manera se puede llamar? Los medios de comunicación y el panorama de la información se han involucrado en esta lucha, una guerra de bandos en conflicto. Un ataque diplomático contra nosotros ha comenzado al más alto nivel” (BELTA, 2020).
Esto explica la detención de periodistas y la confiscación de teléfonos y documentos de identidad hasta evaluar los permisos para periodismo, incluso quitar la acreditación a medios internacionales como la bbc, que se caracteriza por ser antirrusa.
Diversos medios estimaron que el 16 de agosto se efectuó la manifestación más grande en la historia de Bielorrusia: unas 200,000 personas tomaron las calles de Minsk en la Marcha por la Libertad, y hubo protestas solidarias en Baranovichi, Brest, Gomel, Grodno, Mongilev, Postavy, Slonim, Vitebsk, Volkovysk, entre otras; esa mañana temprano, las mujeres dispusieron calabazas en la casa de gobierno, una antigua costumbre bielorrusa que significa que a la novia no le gusta el novio; asimismo, las mujeres reaccionaron con fiereza ante los intentos de arresto y se interpusieron entre la policía y los manifestantes (Belarus Feed, 2020).
Otras manifestaciones importantes tuvieron lugar en Grodno, una ciudad cerca de la frontera de Polonia y Lituania, sitio que el gobierno teme pueda ser anexionado en algún momento por Polonia. Para el 22 de agosto más de veinte mil personas se reunieron en la plaza Lenin para atender al mitin del presidente sobre los eventos actuales y le mostraron su completo apoyo.
Entretanto, de acuerdo con Belarus Feed (2020), el viernes 28 de agosto la Marcha de Mujeres congregó a aproximadamente diez mil féminas que acudieron la plaza de la Independencia para protestar contra la brutalidad policial, por la libertad de los presos políticos y por nuevas elecciones, mientras que el domingo 30 de agosto, en el cumpleaños número 66 del presidente Lukashenko, los manifestantes no desaprovecharon la oportunidad de “felicitarlo” en el contexto del movimiento. De hecho, el 30 de agosto también se cumplió el 22° día consecutivo de protestas, y lo celebraron con regalos de cumpleaños como ataúdes, coronas funerarias y modelos de cucaracha (Shandra, 2020). Y los llamados de atención por parte de las potencias occidentales son interminables.
El mismo Lukashenko se encuentra anonadado por la atención que Occidente ha destinado al país eslavo, principalmente la cumbre que la Unión Europea mantuvo por videoconferencia para abordar el problema sobre la legitimidad democrática de Bielorrusia, sobre la cual declaró:
les aconsejaría, antes de señalarnos con el dedo, que pongan en la agenda los “chalecos amarillos”, los disturbios en Estados Unidos y después de estas preguntas, el sexto o séptimo punto podría ser sobre Bielorrusia (TeleSur, 2020).
Ciertamente,
la Unión Europea ha anunciado la imposición de sanciones a Bielorrusia por la represión de las protestas. Además, se destinarán dos millones de euros para apoyar a las familias de las víctimas y un millón para la sociedad civil, como han anunciado en una rueda de prensa el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y Ursula von der Leyen, presidente de la Comisión Europea (Euronews, 2020).
La cumbre europea estuvo llena de aseveraciones propias de Estados Unidos, como que el pueblo de Bielorrusia merece algo mejor, que estaban dispuestos a sancionar a los responsables de la manipulación, la represión y la violencia, que las elecciones no cumplieron con los estándares internacionales y no reconocen los resultados, y propusieron retirar las ayudas económicas del gobierno y redireccionarlas hacia la sociedad civil (Euronews, 2020). Por otro lado, la líder de oposición Tijanóvskaya se ofreció para liderar el proceso de normalización y organizar elecciones que suponen ser libres y transparentes, tanto como para ser aceptadas por la Comunidad Internacional; por supuesto, posteriormente a la liberación de los presos políticos (Agencia EFE, 2020).
Aunque Lukashenko permanece inconmovible respecto de las peticiones de los manifestantes o los países de Occidente, ha expresado disposición para una reforma constitucional respecto de los poderes del ejecutivo (TeleSur, 2020). Si bien al decimoprimer día de protestas la violencia empezó a disminuir, fábricas, complejos industriales y periodistas de varios canales de televisión se declararon en huelga por el llamado de Tijanóvskaya para paralizar la economía y obligar a Lukashenko a dimitir; de hecho, la oposición creó el Consejo de Coordinación para la Transferencia del Poder, la cual es antirrusa, prooccidental y partidaria del neoliberalismo, algo notorio, ya que sus propuestas tienen que ver con salir de todos los proyectos de integración con la participación de Rusia, prohibición de las organizaciones prorrusas y de la transmisión de programas rusos, la salida de los militares rusos; fortalecer la identidad y el idioma nacional; ingresar a las estructuras económicas, políticas y militares de la Unión Europea y de la OTAN, y que la OTAN capacite a los militares nacionales, así como la privatización del sector estatal (Peláez, 2020).
Según Peláez (2020):
Su presidente (…) nunca permitió la privatización de las empresas estatales, conservó los beneficios sociales de la época soviética y evitó la aparición de los oligarcas. Sin embargo (…) en 2014, Lukashenko percibió el Maidán o Revolución de Colores en Ucrania como una oportunidad de elevar la importancia de su país en términos geopolíticos tanto frente a Moscú como frente a Washington y Bruselas, y de paso aumentar su poder de negociador con Rusia. Bielorrusia nunca reconoció la integración de Crimea en la Federación de Rusia. Tampoco reconoció la independencia de Abjasia y Osetia del Sur. Con el tiempo, Bielorrusia empezó a convertirse (…) en un “aliado inestable de Putin”.
En consecuencia, el presidente se ha encontrado fuertemente presionado por los países occidentales, incluso a través de los bielorrusos que se han manifestado en las embajadas bielorrusas de Letonia, Lituania y de la República Checa, sin mencionar que se ha quemado la imagen de Lukashenko en Ucrania; a su vez, en Lituania se han formado cadenas humanas desde Vilna hasta la frontera de Bielorrusia en solidaridad con los manifestantes, esto se logró por medio de un registro en línea para participar en la cadena de 32 kilómetros (Euronews, 2020).
Entretanto, para el sábado 19 de septiembre más de 300 personas, en su mayoría mujeres, fueron detenidas en Minsk en una marcha de protesta convocada bajo el nombre de Marcha Brillante; entre las multitudes resaltaron pancartas que enunciaban “SOS” y “nuestra lucha tiene rostro de mujer” (Agencia EFE, 2020).
Para octubre las manifestaciones continuaron, pero las asistentes han confirmado que cada vez resultaban más violentas las fuerzas del orden con ellas, ni siquiera habían empezado la marcha cuando ya habían estacionado las furgonetas y llevado a rastras a las mujeres más jóvenes; los policías antidisturbios las reprimen, pero afirman que cada día más personas se solidarizan con aquellas que llaman “las pioneras de la Revolución”, que reiteran que su presidente es un machista, que es hora de probarle lo fuertes que son y apoyar a María Kolésnikova ante la aceptación de su arresto tras romper su pasaporte para no ser expulsada del país (DW, 2020).
El 9 de octubre la oposición de Bielorrusia pidió a las mujeres de todo el mundo marchar juntas en protesta global contra el presidente Lukashenko (Europa Press, 2020). De acuerdo con Marina Mentusova, “en el fondo, sus frases despectivas hacia todas las mujeres y específicamente hacia Svetlana [Tijanóvskaya] nos ayudaron a unirnos” (Sahuquillo, 2020).
A pesar de que la situación bielorrusa se encuentra en el contexto de las Revoluciones de Colores, las mujeres han reconfigurado su significado: de una protesta sobre el fraude electoral se ha convertido en reclamos de justicia sobre los presos políticos, sobre la represión y la dignificación de la mujer en la política. Al decir que Svetlana Tijanóvskaya no puede gobernar por el hecho de ser mujer, el presidente hizo hervir la sangre de las mujeres bielorrusas, quienes se mantienen de pie ante un gobierno con mano de hierro.
Mujeres de todas edades asisten a las protestas organizadas para cada sábado en Minsk; un ejemplo es Nina Bahinskaya, una mujer de 73 años que saltó a la fama en los medios de comunicación al ser arrestada y montada en una camioneta de la policía; la llaman la heroína de las protestas callejeras en Bielorrusia, y ha sido activista de oposición desde muy joven, pero es solo un ejemplo entre el gran conglomerado de mujeres que se manifiestan hasta hoy en contra de Lukashenko.
No parece que las protestas logren disiparse de la forma tradicional, las mujeres cambiaron las reglas de juego; incluso, en un intento por calmar los ánimos, con el presidente Putin se acordó que Bielorrusia sería el primer país en recibir la vacuna rusa contra la covid-19, y así fue. No pudo derrocarse al “último dictador de Europa”, pero su régimen fue sacudido como nunca antes, primero por un conglomerado de tres mujeres, y posteriormente por uno de miles.