Introducción

De acuerdo con Rocha Valencia y Morales Ruvalcaba (2017), el orden internacional es un patrón de organización que se construye a partir de valores compartidos, objetivos e intereses comunes, instituciones y normas, que oscila entre la competencia y la cooperación; este orden cambia a partir de una crisis y en el proceso se lleva a cabo su deconstrucción con una competencia abierta, que continúa con una guerra y su fin instiga a la conformación de afinidades políticas y militares, la firma de tratados, y entonces se configura un nuevo orden mundial. Por lo tanto, ha de notarse que nos encontramos en ese momento histórico, transitando de un orden a otro y encallados en la fase (material) de la guerra.

Pareciera que el orden internacional después de la Primera y Segunda Guerra Mundial, así como tras la Guerra Fría, ha sido un común acuerdo, una especie de contrato social como el de Rousseau, en el que se traduce la libertad como soberanía y la sociedad que encadena el actuar serían los Estados que componen el sistema a través de Naciones Unidas. La cuestión es que el orden ha sido modelado por un reducido grupo de actores que comparten y lideran un modelo civilizatorio: la democracia liberal y la economía de mercado, y en conjunto, ante cualquier desafío a lo establecido, han invocado un “orden basado en reglas”, uno que favorece exclusivamente a occidente.

Ciertamente, más que un aliado para occidente, Ucrania se ha (de) formado económica, política, cultural y militarmente por Estados Unidos (y de manera subsidiaria por los países europeos) como pivote geopolítico, geoeconómico y geocultural en contraposición a Rusia, cortando así sus relaciones comerciales y diplomáticas al oeste, procurándose la expansión de su brazo militar la Alianza del Atlántico Norte y el mundo delineado a principios de los noventa por Francis Fukuyama; por lo tanto, más que considerar a la actual crisis en el gran tablero mundial de Zbigniew Brzezinski, se trata de un cambio de juego y de reglas.

Antecedentes

El intervencionismo estadounidense (u occidental) en Ucrania inició en 2004, cuando se llevaron a cabo elecciones presidenciales cuyo desenlace estaba destinado a ser geoestratégico debido a que los candidatos más sobresalientes eran Víktor Yanukóvich, ruso-parlante y antiguo gobernador de Donetsk, y Víktor Yúshchenko, nacionalista que apostaba por la adhesión del país a la Unión Europea y a la OTAN.

La ajustada segunda vuelta (que por primera vez mostró al país dividido en dos) dio el triunfo a Yanukóvich, por lo que se desataron una serie de protestas prodemocráticas y prooccidentales que condenaron un supuesto fraude. El movimiento, nombrado Revolución Naranja por el color del partido de Yúshchenko, tuvo un impresionante apoyo financiero de Estados Unidos, por lo que se trató de manifestaciones masivas que se prolongaron hasta que la Suprema Corte llamó a una (ilegal) tercera vuelta, y ahí se definió la victoria de Yúshchenko y del proyecto nacionalista para Ucrania, que incluyó designar como héroe al colaborador nazi durante la Segunda Guerra Mundial, Stepán Bandera (RT, 2010).

Durante el Gobierno de Yúshchenko se deterioraron las relaciones con Rusia, y ante la crisis económica de 2008 el Gobierno de Kiev se encontraba desequilibrado frente a los comicios presidenciales de 2010, en los que Yanukóvich concursó y ganó. Fue en el año 2013 cuando el entonces presidente de Ucrania aplazó la firma del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, una cuestión puramente comercial que no tenía relación con el ingreso del país a tal comunidad, pero el malestar de ciertas agrupaciones sociales ante la retractación de esa posibilidad fue la coyuntura ideal para una serie de protestas conocidas como el Euromaidán (siendo el Maidán la Plaza de la Independencia en Kiev).

Entre los manifestantes había militantes de partidos políticos de extrema derecha como la Unión Pan-ucraniana Svoboda y Pravy Sektor, este último identificado como ultranacionalista y paramilitar, formado por varias organizaciones que tienen su origen en el mismo Euromaidán, como los batallones Azov y Aidar, unidades militares de voluntarios neonazis ucranianos y de varios otros países (La Jornada, 2022).

En un inicio las marchas del Euromaidán fueron masivas y relativamente pacíficas, pero poco a poco la brutalidad se apoderó del movimiento. De los días más violentos fue entre el 18 y 20 de febrero de 2014, cuando francotiradores emplazados en azoteas dispararon contra policías y civiles, entonces reinó el caos (Euronews, 2014). A lo largo de las manifestaciones, muchas de las bajas fueron del Bérkut, del sistema de policía especial de la milítsiya ucraniana, esto también significó que entre los manifestantes había personas armadas y entrenadas para dar batalla.

Finalmente, el ambiente de gran inestabilidad conllevó al golpe de Estado (parlamentario) contra Yanukóvich. Posterior a ello, varios de los líderes de ultraderecha que participaron en el movimiento ocuparon cargos políticos, como el líder del Pravy Sektor, Dmitró Yárosh, quien fue diputado de Ucrania entre 2014 y 2019. Asimismo, las agrupaciones paramilitares fascistas pasaron a conformar la guardia nacional, pero lo que determinó uno de los mayores problemas fue cuando el presidente interino, Oleksandr Turchínov, ordenó derogar la ley sobre el estatus especial de la lengua rusa (así como de otras minoritarias) que había promulgado Yanukóvich, algo que violaba los derechos de la identidad cultural (proporcionalmente, más que nada) del este y el sur de Ucrania.

La situación fue inaceptable, más de la mitad del país no reconocía al Gobierno golpista de Kiev, y Crimea, con mayoría rusa, optó por llevar a cabo un plebiscito para solicitar su adhesión a Rusia (DW, 2014). Aunque las regiones del este de Ucrania hicieron y buscaron lo mismo, Vladimir Putin no lo aceptó en ese momento y continuó instando a las partes a cumplir los compromisos firmados en Minsk.

A estas alturas, la población del este de Ucrania ya sufría de constantes ataques, como la masacre del 2 de mayo de 2014 en Odessa, donde se quemó a alrededor de 50 personas ruso-parlantes que se manifestaban a través del movimiento del anti Maidán y que, tras encontrarse con una agrupación ultranacionalista, se refugiaron en el edificio de los sindicatos, hacia donde se lanzaron bombas molotov, provocándose el terrible incendio; las personas que se arrojaron por la desesperación, al caer fueron golpeadas, algunas hasta la muerte (Sputnik, 2018). Pero esto fue sólo el principio. Países de la OTAN, principalmente Estados Unidos, empezaron a armar con mayor fuerza a los ultranacionalistas con el mismo ímpetu con el que fueron financiados en conjunto con poderosos oligarcas ucranianos para derrocar a Yanukóvich.

Para entonces, Rusia no había intervenido más que con el constante envío de ayuda humanitaria y armas para la autodefensa de los habitantes del este, quienes crearon milicias civiles y sufrieron el corte de servicios y suministros provenientes de Kiev. Se trató de una guerra civil que dio inicio en 2014 y que hoy ha cambiado para abrir paso a una guerra entre Rusia y Ucrania. Una donde soldados y neonazis ucranianos usan a las personas como escudos humanos, boicotean los corredores humanitarios, trasladan el equipo militar a zonas residenciales y realizan detonaciones en instalaciones de energía nuclear. Por eso cuando Vladimir Putin dice que se plantea la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, es como si se tratase de un ataque directo contra Estados Unidos (y la OTAN), el arquitecto del actual conflicto ruso-ucraniano.

La operación militar especial

El 21 de febrero de 2022, tras ocho años de guerra civil o, mejor dicho, una ofensiva desproporcionada contra las regiones del este de Ucrania llamada por las autoridades en Kiev como “operación antiterrorista”, se llevó a cabo el reconocimiento (limitado) de la República Popular de Donetsk y de la República Popular de Lugansk como Estados independientes; ante ello, occidente invocó “un orden basado en reglas”, apuntándose que Moscú no puede ni tiene derecho a hacerlo, mucho menos de “invadir” un Estado “soberano” como Ucrania.

La cuestión es que Ucrania dejó de ser soberana desde 2014, cuando, ante la inminente bancarrota, la cual incitó al (entonces) primer ministro Arseniy Yatsenyuk a hacer la apertura del Parlamento golpista con la frase “bienvenidos al infierno”, se ha mantenido a base de préstamos, de “ayudas” de organismos de Estados Unidos y de la Unión Europea, y a cambio Ucrania se ha convertido en la antesala de la OTAN: se ha construido infraestructura, se ha armado y entrenado a sus soldados, y se han dictado desde el extranjero las políticas que dirigen el país, convirtiéndole prácticamente en una colonia.

De acuerdo con el diario El Español (2022), este orden por el que clama occidente no se basa en la justicia, la equidad o la ley, sino en intereses por conservar cierta civilización, por la hegemonía global de Estados Unidos, de hecho, “el orden internacional basado en reglas consiste en que Estados Unidos dicta las reglas y el resto del planeta obedece las órdenes” (El Español, 2022). Si bien occidente ha privado a Rusia de uno de sus aliados más importantes, en contraposición a Ucrania, una serie de países ha decidido “independizarse” de Washington.

Ciertamente, los gobiernos han desaprobado la “invasión” rusa a Ucrania pero han optado por no alinearse: no apoyan la operación militar especial, pero no sancionan a Rusia; más allá de los “asuntos morales” están los intereses, ya sean políticos o comerciales; por ejemplo, los de los líderes progresistas en América Latina son los de la soberanía y el desarrollo. En este sentido, McMaken (2022) afirma que “es sorprendente la falta de autoconciencia de los numerosos funcionarios americanos que adoptan una postura moralista en su oposición a la invasión rusa de Ucrania”.

En este sentido, ¿qué justifica que, en marzo de 2021, en la cumbre chino-norteamericana en Anchorage (Alaska), el secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, afirmara que las acciones de China amenazan el orden basado en reglas? Si se habla sobre derechos humanos, ¿por qué no se cuestionó al colombiano Iván Duque?, ¿o al chileno Sebastián Piñera?, ¿o a Benjamín Netanyahu?, ¿o al mismo Volodímir Zelenski? La pregunta clave es ¿quién ha estado a la cabeza de un gobierno que se desempeña como una junta nazi y ejerce actividades de terrorismo contra gran parte de la población? Aquí no tiene importancia su actuar, sino si sirve (o no) a los intereses de Washington, en este caso, concretamente, a los del Partido Demócrata. El punto neurálgico es que mientras los países perpetúen el orden global existente, no representan un desafío al “orden basado en reglas”. Ciertamente, “el Gobierno de Estados Unidos […] usualmente invoca el término cuando hace demandas unilaterales o interviene militarmente contra otros gobiernos” (Knapp, 2021).

Desde una perspectiva latinoamericana, cuando López Obrador en México define una política soberana en materia de suministro eléctrico, ¿será un desafío al “orden basado en reglas” frente a las protestas de empresas canadienses y estadounidenses? ¿Qué pasará en Colombia con Petro? El programa de paz, ecología y reformas sociales ¿lo convertirá en amenaza al “orden basado en reglas”? (Tiempo Argentino, 2022).

De hecho, cuando Gustavo Petro era apenas candidato a la presidencia de Colombia, fue catalogado por Washington como “amenaza a la seguridad de Estados Unidos”, buscándose encasillarlo en el fenómeno “populista” y reducir así su calidad democrática, ¿por qué? Regrese a la Irak de 2003. Como una guerra selectiva y “preventiva”, Estados Unidos invadió Irak en 2003, cientos de miles fueron asesinados, y a pesar de demostrarse la gran farsa con la que se “justificó” la ocupación, se le hizo pedazos porque el régimen iraquí (de cualquier forma) no era “democrático”, suficiente para abrir fuego contra niños y multitudes desarmadas, el bombardeo y destrucción de Faluya y Mosul, utilizar bombas de racimo, la destrucción de las instituciones, por eso es preciso preguntarse: ¿se aísla a Rusia por motivos morales? (McMaken, 2022).

El lector también debe considerar que Rusia ejecuta ataques de alta precisión, incluso sus armas han sido catalogadas por medios occidentales como “ineficaces” por la reducida cantidad de bajas civiles que produce; la cuestión es: Rusia no es enemiga del pueblo ucraniano, sino de aquellos que amenazan su seguridad y la de los ciudadanos rusos dondequiera que éstos se encuentren a pesar de los numerosos paquetes de sanciones que lo acompañan.

En este sentido, en palabras de Xie Feng, “lo que pretende hacer [Estados Unidos] no es más que modificar las reglas, poner restricciones a los demás, sacar beneficios privados, y aplicar la ’ley de la selva’ según la cual los poderosos devoran a los débiles con su fuerza” (Ministry of Foreign Affairs of the People’s Republic of China, 2021). Una forma ha sido mediante las leyes del mercado, ante las cuales el sur global ha respondido con el sometimiento a contracciones económicas y recortes sociales, pero en ocasiones no pueden aplicarse a occidente, por ejemplo, está en proceso un acuerdo sobre fijar un tope al precio del petróleo ruso, lo que significa intervención directa del Estado en asuntos que deben ser regulados por “la mano invisible”; en cambio:

De acuerdo con Slavyangrad (2022):

Las autoridades de Estados Unidos han privado a la economía rusa del estatus de economía de mercado por la creciente influencia del Estado sobre ella, afirmó el Ministerio de Comercio. La decisión, según el Ministerio, dará a Estados Unidos la oportunidad de aplicar completamente la legislación antidumping contra Rusia y reducir la presión sobre las empresas estadounidenses a causa de las operaciones de importación injustas.

El efecto bumerán no fue previsto por occidente, parecía una situación de ventaja enteramente vertical en la que Moscú se sometería ante Washington y Bruselas ya que, a finales de enero de 2022, mientras se discutían garantías de seguridad, fue deliberadamente omitido el asunto de la expansión de la OTAN hacia el este y el posible despliegue de armas en las fronteras rusas. Al respecto, fue descubierto un documento que se corresponde con el desmantelamiento de la Unión Soviética que muestra que “los británicos, los estadounidenses, los alemanes y los franceses coincidieron en que la pertenencia a la OTAN de los países europeos del este era ‘inaceptable’, reza la publicación de Der Spiegel” (El Comunista, 2022).

Retomándose el diario de prensa online El Comunista (2022):

“En el marco de las negociaciones en el formato Dos más Cuatro, dejamos claro que no expandiríamos la OTAN más allá del Elba. Por lo tanto, no podemos ofrecer a Polonia y a los demás [países de Europa del Este] ser miembros de la OTAN”, afirmó en aquel entonces Jürgen Chrobog, representante de la República Federal de Alemania, si bien la revista precisa que el diplomático aparentemente confundió el Elba con el río Óder.

De hecho, poco antes de la operación militar especial, occidente rechazó “firmar un tratado bilateral sobre seguridad en Europa con Rusia y […] cerrar la puerta a una futura incorporación de Ucrania a la Alianza Atlántica” (Cordero, 2022). Ante esto, recuerde el discurso de Vladimir Putin de febrero de 2007 en Munich, donde planteó su postura sobre puntos clave de la política mundial: criticó el modelo de mundo unipolar, la política exterior de Estados Unidos, el uso injustificado de la fuerza contra otros países y la expansión de la OTAN hacia las fronteras rusas (RT, 2022). Y fue el mismo Putin quien resaltó que “en la estrategia militar de la otan para 2019, Rusia es identificada explícitamente como la principal amenaza de seguridad y adversario” (El Comunista, 2022).

Entretanto, el 19 de enero, diputados del Partido Comunista de Rusia presentaron el anteproyecto para el reconocimiento de las repúblicas rebeldes del este de Ucrania frente a las amenazas políticas de genocidio llevadas a cabo por el Gobierno de Kiev, destacándose que Washington y los países europeos aumentan las tensiones al suministrarle armamento; por supuesto, el Parlamento ucraniano calificó la decisión como otro intento por destruir el orden mundial basado en la Carta de la ONU y de la arquitectura de la seguridad global con bases en los acuerdos de Minsk (Sputnik, 2022). Pero tales acuerdos nunca llegaron a aplicarse.

La falla en la implementación de los acuerdos de Minsk condujo a que el 15 de febrero la Duma (la Cámara baja del Parlamento ruso) votara para pedir a Vladimir Putin el reconocimiento del Donbass. La situación era crítica, tanto así que el día 18 los líderes de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, Denis Pushilin y Leonid Pasechnik, anunciaron la evacuación masiva de los civiles tras denunciar una inminente ofensiva ucraniana a gran escala; además, desde el día 16 se habían producido 316 explosiones (Sputnik, 2022).

Autobuses salieron camino a Rusia y el 21 de febrero Putin firmó el decreto que reconoce la independencia de las Repúblicas Populares, suscribió los acuerdos de amistad, cooperación y de asistencia mutua, y ordenó a las fuerzas armadas garantizar el mantenimiento de la paz en el Donbass (El Comunista, 2022), esto es parte de lo que Donetsk y Lugansk esperaron desde el 7 y 27 de abril de 2014 (respectivamente), cuando determinaron su separación de Ucrania.

Empero, lo que sorprendió al mundo fue la decisión de Putin de llevar a cabo una operación militar especial, cuyo objetivo estableció “proteger a las personas que han sido objeto de abusos y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años” (Cuba Debate, 2022). Para ello se planteó la desmilitarización y desnazificación de Ucrania, ya que “Ucrania es el único país del mundo donde el nazismo y los criminales nazis son glorificados a nivel estatal”, dijo Vladimir Putin en la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (RT, 2022). Si bien la situación ya se había llevado ante las respectivas autoridades, las constantes denuncias no tuvieron un eco en la comunidad internacional hasta ahora, cuando se muestra a Rusia como un agresor.

A partir de la adhesión de Crimea a Rusia en 2014 es que se adoptaron las primeras sanciones, y desde febrero de 2022 la Unión Europea ha aprobado más de 10 nuevos paquetes en coordinación con los países del G7 (es decir, más Canadá, Estados Unidos, Japón y el Reino Unido), que incluyen sanciones individuales contra más de 1,300 personas y entidades rusas, para afectar la capacidad de financiación de la economía rusa que incluyen prohibición de las transacciones de activos y reservas del Banco Central de Rusia, restricción para adquirir deuda y de los flujos financieros procedentes de Rusia, exclusión de entidades bancarias rusas del sistema swift como Sberbank y VT, sanciones económicas dirigidas a sectores clave como de la energía, el transporte, la aeronáutica, industria de defensa, materias primas y prestación de servicios, incluyen prohibir exportaciones e importaciones, que sus buques accedan a puertos, y entre lo más destacado está la importación de carbón e importación vía marítima de petróleo y sus derivados, mecanismos para limitar su precio; también la censura de información como la suspensión de la emisión de Sputnik, Russia Today y Rossiya 24 (Ministère de l’Europe et des Affaires étrangères, 2022). Uno de los últimos paquetes fue aprobado en octubre de 2022, tras la incorporación de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporozhie como territorio ruso.

Con lo anterior, occidente reafirma su interés en frenar las acciones rusas, pero, como reiterativamente señala el ministro de exteriores ruso, Serguei Lavrov, los mismos países occidentales, principalmente Estados Unidos, controlan a la delegación ucraniana en los convenios con Rusia para que Kiev no acepte las mínimas condiciones para llegar a un acuerdo y al cese de las hostilidades, uno que parecía aproximarse con las negociaciones del 29 de marzo en Estambul (Turquía).

Para entonces, se palpaba la disposición de Ucrania a negociar con Rusia: se hizo la entrega de un escrito donde, sin incluir a Crimea ni al Donbass, Kiev promete abstenerse de entrar a la OTAN, se establece el estatus de Ucrania como país libre de bloques, renuncia a las armas nucleares, a la posesión, adquisición o desarrollo de otras armas de destrucción masiva, privarse de albergar bases militares extranjeras y contingentes, y que los ejercicios militares con fuerzas extranjeras sólo con acuerdo de los Estados garantes como Rusia (Sputnik, 2022).

Sin embargo, paralelamente se llevó a cabo una reunión entre los líderes occidentales para proporcionar más dinero y armas a Ucrania y así incentivarla a evitar comprometerse a un acuerdo de paz, porque la batalla está definiendo algo más allá del territorio ucraniano, como lo ha manifestado Lavrov: “nuestra operación militar especial en Ucrania también hace una aportación al proceso de liberación del mundo de la opresión neocolonial de occidente, que está mezclada fuertemente con el racismo y el complejo de exclusividad” (Sputnik, 2022).

A finales de marzo de 2022, el Ministerio de Defensa de Rusia informó que la primera etapa de la operación militar especial en Ucrania fue cumplida y siguió concentrándose en la liberación del Donbass, es decir, hubo una significativa reducción del poder de las fuerzas armadas de Ucrania en aviones, helicópteros, drones, tanques, lanzacohetes, artillería móvil, vehículos militares blindados, fábricas de municiones, instalaciones militares, sistema de misiles antiaéreos, almacenes de cohetes, armas, artillería y de combustible, y se llevó a cabo la captura de mercenarios (TeleSur, 2022). Pero la maquinaria de guerra de Kiev no deja de ser alimentada, por ello han sido recapturados territorios por las fuerzas ucranianas, uno de los más significativos fue la ciudad de Jersón.

A su vez, se descubrieron armas biológicas en laboratorios clandestinos por el fondo de inversión Rosemont Seneca del hijo del presidente estadounidense, Hunter Biden, quien participó en la financiación del programa biológico militar del Pentágono en Ucrania; se trata de al menos 30 biolaboratorios (Sputnik, 2022). Pero se han alimentado aún más negocios a partir de la guerra: la aprobación de la ley de préstamo y arriendo para armar a Ucrania por Estados Unidos significa un costoso crédito que aumentará las ganancias de las corporaciones militares estadounidenses, que serán pagadas por muchas generaciones futuras de ciudadanos ucranianos (RT, 2022), si es que las hay.

Ante una situación por demás agotadora para los ruso-parlantes del este, el 30 de septiembre se llevó a cabo la incorporación de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk, así como de las regiones de Jersón y Zaporozhie (cuyos residentes adquirieron la ciudadanía rusa en mayo), y se decretó la movilización parcial en Rusia para apoyar en el frente, pero la violencia no hizo más que recrudecerse: el 8 de octubre el SBU (el Servicio de Seguridad de Ucrania) planificó la detonación del puente de Kerch, el que une a Crimea con la Rusia continental como “felicitación de cumpleaños” para Vladimir Putin. Nacionalistas ucranianos celebraron el atentado, pero el 10 de octubre misiles y drones cubrieron el cielo: había dado inicio una nueva fase de la operación militar especial sobre todo el territorio ucraniano, mas, como si se tratase de un vitamínico, las fuerzas nacionalistas de Ucrania actuaron más impetuosas que nunca y Kiev cerró todos los canales de comunicación con Moscú.

Desde el 10 de octubre resuenan las alertas aéreas en todo el territorio ucraniano, atacándose infraestructura energética y de comunicaciones, tanto para frenar la maquinaria de guerra en el frente como la de inteligencia, ya que se ha decidido atacar a Rusia no sólo en el campo de batalla, sino a través de atentados terroristas. Se informaba sobre reiteradas explosiones ocasionadas por fugas de gas, aviones que salen de su curso y se estrellan en edificios residenciales, explosiones de vehículos y ataques aislados a civiles en territorio ruso planificados por el SBU, como el asesinato de Daria Dugina por un coche bomba en Moscú.

Otro asunto es el castigo a los llamados “colaboracionistas” civiles sometidos a la “justicia” ucraniana en los territorios recuperados, éstos aparecen en fotografías y videos atados a postes, siendo martirizados y fusilados en masa sobre fosas comunes, además de la tortura que se ha expuesto se ejerce sobre soldados rusos y de las milicias de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk.

Debe reiterarse que tras siete meses de fungir como campo de batalla de un feroz intercambio de artillería de Rusia y de la otan, es que el 23 de septiembre abrieron los colegios electorales en Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporozhie sobre la adhesión a Rusia, esto en medio de las más fuertes ofensivas y la agresiva recuperación de los territorios perdidos (por Ucrania) desde marzo, incluso varios habitantes expresaron que era “muy pronto” para llevar a cabo un plebiscito, especialmente tras la proporción de misiles himars a Ucrania, que marcaron un antes y un después de los ataques al Donbass, pero se trató de una decisión fundamental para llevar a cabo una nueva fase de la operación militar con base en los postulados del derecho internacional.

Los referendos tuvieron lugar entre el 23 y 27 de septiembre en los territorios liberados, los resultados fueron por demás favorables: aproximadamente el 93% de los electores en Zaporozhie dieron el “sí”, mientras en Jersón alrededor del 87%, la República Popular de Lugansk 98% y de Donetsk 99%. El 29 de septiembre Putin firmó los decretos de reconocimiento de las regiones de Jersón y Zaporozhie como independientes, y el día 30 se firmaron los tratados de adhesión de los cuatro territorios, un fuerte golpe al “orden basado en reglas” y, ciertamente, el punto de no retorno. Según Cassad (2022):

Como ha apuntado el Ministerio de Defensa, Rusia se encuentra inmersa en una guerra subsidiaria con Estados Unidos y la otan en el territorio de Ucrania, y ha quedado claro que la derrota de parte de las tropas ucranianas sólo supone el debilitamiento de una de las herramientas en manos del principal enemigo, que pretende continuar la guerra más allá de eso, así que es preciso prepararse para una confrontación de larga duración.

El nuevo orden mundial

Estados Unidos ha logrado ejercer el dominio global por ser la mayor potencia militar, el centro económico mundial y político con capacidad de modelar las preferencias a través de sus valores, cultura e ideología, una especie de configuración de conciencias que ha penetrado en todo el mundo, pero hoy es cuestionada por lo perniciosa que ha resultado la lógica neoliberal para demás actores del sistema internacional; ese cuestionamiento y/ o fuerte crítica ha definido que el conflicto en Ucrania sea realmente una batalla de civilizaciones y, sin duda alguna, una guerra total contra Rusia. Es como si el mundo occidental se batiera a duelo contra el mundo no occidental, en este caso, y lo más tangible, contra Rusia y las milicias de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk por la definición del nuevo orden mundial.

Hay intelectuales que plantean la posición de América Latina entre dos polos, pero el mundo bipolar ha terminado, así como el unipolar que, de manera increíblemente acelerada, ha quedado en el pasado. Hoy se impone la multipolaridad, no sólo por el ascenso de los países que componen los BRICS, sino por la línea que están marcando sinnúmero de países sobre su proyecto político, uno más nacional y/ o popular.

Por supuesto, mantener la unipolaridad requiere atacar desde diversos frentes, de hecho, como se ha mencionado, las sanciones no se han limitado a lo político y comercial, censurando medios como Russia Today (RT) y Sputnik, y prohibiendo los productos rusos, sino que han escalado hasta lo cultural: exclusión de ballets y pinturas, incluso de música y literatura, además de crear un ambiente de inconformidad que se proponga el derrocamiento de Vladimir Putin, pero el patriotismo ruso hace de su pueblo algo incontrolable para occidente: la popularidad de Putin subió considerablemente desde el comienzo de la operación militar en Ucrania.

Asimismo, ahorcar la economía rusa, aislarla y/o destruirla como se ha hecho con Siria, Cuba o Venezuela es complicado porque el país euroasiático está cerca de la autosuficiencia a partir de las sanciones impuestas por la adhesión de Crimea en 2014, y la diversificación de las alianzas comerciales promovió que el peso del bloqueo de proyectos como el Nord Stream lo asumieran países de la región, además de acuerdos comerciales para la compra del gas y petróleo ruso por China e India.

En el marco del paquete de sanciones y la demonización por los medios de comunicación occidentales ante la operación militar rusa: “¿dónde estaban todas estas voces durante los últimos ocho años, cuando el régimen de Kiev, que llegó al poder como resultado de un golpe de Estado, estaba llevando a cabo una operación militar de castigo contra sus ciudadanos?” (Cuba Debate, 2022). A su vez, ¿dónde estaban estas voces tras los atentados a la infraestructura energética rusa? De hecho, apenas el pasado 18 de noviembre fue publicado por canales de información occidentales el sabotaje de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 del 26 de septiembre, ya que autoridades suecas confirmaron la existencia de restos de explosivos en los gasoductos; en cambio, se apresuraron al difundir sobre los supuestos lanzamientos de misiles rusos a Polonia (unos que tomaron la vida de dos campesinos), lo que implicaría invocar el artículo 5 de la OTAN que establece que:

“Un ataque armado contra una o más de ellas (las naciones firmantes), que tenga lugar en Europa o en América del Norte, se considerará como un ataque dirigido contra todas ellas” y se podrá “en ejercicio del derecho de legítima defensa individual o colectiva” (Newtral, 2022).

La situación escaló al margen de la cumbre del G20 y, a pesar de que Kiev y el Ministerio de Relaciones Exteriores de Polonia confirmó el “ataque ruso”, el mismo presidente polaco Andrzej Duda manifestó no saber de dónde provenían los misiles y posteriormente se confirmó que fue un incidente producido por Ucrania. No es de desestimarse, se trata de uno de los acontecimientos que más nos han acercado a una guerra declarada entre Rusia y los países de la OTAN.

Sumado a lo anterior, entre los asuntos de mayor interés se encuentran los posibles desastres nucleares que podrían ocasionar los ataques ucranianos a la central nuclear de Zaporozhie, y la escasez e inflación provocada directamente por la imposición de sanciones a Rusia. Y esto ha tenido un impacto importante en la política europea; por ejemplo, recordar la cercanía de los resultados en las elecciones presidenciales entre Emmanuel Macron y la diputada de la asamblea nacional francesa, Marine Le Pen, que fueron “alarmantes”, y es que Le Pen ha expresado su desacuerdo hacia la retórica estadounidense y su aspiración por alejar a Francia de la OTAN, así como lo había manifestado (en algún momento) la actual presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni.

Y en medio de la ola de crisis política europea está la del Reino Unido, país en el que, hasta ahora, han renunciado dos primeros ministros en menos de un año, es decir, se llevó a cabo la sucesión de Boris Johnson a Elizabeth Truss a Rishi Sunak. Además de los problemas en Estados Unidos que han conducido a investigaciones que contraponen al Partido Republicano y al Demócrata sobre el asunto ucraniano, el juicio político contra Donald Trump y los delitos federales de Hunter Biden.

Otro tipo de expresiones que prevén la caída del “orden basado en reglas” han sido las numerosas marchas y protestas contra la proporción de armas a Ucrania y las sanciones a Rusia, movilizaciones que ya son rutinarias en toda Europa pero que sus respectivos gobiernos se niegan a escuchar, lo que provoca preguntarse: ¿esa asimetría sobre el interés nacional es el reflejo de un país democrático? Al respecto, Info-Defense (s/f) hace un contraste bastante interesante en el que se plantea hasta qué punto los ciudadanos están alejados de las estructuras de poder en Rusia y ejemplifica con la tradicional ronda de preguntas en directo por televisión a las que responde el presidente Putin, las más importantes son contestadas públicamente, aunque eventualmente todas lo serán, si no es por Putin, por ministros, gobernadores y demás altos funcionarios en los próximos días, ahí se incluyen señalamientos sobre descuidos e inacción del Gobierno que serán próximos a ser atendidos; entonces, InfoDefense polemiza “¿pueden nombrar un solo país occidental donde exista una práctica democrática semejante? ¿No es ésta una expresión de democracia directa, en la que la voz del pueblo se oye alta y clara?”.

Y más allá, occidente, actuando como bloque liderado por Estados Unidos, no permite a Kiev aceptar las condiciones mínimas para terminar con la guerra: la delegación ucraniana demoraba las fechas de negociación, las fijaba, pero no se presentaba, redactaba documentos que después modificaba, y a cambio se le concede más dinero y armas. De hecho, antes de la operación militar especial, Kiev ya había cerrado el diálogo con Moscú, que incluso le propuso no actuar si se comprometiese a cumplir ciertos puntos sobre la seguridad de las Repúblicas Populares y de la misma Rusia, pero Kiev se negó.

Ucrania no puede ceder ante Rusia porque occidente la tiene comprada: ha cubierto pagos sociales y salarios, la ha militarizado, ha financiado el aparente triunfo en la batalla mediática, una en la que se muestra al espectador bombardeos de aviones rusos y de “drones iraníes” sobre hospitales, escuelas, patios de juego y complejos residenciales, a personas mutiladas, escenificación de masacres, recuperación de ciudades y, accidentalmente, a “valerosos ucranianos” sosteniendo su bandera y haciendo el saludo nazi. Lo irónico es que en Naciones Unidas se ha aprobado una resolución (no vinculante) que declara a Rusia como Estado patrocinador del terrorismo, lo cual parece estancarnos aún más en lo mismo y provoca cuestionarse: ¿cuándo terminará esta guerra total contra Rusia?

Puesto que el punto de partida para ello debe ser Ucrania, un punto de inflexión es el estatus de Crimea y el Donbass. Kiev insiste en tratar los temas militares como las garantías de seguridad y dejar de lado los temas políticos, como endosar derechos sobre el uso del ruso como segundo idioma en ciertas regiones, además de que la experiencia de Minsk ha hecho imposible para Rusia aceptar acuerdos basados en ambigüedades, especialmente si queda en el aire la situación sobre la soberanía de Crimea, pero aceptar la pérdida del Donbass tampoco es aceptable para Ucrania, lo lamentable es que el estira y afloja se ha llevado a cabo sin importar el sacrificio de civiles y militares (Slavyangrad, 2022).

Ése el verdadero motivo de que las negociaciones entre Rusia y Ucrania tengan escasas perspectivas de lograr un tratado político que solucione las contradicciones irresolubles entre los dos países hasta que uno de ellos sea militarmente derrotado en Donbass o en Ucrania (Slavyangrad, 2022).

Consideraciones finales

Las propuestas para poner fin al conflicto provienen de otras latitudes; buscando ser mediadores por la paz, se presentó la iniciativa del presidente de México Andrés Manuel López Obrador, idea a la que se sumaron sus homólogos de Bolivia y Colombia Luis Arce y Gustavo Petro (respectivamente), posteriormente se expuso la propuesta China con 12 planteamientos clave que incluyen respetar la soberanía de todos los países, abandonar la mentalidad de la Guerra Fría, cesar las hostilidades, reanudar las conversaciones por la paz, resolver la crisis humanitaria, la seguridad de las centrales nucleares, poner fin a las sanciones unilaterales y promover la reconstrucción post-conflicto, así como la misión del Vaticano del papa Francisco, la de Luiz Inácio Lula da Silva y la última de los países africanos encabezados por Sudáfrica que consta de 10 puntos, entre los que destaca lograr la paz (lo antes posible) por medio de la diplomacia y negociaciones, la garantía de soberanía de los Estados y los pueblos y mayor cooperación con los países africanos; esto es interesante porque significa cierta reconfiguración en las relaciones internacionales, que incluye no sólo mayor cooperación, sino incrementar el comercio.

La cuestión es:

El ministro de Defensa [ucraniano] Oleksiy Reznikov afirmó que […] se trata de “países que no son completamente democráticos”. Ucrania, que desde que en 2015 aprobó una ley para criminalizar a toda una ideología y prohibir al Partido Comunista, único partido de izquierdas con una representación institucional significativa y ha demonizado, vetado, prohibido y expulsado a todo tipo de figuras políticas y mediáticas, partidos y medios de comunicación sin siquiera precisar de decisiones judiciales, se permite el lujo de valorar las credenciales democráticas de los países que aspiran a ayudar a su población a recuperar la vida en paz. Y aunque ninguno de los países que se ha postulado como potencial mediador ha manifestado una posición prorrusa o favorable a la guerra, el intento de mantener la neutralidad precisamente para poder ejercer esa labor es suficiente para que las autoridades ucranianas los tachen de “afines a Moscú”. “Es por esto que tal mediación no es adecuada para nosotros. Porque no son un mediador independiente real, así que esperaremos”, afirmó […] Reznikov. Sólo los países occidentales, que han demostrado ya su voluntad a negociar de parte de Ucrania, son lo suficientemente democráticos y neutrales para ser aceptados (Slavyangrad, 2023).

Asimismo, siguiéndose a Slavyangrad (2023), no puede esperarse ningún avance diplomático dada la actual contraofensiva ucraniana. Pero ni siquiera es por asuntos de coyuntura, Kiev renunció a cualquier tipo de diálogo y se ha avocado a acciones imperdonables como la tortura y el uso de agentes tóxicos contra los soldados rusos, esto viola los acuerdos internacionales sobre armas tóxicas a los que Ucrania se adscribió tiempo atrás, se suponía que sólo terroristas y Estados Unidos las usaban, como lo hicieron en Irak, Siria y Afganistán (Télam, 2022).

A pesar de todo, se ha llevado a cabo la reconstrucción de Mariúpol, una de las ciudades más golpeadas por la confrontación militar a través de la reparación y construcción de edificios residenciales, de escuelas, de jardines de infancia, la renovación del centro que incluye la restauración de inmuebles históricos, del puerto marítimo, el restablecimiento del aeropuerto, de la carretera entre Mariúpol y Donetsk, y la inauguración del tráfico de tranvías, además se han creado nuevos puestos de trabajo e hipotecas preferenciales.

Los acontecimientos recientes en el espacio post-soviético impulsaron una nueva versión del concepto de la política exterior de Rusia, como que ésta no se considera enemiga de occidente ni tiene intenciones hostiles hacia él, mas, define a Estado Unidos como el principal promotor de la política antirrusa, insiste en el policentrismo, la igualdad y la soberanía de los Estados, que el ejército es importante para repeler o prevenir ataques contra Rusia y/o sus aliados, que habrá respuestas simétricas y asimétricas ante las amenazas, la importancia de una asociación estratégica con China e India, reconoce la naturaleza de los desafíos a la seguridad y al desarrollo de Rusia que llevan a cabo los países inamistosos, que buscará crear las condiciones para que cualquier país renuncie a las ambiciones neocoloniales y hegemónicas, que buscará intensificar la cooperación con América Latina en beneficio mutuo e impedir que los países hostiles dominen la economía global (RT, 2023).

Lo anterior recae en la coyuntura de la operación militar especial, de hecho, no se había reformulado la política exterior rusa desde la guerra ruso-georgiana de 2008; y es que la guerra subsidiaria que mantiene la OTAN contra Moscú, que ha producido desde 2014 tantas muertes y desplazados, implica grandes inversiones de occidente en infraestructura, pero no para ayudar al pueblo ucraniano, sino para derrocar al Gobierno ruso, así lo han expuesto las declaraciones de Poroshenko, Merkel y Hollande, todos coincidieron en la utilidad que se le daría a los acuerdos de Minsk para aumentar la capacidad militar de Ucrania para eventualmente enfrentarse a Rusia a instancia de los pueblos del Donbass. A su vez, está la tentativa de magnicidio contra Vladimir Putin en el Kremlin, el uso de uranio empobrecido en proyectiles británicos y estadounidenses, así como el reciente motín de la mano del jefe del grupo privado Wagner, Yevgueni Prigozhin, quién fue acusado por el FSB (el Servicio Federal de Seguridad) de organizar una sublevación armada.

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