Resumen:

La candidatura de Javier Milei emergió en medio de una crisis de representación política con una oferta electoral más novedosa en la forma que en el contenido, definido por sus deudas ideológicas con la escuela austriaca de economía y el libertarismo de Murray Rothbard, pero también con el menemismo y la extrema derecha global, de la que representa una variante sui géneris.

En tanto economista anarcocapitalista, paleolibertario doctrinario y minarquista de facto, Milei es una figura instrumental que acentuó la polarización en la sociedad mediante la revitalización del antagonismo entre individuo y Estado, un marco desde el cual impulsaría una terapia de shock que ambiciona una mercantilización generalizada custodiada por un aparato estatal represivo que, en la práctica, supone una contradictio en adieto: un libertarismo iliberal que pretende desmantelar el Estado sirviéndose de él.

La estrategia populista de derecha adoptada por Milei contrapone los límites del orden democrático a la expansión de una libertad negativa desde una perspectiva ultraneoliberal y patriarcal que aprovechó los estragos de la pandemia y los recursos digitales para difundir un discurso contra la casta y un individualismo radical que interpeló especialmente a los jóvenes, los autónomos y una clase media pauperizada. La célebre motosierra sería así una metáfora no sólo de los recortes al gasto público sino de la represión liberticida que implica además un cuestionamiento de los consensos establecidos tras la caída de la dictadura y una clausura del ciclo político iniciado en 2001.

Palabras clave: Milei, extrema derecha, paleolibertarismo, crisis del Estado, terapia del shock.

Abstract:

Javier Milei’s candidacy emerged in the midst of a crisis of political representation with a more innovative electoral offer in form than in content defined by his ideological debts with the Austrian school of economics and the libertarianism of Murray Rothbard, but also with Menemism and the global extreme right of which it represents a sui generis variant.

As an anarcho-capitalist economist, doctrinaire paleolibertarian and de facto minarchist, Milei is an instrumental figure who accentuated the polarization in society by revitalizing the antagonism between the individual and the State, a framework from which he would promote a shock therapy that aims for a guarded generalized commodification by a repressive state apparatus that, in practice, represents a contradictio en adieto: an illiberal libertarianism that seeks to dismantle the State by using it.

The right-wing populist strategy adopted by Milei contrasts the limits of the democratic order with the expansion of negative freedom from an ultra-neoliberal and patriarchal perspective that took advantage of the ravages of the pandemic and digital resources, to spread a discourse against caste and a radical individualism that It especially challenged young people, the self-employed and an impoverished middle class. The famous chainsaw would thus be a metaphor not only for cuts to public spending but also for the liberticidal repression that also implies a questioning of the consensus established after the fall of the dictatorship and a closure of the political cycle that began in 2001.

Keywords: Milei, extreme right, paleolibertarianism, crisis of the State, shock therapy.


Introducción

Javier Milei pasó de las aulas a los programas de televisión y de ahí a las redes sociales que lo impulsarían al Congreso, última escala antes de instalarse en la presidencia de la nación. Con un discurso que enfrenta a la gente corriente con la casta política, el libertario supo convertir al Estado en un significante asociado a la corrupción, los privilegios y la pérdida de libertades, de modo que éste terminaría convirtiéndose en el clivaje que separa a los “argentinos de bien” de los “parásitos” en función de si participan de él o no. Este discurso polarizante organizaría el pesimismo y la frustración de una sociedad exhausta de los efectos de una crisis permanente que ha provocado el crecimiento de la desigualdad, una mayor precarización de la vida y una grave disfunción del sistema representativo.

Milei propone el desmantelamiento del Estado, pero veremos que en sus pretensiones de reducirlo al mínimo el nuevo gobierno se enfrenta a la necesidad de hacer un uso intensivo de sus aparatos coercitivos e incluso mediáticos, puesto que una de las lecciones que arroja su triunfo electoral es que es imposible disociar su éxito político de su éxito mediático-digital. Este último aspecto fue clave para alcanzar a los sectores más jóvenes, quienes constituyeron un apoyo decisivo en la victoria de Milei.

La complicidad de los medios de comunicación, la connivencia o el respaldo de la derecha tradicional y el tacticismo del peronismo, que minimizó el riesgo político hasta el punto de transigir con la candidatura libertaria con la intención de dividir al adversario, son algunas variables del ascenso de Milei. No obstante, si en el horizonte asoma una reconfiguración del sistema político argentino, es porque ya estaba en marcha una realineación del bloque en el poder y una disputa por el sentido común que está en primera línea de una batalla cultural librada en el contexto de auge de un movimiento internacional de extrema derecha.

Entre la liturgia ultraliberal y el concierto de rock, Milei irrumpe en la escena electoral a caballo entre una faceta de predicador histriónico y la novedad de ser un Mick Jagger de la política, para tomar prestado el apodo con que lo rebautizó Axel Kaiser, líder del Partido Libertario uruguayo. Más allá de su carácter espectacularizante, al “fenómeno Milei” conviene acercarse con la cautela que demanda una figura política errática y un proyecto de gobierno que está despegando entre los intentos de una experimentación radical, cierto amateurismo y el reciclaje de viejos preceptos de un neoliberalismo ortodoxo.

Breve retrospectiva

El 10 de diciembre de 2024 se cumplieron 40 años de la recuperación de la democracia argentina después de la dictadura cívico-militar, una de las más cruentas en América Latina. Ese mismo día Javier Milei tomó posesión como presidente, pero su discurso de asunción no incluyó ninguna alusión a la efeméride, dejando expuesta la falta de un eje democrático en el mapa referencial de quien pilotará el país durante los próximos cuatro años. Esta ausencia es significativa en términos ideológicos y nos retrotrae a un episodio fundamental de la historia política argentina.

Después de siete años y medio de dictadura, Raúl Alfonsín puso pie en la Casa Rosada para abandonarla cinco meses antes de la fecha prevista en medio de una crisis hiperinflacionaria que provocó un estallido social a lo largo de todo el país. En la jefatura del Estado le sucedería Carlos Menem, quien fue electo en unos comicios adelantados que consagraron la democracia en Argentina al registrar la alternancia en el poder de presidentes procedentes de distintos partidos desde 1916.

El programa político de Menem estaba hecho con las piezas características de un peronismo popular (revolución productiva, salariazo, etc.) (Nacional, 2021). Sin embargo, una vez asumido el poder dio un “giro copernicano” que desechó las propuestas de campaña para, en su lugar, ejecutar una batería de medidas ultraliberales que se ciñeron a los dictados del Consenso de Washington y a las prescripciones de los Chicago Boys, mismas a las que Milei vuelve a alinearse con la finalidad de reemprender el achicamiento del Estado.

Por su parte, Alfonsín es una figura de consenso que representa el espíritu de época condensado en la “carta democrática” firmada por la mayoría de las fuerzas políticas tras el colapso de la dictadura militar. La defensa de la Constitución y las reglas democráticas, el diálogo y la búsqueda de acuerdos o la convergencia en el camino de la reconciliación nacional fueron puntos nucleares de este documento histórico. Asimismo, la asociación del alfonsinismo con la crisis hiperinflacionaria que rompió el entramado social todavía encuentra resonancias susceptibles de instrumentalización política.

Una pregunta se impone tras el triunfo electoral de Milei: ¿se están quebrantando los consensos democráticos recogidos en la carta? El pleno respeto a las minorías y el compromiso irrenunciable con los derechos humanos que inspiraron los juicios contra los crímenes de las juntas militares, por ejemplo, siguen siendo algunos de los factores determinantes de que, en última instancia, en las recientes elecciones argentinas nos colocáramos ante la conocida disyuntiva entre la aceptación de un modelo democrático sustentado en el Estado de derecho, o la deriva autoritaria que drena el componente social del Estado para restringirlo a una función administrativa-represiva.

Frente a estos disímiles líderes históricos los juicios de Milei son categóricos: el primero es el peor presidente de la historia argentina, el segundo el mejor mandatario “por escándalo”, según su propia expresión. Los enunciados valorativos del flamante presidente argentino encierran algunas claves nacionales para esbozar una genealogía de lo que tentativamente podríamos denominar “mileísmo”, el cual abreva también de otras referencias históricas y coordenadas teóricas que, aun en su inestable entrelazamiento, conforman el andamiaje conceptual de quien se considera a sí mismo “el primer presidente liberal-libertario de la historia”. Pero digámoslo enseguida: ni la extrema derecha es del todo nueva en Argentina y que Milei ostente ese primer lugar es verdadero y falso a la vez.

Triunfo efectoral

El primer capítulo de las elecciones generales llegó precedido por el ascenso intempestivo del candidato ultraderechista en las primarias (PASO) celebradas el 13 de agosto de 2023, lo que parecía dejar debilitada la candidatura oficialista de Sergio Massa. No obstante, en esa primera cita electoral Milei mantuvo prácticamente el mismo porcentaje de votos, mientras Massa crecía siete puntos respecto a su desempeño en las PASO, lo cual pareció curar de espanto al oficialismo al menos durante el intervalo que los separaba de la segunda vuelta. Aunque gran parte de las encuestas vaticinaron una ligera ventaja de Milei, el desenlace del balotaje fue sorpresivo debido a la brecha insalvable de casi 12 puntos porcentuales de diferencia, además del triunfo de La Libertad Avanza (LLA) en 21 de 24 distritos nacionales y su crecida notable en el bastión peronista de la provincia de Buenos Aires.

La agregación de votos del macrismo a la candidatura de Milei selló un pacto faustiano decisivo en el triunfo de las derechas unificadas que, en una exhibición de cierta complacencia, descartaron un hipotético cordón sanitario-democrático, con la excepción de las llamadas a la neutralidad proferidas por dirigentes de la Coalición Cívica y la Unión Cívica Radical (UCR), las que hasta cierto punto resultaron ineficaces en vista del número de simpatizantes que reencauzaron su voto hacia la candidatura del “libertario”. De punta a punta, desde Misiones hasta la Patagonia, el mapa electoral argentino se pintó de violeta, el color de LLA. Y si bien el “mileísmo” como fuerza política ultraderechista no cuenta con una consolidada implantación territorial y su organización interna sigue padeciendo los dolores de parto, la falta de un cierre más reñido en las últimas elecciones indicó otra clase de clausura: la del ciclo iniciado en 2001.

El mileísmo en construcción

La insurrección electoral abrió una etapa de incertidumbre marcada por el fracaso de una concepción tradicional de la política cuyo correlato fue un expansivo discurso antipolítico que en boca de Milei es entendido como antiestatismo. Mediante una operación que debe buena parte de su eficacia a una impostura semántica, el “libertario” apareció en escena como un outsider de un sistema político maltrecho, un hombre perjudicado por el Estado comprendido como “una organización criminal” controlada por una “casta” y a la vez como una vendetta contra ese gran Leviatán, a un tiempo irreverente y mesiánico.

Que irrumpiera como un outsider antipolítico tampoco es del todo novedoso, sino algo que comienza a hacerse tendencia. Otros líderes políticos impulsaron su trayectoria apoyándose en la idea de una supuesta marginalidad desde la cual, a la larga, terminarían capturando el aparato de algún partido tradicional, como el caso emblemático de Trump, o creando una nueva formación política, como ocurrió con Zelenski. En esta línea, los liderazgos que han emergido con fuerza en los últimos años son aquellos que pretendieron deslindarse o romper con el “sistema” (la casta, el establishment) ya fuese desde la derecha o la izquierda del espectro político (Nayiq Bukele o Bernardo Arévalo). Pareciera que el énfasis está puesto, al menos discursivamente, en el adentro o el afuera de lo establecido.

Según Marotte (2014), la antipolítica es concebida como “la esperanza de la redención a través de la promoción de figuras mesiánicas que se convertirían en el vector de un cambio social y político que el país necesitaba y que sólo podía provenir […] de alguien que no estuviese vinculado a los partidos políticos del establishment”. Milei cumple al dedillo con estas características. El personaje mutó de predicador-economista televisivo a showman político que ofrecía un espectáculo para nada inocuo que en ciertos aspectos recordaba a la personalidad autoritaria descrita por Horkheimer (2009): a un tiempo ilustrado y supersticioso, orgulloso de su individualismo y temeroso de asemejarse a los demás, celoso de su independencia, pero inclinada a someterse al poder y la autoridad.

Más allá de la excentricidad de la figura, el descrédito de los viejos partidos y una sensibilidad antipolítica que permea amplias zonas del campo social es una escena que resuena con lo vivido en Argentina en los albores del siglo XXI. El estallido social de 2001 generó una profunda crisis del sistema político que alteró el esquema bicoalicional hegemónico, lo que impulsó la renovación tanto del radicalismo como del peronismo y acentuó el cuestionamiento del modelo neoliberal que regía el país. Pese a todo, entonces quedaban algunos sectores altamente politizados y el protagonismo popular era indiscutible. En cambio, la crisis de representación actual se está resolviendo en términos de un transformismo político que entraña la paradoja de una reapropiación de los eslóganes más significativos de aquel acontecimiento. Los célebres “que se vayan todos” y “que no quede ni uno solo” se escucharon nuevamente en las calles, incluso el más reciente “Macri, basura, vos sos la dictadura” regresó en forma de grito multitudinario que avisó del amplio rechazo a los políticos.

Hay algo ominoso en el hecho de capturar el hartazgo social blandiendo viejas consignas emancipatorias que hoy, a la luz de un nuevo desasosiego nacional, cambiaron de signo. “Tiene miedo, la casta tiene miedo”, otra de las consignas más coreadas durante la campaña, expresa que dicha emoción fue insuficiente para detener el avance de la ultraderecha y que no sólo la rebelión, sino también la reacción puede suscitar esperanza en medio de una situación aciaga. Como contra-punto apareció la campaña oficialista para recordarnos esa lección política acerca de que al miedo sin esperanza sólo le releva el pánico y la desesperación (Cedillo Sánchez, 2023).

En estas circunstancias de malestar generalizado brotó más hartazgo que rebeldía, por lo que estamos menos ante una (contra)revolución de una sociedad fascistizada que frente a un nihilismo reaccionario nacido del hastío que provoca una sensación de crisis permanente que demanda soluciones inmediatas propias de la necesidad. El hambre, la pobreza o la inseguridad participan del orden de lo inmediato y exigen salidas expeditivas, lo que en una coyuntura insostenible terminó validando una opción en apariencia rupturista. Si como comentarista televisivo Milei podía decir “cualquier cosa”, por más inverosímil o éticamente dudosa que fuera, como candidato podía ajustarse a la consigna “que venga cualquiera” que sea el “otro” ajeno a la casta compuesta por políticos profesionales que ya no persuaden con un discurso que se percibe impostado.

Donald Trump o Nayiq Bukele son casos paradigmáticos de figuras carismáticas que ofrecen, con una comunicación simple y directa, presuntas soluciones disruptivas de rápida ejecución. Milei se sumó a este elenco de políticos que capturaron el malestar social con un discurso incendiario y maniqueo que prometía un punto y aparte con el pacto social que, aun con sus deficiencias, amortiguaba mínimamente la descomposición del país pese a los inocultables desfases entre Estado y sociedad. Al igual que Trump, el lado fuerte de la capacidad polemizadora de Milei radicaba en la forma: un discurso confrontativo construido con descalificaciones, difamaciones y otras arremetidas más bien violentas.

Este discurso agresivo funcionó como preámbulo de la violencia material cuyo paroxismo lo encontramos en el atentado contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Durante la campaña electoral incrementó la violencia política hasta el grado en que fue posible constatar lo que parecía irrepetible tras el retorno a la democracia: una reivindicación de los falcones verdes en tanto símbolos de los secuestros de la dictadura, cartas con amenazas de muerte enviadas a diputados opositores o que Victoria Villarruel, la compañera de fórmula de Milei, exhibiera fotografías con militantes de la Revolución Federal, una organización vinculada al atentado contra la ex presidenta (Revista Crisis, 2023).

Existe una violencia particular que surge de la negación o relativización del terrorismo de Estado, lo que favorece la impunidad y una normalización de la violencia, que a su vez conlleva una violentización de la sociedad. En relación con esto es importante subrayar que el imaginario libertario tiene un lado militar que está representado por Villarruel, quien da voz al sector castrense nostálgico de la dictadura. Hija y sobrina de militares, antes de convertirse en vicepresidenta de la nación y presidenta del Senado fundó y coordinó el Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas (CELTYV), una asociación que copia los modos discursivos de los organismos de derechos humanos sólo para denunciar que éstos presentan una historia falsificada en detrimento de una presunta “memoria completa” que reconozca también a los militares en tanto víctimas de organizaciones guerrilleras.

Es así como sería reanimada la “teoría de los dos demonios” que busca igualar los actos violentos del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros con el terrorismo de Estado. Villarruel no habla de una dictadura que aplicó un plan sistemático de represión y desapariciones contra la población civil, sino de una “guerra sucia” en la que hubo víctimas en ambos bandos, por lo tanto, no es lícito hablar de crímenes de lesa humanidad. Sobre esta premisa se apoya su defensa de los militares enjuiciados y la avanzada discursiva que procura deslegitimar los procesos de Memoria, Verdad y Justicia. Desde esta postura revisionista también se comprende su defensa del golpe del 76, las entrevistas con Videla y la negación de que fueran 30,000 los desaparecidos durante la dictadura, a quienes además juzgó de terroristas. De esta forma, el vínculo entre la intensificación de la violencia y el éxito electoral de LLA evidenció el deterioro del consenso democrático.

Esta lógica virulenta acompaña paralelamente un darwinismo social ligado a una economía de la crueldad que habilita expresiones cuando menos irresponsables. En línea con esto, si resulta perturbadora la imagen evocada por la sentencia que reza “en cuanto peor, mejor”, pronunciada por Milei en numerosas intervenciones, es porque la condición cínica que nos revela también es, pese a todo -y aquí radica un riesgo importante-, un cinismo acunado en el límite de un modelo que ya no resulta deseable ni dignamente habitable para una parte de la sociedad. Declaraciones tales como “cuánto más alto esté el precio del dólar, dolarizar es más fácil” o “hay que dinamitar todo”, buscaban precipitar una situación caótica que pudiera ser rentabilizada políticamente culpando de antemano in totum al peronismo, lo cual, eventualmente, justificaría la activación de su “plan motosierra”.

Es un viejo razonamiento, por lo demás bastante simple: cuanto más penosas fueran las condiciones socioeconómicas de la mayoría de la población, más proclive estaría a admitir los decretos que prometían una solución dolorosa en el presente inmediato, pero supuestamente efectiva a largo plazo. Después de un primer tramo amargo vendría la estabilización que permitirá que, en el futuro, aproximadamente en 40 años, Argentina tenga el PIB per cápita de Irlanda, según los cálculos de Milei. En el relato del libertario, lo siguiente sería convertirse nuevamente en “potencia mundial”, una de sus promesas más desconcertantes por el evidente equívoco histórico. En realidad, esta estrategia ya era conocida en Argentina: la aceleración de la descomposición social fue una apuesta política de Carlos Menem, quien en medio de una crisis económica que ya se antojaba incontrolable arrojó más leña al fuego de la desestabilización de la gestión de Alfonsín.

Conservadurismo radicalizado

La nueva derecha argentina es un tópico que se repite cada cierto tiempo y es en cada ocasión resultado de su contexto histórico, de modo que estas formaciones adquieren las formas que les vayan imprimiendo los rasgos de su tiempo. De tales configuraciones han surgido posturas variables que abarcan desde un nacionalismo militarista hasta un conservadurismo tutelado, sin que esas diferencias impidieran que dichas fuerzas derechistas encontraran en el peronismo un mismo adversario ineludible que condicionaría su demarcación por contraste o contraposición.

Algunos candidatos ultraderechistas, vestigios reaccionarios de la dictadura, más que fuerzas renovadoras, ganaron posiciones desde 1983 (Perucca, 2023). De ese conjunto destacan al menos dos casos emblemáticos que fueron actualizados por el gobierno de Milei. El subcomisario Luis Patti, quien fue alcalde de Escobar entre 1995-2003 y dos años más tarde fue electo diputado nacional y, por otro lado, Antonio Bussi, quien fue condenado por su papel en la dictadura tras la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final que paralizaron los procesos judiciales contra los militares.

Este último dirigió el denominado Operativo Independencia, un ensayo provincial que anticipó el terrorismo de Estado que se implantaría a nivel nacional después del golpe del 76. Bussi fundó el partido Fuerza Republicana, por el que sería electo gobernador de Tucumán de 1995 a 1999 y desde cuya posición tejería lazos de conveniencia con el menemismo. El mismo año que finalizó su mandato consiguió un escaño en el Congreso nacional y fue en esa coyuntura que Milei trabajó para él como asesor económico.

Ni Patti ni Bussi padres asumieron sus cargos como diputados debido a la inhabilidad moral que se les imputó en vista de las acusaciones de violaciones a los derechos humanos que pesaban en su contra (Página 12, 2017). Sin embargo, sus hijos Maximiliano Patti y Ricardo Bussi fueron promovidos por Milei, el primero en calidad de coordinador local en Escobar de cara a las últimas elecciones, y el segundo como diputado de LLA que defiende la libre portación de armas o la negación de la cifra de desaparecidos durante la dictadura. Ahora bien, aunque el discurso de la ultraderecha y su negacionismo preexisten al mileísmo, lo cierto es que ya no se limita a residuales sectores nostálgicos de la dictadura, sino que esas ideas aterrizaron en los barrios populares, en trabajadores informales o en jóvenes estudiantes (Perucca, 2023).

Algunos síntomas de esta recepción los encontramos durante el gobierno de Macri, quien empezó a alejarse del consenso sobre la memoria histórica al manifestar cierto relativismo respecto a los crímenes de la dictadura (Olaso, 2016). El macrismo fue una de las últimas expresiones “novedosas” caracterizada por su gradual corrimiento a la derecha de la derecha mediante el impulso de una agenda de reformas antisociales de gran calado y el empleo de una retórica cada vez más radical que empezó a abrirse paso en el campo político para allanar el camino hacia la alianza de derechas que aupó a Milei. En una entrevista de 2019, Vargas Llosa entrevistó a Macri en el marco de la cena anual de Fundación Libertad. A pregunta expresa de qué haría si ganara las elecciones, el ex presidente argentino respondió taxativo que iría en la misma dirección pero más rápido (Casa Rosada, 2019), lo que daba cuenta de una suerte de continuismo radicalizado que fue posible, fundamentalmente, porque el marco ideológico que dinamizaba el debate político se había desplazado varias posiciones hacia la derecha. En virtud de esto es posible sostener que la aparición del PRO -el partido de Macri- como propuesta política competitiva “fue el catalizador de la derechización de la sociedad” (Yarcho Coscarelli, 2023).

Milei se montó en el impulso de esta radicalización progresiva para echar por tierra el gradualismo en la reforma del Estado, al mismo tiempo que ofertaba un producto político propio que hasta cierto punto generó su propia demanda: el libertarismo autoritario. La propuesta es una mezcla ultraliberal en lo económico, autoritaria en lo político y conservadora en lo social, todo pasado por un tamiz religioso-mesiánico que pretende justificar un autoritarismo moral en el ejercicio de gobierno. La novedad de Milei está en la convergencia de dos corrientes preexistentes de la derecha argentina, una conservadora, tradicionalista y religiosa y, por otro lado, una tendencia liberal que defiende un fundamentalismo de mercado y está alineada a Estados Unidos. Estas fuerzas discurrían por carriles separados, la mayor parte del tiempo en abierta competencia, más en la figura de Milei confluyen envueltas ideológicamente en un discurso paleolibertario inspirado por Murray Rothbard, fundador del Partido Libertario estadounidense.

Esta amalgama quedaría personificada en la fórmula Milei-Villarruel, quienes representan la conjugación del conservadurismo autoritario y un libertarismo fundamentalista. Según Rothbard (2016), el populismo de derecha debe fusionar lo abstracto y lo concreto, respecto a lo cual habría que destacar dos cuestiones: la estrategia política y el programa de gobierno. El programa de la LLA era relativamente ambiguo, con escaso contenido político concreto en forma de ortodoxia neoliberal (ajustes estructurales) o medidas efectistas (dolarización). La estrategia impulsaba una campaña negativa que pretendía movilizar pasiones antipolíticas y transmitir una sensación de ruptura que augura un nuevo comienzo, sirviéndose para ello de un estilo que antagoniza con el Estado y toda clase de progresismo. Por ello no es contradictorio afirmar que Milei es populista y libertario a la vez, pues el libertarismo ha dado muestras de flexibilidad al asumir formas radicales o reaccionarias que no excluyen una estrategia populista (Zwolinski, 2023).

Ahora bien, el liberalismo autoritario no sólo entraña represión sino un poder que aspira a ser el único autor de las decisiones políticas, lo que implica la concentración en el Ejecutivo de las decisiones en materia económico-financiera y, por consiguiente, la tendencia a legislar mediante decretos (Chamayou, 2020). Milei recoge esta herencia valiéndose de las recomendaciones de Rothbard: brincarse al Legislativo cuando sea posible y pulsar directamente a las masas mientras focaliza su ofensiva contra el sistema estatal desde el planteamiento paleolibertario de una estrategia populista de derecha.

Como señala Beatriz Sarlo (2023), en la política argentina el populismo es un rasgo transversal, más allá del signo ideológico que lo presida. Este elemento idiosincrático se hizo presente en la última contienda electoral que, por decirlo así, enfrentó dos tipos de populismos: el peronismo tradicional que seguía una línea clásica corporativista y, por otro lado, un populismo de derecha que siguió la estrategia apuntalada por Rothbard. La paradoja es que al populismo ofensivo antiestatista de la LLA no se opuso con el mismo ímpetu un populismo estatista sino uno de baja intensidad, defensivo, que exhortaba a la moderación en una especie de revival del extremo centro que obviaba el cuestionamiento al “neoliberalismo progresista” descrito por Nancy Fraser. Es por eso que si bien existía una clima de polarización política, lo cierto es que no había dos extremos, sólo uno y era claramente de derecha, de la misma manera que existía un anticomunismo sin comunismo que fue usado como ariete libertario para ahondar la divergencia en términos ideológicos y morales. En otras palabras, para Milei el peronismo era sinónimo de comunismo, pero para Massa el peronismo era la asunción de posiciones moderadas que, acaso sin proponérselo, acentuaba la radicalidad de su adversario político.

Mientras Milei hurgaba bruscamente en “la grieta” -esa metáfora a la argentina de la polarización-, Massa declaraba ser el cirujano capacitado para cerrar esa división profunda en la sociedad. Los coqueteos tecnocráticos de Massa contrastaron con el lenguaje confrontativo de Milei, quien ya había dejado atrás la jerga economicista y un tanto críptica que empleaba en sus primeros pasos como tertuliano. Un dato curioso, pero no menor: salvando las distancias ideológicas y contextuales, el desempeño electoral del libertario tenía más concomitancias con la forma vertiginosa del ascenso de Perón que con las maneras tácticas del candidato peronista. Al igual que Milei, Perón asumió el gobierno después de una breve trayectoria política de alrededor de tres años, entre otras razones, por su capacidad para recoger el reclamo popular en un discurso disruptivo, moralizante y de consignas claras que enfrentó a una amplia coalición desde una estrategia que apostó por una mayor personalización política. Conviene subrayar este aspecto: aunque nunca se fue, el personalismo adquirió una nueva centralidad en la política argentina en virtud del peso decisivo que tuvieron líderes políticos para decantar un voto a favor o en contra. Hasta cierto punto, la gente no votó coaliciones sino personas (Klepp, 2023).

Si el peronismo surgió a causa de los fracasos del orden liberal en Argentina, ése por el que Milei siente nostalgia (Rieff, 2024), él mismo irrumpió en medio de una crisis de lo que podríamos denominar cierto orden peronista en parte porque el peronismo, en particular el representado por Massa, se olvidó de que resistir no es solamente oponerse sino crear la posibilidad de otras relaciones posibles (Lluvero, 2023). La emergencia de LLA también es producto de un proceso electoral que fue en sí mismo instituyente de la fuerza política de Milei. En el transcurso de la propia campaña se fue diseñando el espacio mileísta como un bloque no monolítico que fue absorbiendo votos de distintos lados del espectro que confluyeron en una sensibilidad destituyente de lo que era interpretado como más de lo mismo (Schijman, 2023). Este proceso encaja con lo apuntado por Alfredo Serrano (Serrano, 2022) acerca de que estamos ante el ascenso de “democracias Spotify”, un modelo en el cual los votantes hoy eligen una canción y mañana otra en función de su diversidad y alta volatilidad, trazando un cuadro fluctuante y fragmentario ajeno a la antinomia sostenida por amplias coaliciones que dominaban el campo electoral argentino.

La prolongada inestabilidad política hace del destino de la LLA una incógnita que podrá resolverse en los términos aducidos por Macri, quien confiado a su olfato político aseveró que la nueva formación ultraderechista padecía una debilidad estructural que la volvía “permeable”, encontrando en esa fragilidad la condición de posibilidad para introyectar su agenda política y darle continuidad a las líneas programáticas promovidas durante su mandato; o bien, otro derrotero posible de LLA pasaría por la configuración de una “derecha alternativa” que lleve de suyo el adjetivo ultra o radical y que sea capaz de ocupar una casilla propia en el tablero político, desde donde podría desplegar una propuesta susceptible de sentar las bases de una tradición propia o, en su defecto, influir en la cultura política existente en las derechas. Esto podría provocar un trastocamiento en las identidades políticas de peronistas, macristas y radicales, al que contribuiría de forma decisiva que una parte de los sectores sociales que solían votarles han dejado de referenciarse en ellas, tal como observamos en las últimas elecciones.

En resumen, la ultraderecha no es un fenómeno de reciente creación en Argentina, pero tampoco una fuerza política con una tradición unívoca, si bien la dictadura militar es un signo insoslayable en los momentos de definición ideológica. La LLA no es ajena a esta situación pese a las características distintivas que la hicieron despuntar como una propuesta disruptiva, lo que además de influir en la reconfiguración de las derechas partidarias, supone un indicio de una crisis de fondo que implica nuevos realineamientos en el bloque en el poder.

Mediatización política

Cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de llegar, aparecen los monstruos, y lo monstruos, nos enseña la historia, suelen aparecer con una pátina fascinante que genera atracción y repulsión simultáneas. Cuando esos “monstruos” levantan el rating de los programas televisivos o radiofónicos en donde se presentan o cuando se convierten en fenómenos virales desencadenantes de las polémicas que arrastran al resto de actores políticos a pronunciarse, aunque sea mediante la coacción generada por la propagación de fake news (al estilo de Trump con sus señalamientos a Hillary Clinton, que Milei a su vez replicó con Patricia Bullrich), entonces el alcance de sus ideas crece exponencialmente.

Es importante destacar que la visibilidad mediática es condición sine qua non de la asimilación: una vez que algo o alguien se torna visible, surge el riesgo de ser homologado por formas aceptables de la política o que la exposición mediática permita que los contenidos más indigestos se procesen mejor. De tal suerte, la subversión teatralizada de Milei encontró una cámara de resonancia en los medios de comunicación que contribuyeron de manera decisiva en la composición de un personaje excéntrico, un despachador de sentencias que lograba diluir la gravedad de sus propuestas más controversiales a medida que levantaba el rating de los principales programas generadores de opinión.

La eficacia de la campaña de Milei debe mucho al uso combinado de formatos de comunicación política, especialmente a la articulación de una presencia constante y ruidosa en el sistema radiotelevisivo con un gran dominio de las redes sociales. Su trayectoria meteórica lo fue desplazando desde las clases de economía en parques públicos, estudios radiofónicos y sets de televisión, hasta la viralización de sus contenidos en el entorno digital, esas aguas revueltas que encauza mejor quien tenga una comprensión superior del algoritmo que funciona como un fagocitador de votos. Así pues, ese entorno digital fomentaría espacios de congregación del malestar que devinieron unidades básicas del proselitismo viral del “mileísmo”.

El suyo fue un caso emblemático de lo que empieza a popularizarse como la “tiktokización” de la política, cuyas características principales son la brevedad, la ligereza y cierta banalización, dado que los videos deben ser de alto impacto y rápida asimilación. Durante la campaña electoral, Milei sumaba más de un millón de seguidores en Tiktok y algunos de los videos colgados en su cuenta oficial rompieron récord de reproducciones. Ése fue el caso de la famosa entrevista con Tucker Carlson, la que incluso superó los 265 millones de la entrevista que el periodista realizó a Trump (Emeequis, 2023).

El propio Milei reconoció que algunos medios fueron realmente el “padre de la criatura” y compartió públicamente el consejo dado por Mauro Viale, un veterano de los medios generoso con los minutos al aire ofrecidos al candidato libertario: “me dijo que esto era como un round de box [...] vos tenés tres minutos para contar una idea, pero en el primer minuto tenés que meter una piña de knock out. Si al conductor le gusta, agarrás vuelo ahí y explicás más” (Chaluleu, 2022). Milei siguió la recomendación al pie de la letra.

Otro dato importante es que a la primera línea de community managers le acompañaba un séquito de trolls y otros gatilleros digitales -youtubers, tiktokeros, influencers- dedicados a instalar un discurso que con frecuencia impondría tendencia en las redes sociales, lo que en sí mismo implica un avance no sólo del alcance del mensaje sino de su impacto cualitativo, pues como observó Millán (2004: 84): “cualquier cambio en los medios de comunicación viene a significar un cambio en la propia realidad comunicada y por tanto en nuestra conciencia del mundo”.

Los mensajes así transmitidos conectaron fácilmente con los jóvenes, quienes son los principales usuarios de esa red social que resulta propicia para llegar a esa franja etaria nutrida de desafectos de la política en búsqueda de referentes “alternativos” o políticamente incorrectos. Con su estridencia e irreverencia, Milei encarnó entonces una suerte de bovarismo político que incidió en sensibilidades vulneradas, disconformes y a menudo sin un claro horizonte ideológico, lo cual es síntoma de una alienación política entendida como un “rechazo consciente de todo el sistema político que se expresa en la apatía” (Neumann, 1957: 290). De tal modo la frustración, la impotencia y cierta dosis de cinismo dieron forma a lo que Jorge Alemán describió como un discurso “pubertario”, una palabra compuesta que condensa el apoyo de la juventud al libertarismo y que podemos vincular con la agudización de un espíritu de trinchera tras el anonimato digital.

La estrategia comunicativa de Milei retoma elementos fundamentales de la llevada a cabo por Bukele, a saber, videos que ocupan toda la pantalla guiados por un agresivo algoritmo que no se basa en el seguimiento de órdenes conscientes sino en el tiempo que el usuario pasa inconscientemente frente a los videos (Malaspina, 2020), algo potenciado por el hecho de que los argentinos ocuparan el quinto lugar a nivel internacional en términos del tiempo que pasan navegando en el celular, con un promedio de nueve horas y 39 minutos al día y un total de 147 días al año, según un estudio de la consultora Sortlist (Forbes, 2023). En resumen, la clave del alcance masivo estuvo en la creación y difusión de contenidos que suponían estímulos cortos, fáciles, no reflexivos pero generadores de una respuesta inmediata. En otras palabras: algoritmo mata aparato, o tal vez, en este entorno digitalizado, sea el aparato el que deba adaptarse al mundo de los algoritmos (Fontevecchia, 2023).

La pandemia como caldo de cultivo de la ultraderecha

La pandemia aumentó la digitalización de la vida y con ello el acceso a contenidos que fueron articulando un sentido común que capturó las subjetividades de amplios sectores sociales, sobre todo entre los centennials. Las ideas “libertarias” que circularon viralmente por el espacio digital acabaron de amoldar una visión del mundo que ya estaba difundida antes de la irrupción política de Milei: una épica individualista y meritocrática propia de un emprendedurismo hostil a las subvenciones debido a un inclinación antiestatista que asocia sector público con corrupción y privilegios, de modo que el “argentino de bien” es aquella persona que emerge del sector privado y se hace a sí misma sin quedar atrapada en redes clientelares o condicionada de alguna manera por el entramado estatal.

Las restricciones para tratar de sortear la pandemia provocaron el rechazo de una parte considerable de la juventud que juzgó dichas medidas como políticas autoritarias que limitaban tanto sus posibilidades laborales como recreativas. Este descontento social fue capitalizado por Milei mediante una crítica frontal a la gestión gubernamental y un discurso escéptico frente a los riesgos y consecuencias de la crisis por la covid-19, a la que Milei calificó como una “infectadura” que servía de justificación para una cuarentena “cavernícola”, la que a su vez era un pretexto para “seguir robando” desde el Estado, aludiendo con ello a los casos de corrupción en relación con la gestión de la crisis sanitaria.

Los jóvenes adoptaron este discurso pretendidamente antiautoritario desde un lugar propio que los caracterizaba como otra clase de outsiders del sistema, esta vez más por exclusión que rebeldía. Esta marginalización estaba ligada a un tiempo apremiante marcado por una precarización creciente que tiende a clausurar sus proyecciones de futuro, desde conseguir un trabajo o tener prestaciones sociales, hasta rentar o comprar una casa, lo que está en consonancia con lo analizado por el Laboratorio de Estudios sobre Democracia y Autoritarismos (2022) sobre la preeminencia de una temporalidad catastrófica sin fin que genera una zozobra extendida socialmente.

Por otra parte, durante la pandemia se ahondó la división entre trabajadores formales y asalariados frente a los cuentapropistas o falsos autónomos que realizan sus actividades laborales en los márgenes de la economía, una situación que los deja sin las compensaciones derivadas de políticas distributivas u otras protecciones estatales. Este último sector no tuvo una representación consistente dentro del peronismo. Hay que recordar que el peronismo surgió como un movimiento de masas compuesto por trabajadores fabriles y sindicalistas que se convertiría en un representante institucional de sus intereses. Desde entonces el contexto económico y el mundo laboral experimentaron profundos cambios, siendo uno de los más relevantes el drástico aumento de la desregulación, la informalidad y la precarización de las condiciones de trabajo. En este escenario el monotributista desplazó al obrero como figura emblemática de las clases populares, lo que debilitaría aún más los lazos de clase en beneficio de una sensibilidad individualista y competitiva que atomiza a los trabajadores.

Por lo tanto, no resulta del todo sorprendente que el triunfo de Milei registrara un importante apoyo de sectores obreros identificados con el peronismo: el 50.8% de asalariados, el 47% de pensionados, el 50.9% de trabajadores informales, el 52.3% de comerciantes y casi el 30% de la base peronista tradicional (Balsa, 2023). Aunque una buena parte de la cosecha de votos de Milei proviene del trasvase del macrismo y de los votantes de derecha tradicional radicalizados, no es subestimable el voto bronco de un antiperonismo popular o un voto anti-establishment que está a tono con las extremas derechas a nivel internacional. Según datos de la CELAG (2023), existe un núcleo duro de voto libertario que ronda el 30%, el resto constituye un heterogéneo caudal de votos que expresan un rechazo a “lo otro” (al peronismo, al statu quo o al ministro de economía de un país con una inflación de 140%), más que una adhesión a sus propuestas programáticas, por lo que podemos concluir que en términos generales el voto a Milei fue pluriclasista y no prioritariamente ideológico.

Es la economía, estúpido

Ciertamente la situación económica era preocupante antes del triunfo electoral de Milei. Apuntemos algunos datos significativos: la inflación alcanzó el 140%, la pobreza un 40%, el nivel de indigencia un 9.6% (Giménez, 2023); el Banco Central tenía escasas reservas y apenas tres meses antes del balotaje Massa devaluó en 22% el peso argentino, argumentando presiones del FMI. Estas cifras se asocian directamente con la gestión del ex candidato oficialista, una identificación que sin duda teñía de irreflexividad o incredulidad la propia crítica de Massa contra la irracionalidad del proyecto político de Milei.

En estas circunstancias no es de extrañar que el malestar económico fuera la variable determinante del programa electoral de LLA y que, al mismo tiempo, dicho trasfondo crítico ofuscara los llamamientos a votar en nombre de la memoria o los valores democráticos, dado que las condiciones realmente existentes no eran congruentes con lo sustancial: la democracia también es tener el estómago lleno, es inclusión social y política (Revista Anfibia, 2023). La famosa máxima de Alfonsín acerca de que con la democracia se come, se educa y se cura, se torna quimérica cuando esas ideas abstractas no se materializan en la cotidianidad de las personas.

“No hay alternativa al ajuste y no hay alternativa al shock”, fue la sentencia lapidaria que marcaría el rumbo del discurso de asunción que anunció la aplicación de drásticas medidas de ajuste fiscal que, no obstante, adolecían de poca precisión en cuanto a su ejecución. Si durante la campaña presidencial Milei aseguró que los ajustes recaerían sobre la clase política o la casta, en su discurso de investidura señaló que radicaría en el Estado y no en el sector privado, es decir, en los servicios públicos, subvenciones, jubilaciones y otras prestaciones sociales. La finalidad, según sus propias palabras, era corregir la pesada herencia del kirschnerismo, un argumento reciclado del menemismo y el macrismo. Quedaba claro que para el libertario la casta es política, no económica.

Aunque prescindió de los eufemismos tan concurridos por las derechas tradicionales y del extremo centro para aludir a las medidas propias de la terapia del shock, es importante subrayar que ese discurso estuvo plagado de mentiras que crearon una realidad distorsionada basada en el falseamiento de datos, como una supuesta inflación plantada del 15,000% o la afirmación sobre una década viviendo en estanflación (SUTEBA, 2023). El objetivo de esa intervención hiperbólica era amortiguar la difícil situación socioeconómica que sobrevendría como efecto de la aplicación de su programa, de la cual previno en ese mismo discurso y la que ciertamente dispararía los indicadores mencionados.

En ese mismo discurso Milei incidió en la necesidad de llevar a cabo un ajuste sin cortapisas que implicaría “grandes sacrificios y enormes esfuerzos”. En su discurso inaugural, Menem (1989: 3) declaró en términos similares la bancarrota argentina: “Argentina está rota en una ‘crisis terminal’”, anunció, para enseguida demandar de la ciudadanía “sacrificio, trabajo y esperanza”. Y en un tono que recuerda aún más si cabe al Milei de la investidura, agregó: “De esta tragedia nacional no vamos a poder salir sin realizar un esfuerzo […] Esta economía de emergencia va a vivir una primera instancia de ajuste, de ajuste duro, costoso y severo” (ibídem, p. 10). El diagnóstico catastrofista y la demanda inexorable de una resiliencia cuasi sacrificial funcionaron como preámbulo de una visión mesiánica vinculada a una “misión patriótica” al estilo de Churchill cuando reclamó de los británicos “sangre, sudor y lágrimas”.

Para afrontar esta complicada situación económica, Milei propuso un compendio de políticas ortodoxas neoliberales: ajustes draconianos, privatizaciones de bienes estatales, grandes recortes en obra pública, salud o educación y, en general, todas las medidas apuntaladas por una doctrina del shock que tampoco era del todo nueva en Argentina, puesto que el programa “libertario” recuperó aspectos medulares de pasados proyectos (ultra)neoliberales con los que acaso presentaba una diferencia de grado y ritmo en la implementación que vaticina una dialéctica entre forma y fondo que dependerá, en buena medida, de los apoyos políticos que logre obtener.

En este contexto tendrán un peso decisivo los acoplamientos al interior del gobierno en función de la existencia de una correlación de fuerzas dinámica en términos ideológicos, tales como las tensiones que protagonizaron el macrista Luis Caputo desde el Ministerio de Economía y la mileísta Diana Mondino desde Relaciones Exteriores en lo concerniente al trato con China para conseguir refinanciamientos, pero también respecto a los intereses a menudo contradictorios entre los “patrocinadores” de Milei, presididos por Eduardo Eurnekian y Paolo Rocca, dos de los hombres más ricos de Argentina.

Entre el amplio repertorio de propuestas destaca una triada célebre por polémica: dinamitar el Banco Central, dolarizar la economía y acabar con la inflación. La dolarización era una idea que básicamente ya no existía en el mapa de futuro pero que funcionó como una fórmula demagógica que Milei supo explotar electoralmente, difundiendo una versión simplificada acerca de que se podría ahorrar y recibir un salario en dólares, pese a la falta de consistencia entre la propuesta de dolarización y el plan fiscal de los libertarios.

Por su parte, el Banco Central no sólo no sería desaparecido, sino que Milei dispondría de él apenas asumido el cargo mediante la autorización por decreto de una Letra del Tesoro por un valor de 3,200 mdd, un monto que será destinado al pago de obligaciones de deuda externa que tiene como principal destinatario el FMI. Desde sus primeros pasos como candidato Milei dejó claro que cumpliría estrictamente los compromisos contraídos con el FMI, por lo que el organismo seguirá condicionando las políticas públicas del país, esta vez sin ningún tipo de reticencia o crítica gubernamental.

El anuncio de Luis Caputo de una nueva devaluación del 118% dio inicio a la primera fase de aplicación del célebre paquete motosierra, la que además estuvo acompañada de un decálogo de medidas de “emergencia económica”, entre las que destacaron la reducción de los ministerios de 18 a nueve, la disminución al mínimo de las transferencias del Estado nacional a las provincias o la reducción de los subsidios a la energía y el transporte (Tarricone y Gardel, 2023).

Apenas unos días después Milei anunció una nueva tanda de ajustes estructurales. Sin una amplia y sólida base social, sin una necesaria consistencia institucional y con una clara debilidad parlamentaria, la pregonada “refundación nacional” sobre la base de un capitalismo ultraliberal intentó ser introducida con presteza mediante decretos de necesidad y urgencia (DNU), un conjunto de 367 reformas legislativas, entre las que se incluyen, por mencionar algunas, la derogación de la norma que impide la privatización de empresas públicas (con la mira puesta especialmente en Aerolíneas Argentinas), la derogación de la ley de alquileres, la derogación de la ley que declara de interés nacional la producción de medicamentos y vacunas para su distribución en el sistema de salud, la desregulación de las tarjetas de crédito, de los servicios de Internet satelital o del turismo, así como una reforma laboral que facilita el despido sin indemnización, aumenta los periodos de prueba de trabajo de tres a ocho meses, prohíbe la realización de asambleas y admite hasta 12 horas de trabajo sin derecho al pago de horas extra.

El DNU funciona como un mecanismo unilateral para el trasvase de recursos que propicia una mayor concentración de la riqueza, a la vez que una subasta de los bienes públicos y las riquezas naturales del país. Aunque otros mandatarios habían recurrido con cierta regularidad a los DNU, la magnitud de este megadecreto es inédita en el país. Que de un plumazo y sin consultar al Congreso se intentara derogar derechos y libertades constitucionales, provocó que se hablara de un fujimorazo argentino. En suma, podría puntualizarse que cada párrafo entraña una concesión más al capital y un derecho social menos (Camerano, 2023), lo cual explica las manifestaciones espontáneas que tuvieron lugar inmediatamente después de que el presidente anunciara las nuevas medidas y los reclamos de juristas y políticos sobre la inconstitucionalidad que implica el hecho de que a través de este decreto el Ejecutivo se arrogue facultades propias del Poder Legislativo, lo que pone en entredicho la efectiva división de poderes.

En el DNU quedaría plasmada la alianza gubernamental con el establishment económico, en especial con el sector financiero y agroexportador, los principales beneficiarios de las medidas. Esta élite económica que de manera diferenciada sostuvo la campaña de prácticamente todos los candidatos, terminó amoldándose al nuevo presidente para apuntalar sus intereses a través de los ajustes y privatizaciones. Por ende, son esperables ciertas vicisitudes en la correlación de fuerzas sin que eso entorpezca el cálculo de los intereses de clase que determina cuándo cerrar filas en torno al Gobierno (Katz, 2023).

Como última vuelta de tuerca, el Gobierno presentó el Proyecto de Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos, mejor conocida como “Ley Ómnibus”, un paquete que pretendía introducir otra serie de modificaciones y desregulaciones, pero que a diferencia del DNU, estaba obligado a pasar por el Congreso. Todas estas iniciativas gubernamentales confeccionaron el amplio programa de reformas y derogaciones que, en el fondo, aspiraban a una remodelación acelerada y profunda de la relación entre el Estado y la sociedad argentinas. Aún más, este megaproyecto de ley incluye un artículo final que establece la ratificación del DNU por el Congreso, lo que supone una operación amañada que filtra subrepticiamente los decretos que, en teoría, fueron justificados por una “emergencia” y “necesidad” tales que hacían prescindible al Legislativo.

Milei le encargó a Federico Sturzenegger la tarea de coordinar el equipo que redactó el DNU 70/2023, el cual estaba basado en el plan que él mismo elaboró para la campaña de Patricia Bullrich (Giordano, 2023). Y fue la propia Bullrich, ya como ministra de Seguridad, quien se encargó de dirigir el intenso operativo policial desplegado para contener la protesta social contra el DNU, un ejercicio represivo que fue un ensayo de lo defendido en el conocido protocolo antipiquetes anunciado por la ex candidata presidencial y que la Ley Ómnibus aspira a transformarlo en legislación mediante una reforma al Código Penal que implicaría la criminalización de la protesta, la censura a los movimientos sociales, la eliminación de derechos políticos, la restricción de la libertad de asociación o una mayor impunidad a los cuerpos de seguridad (Hauser, 2023). En vista de lo anterior no parece exagerado apuntar que la respuesta gubernamental, disciplinaria y autoritaria, advierte la construcción de una especie de régimen cívico-policial.

Bullrich y Sturzenegger tuvieron un papel destacado en el gobierno de Fernando de la Rúa, pero el paralelismo con el pasado no termina ahí: que la noche en la que se anunció el DNU concluyera con cacerolazos y manifestaciones representa un pequeño revival del estallido de 2001. Muchos de quienes fueron funcionarios clave en ese momento crítico y que después serían incorporados al macrismo habrían de ser reciclados para impulsar una agenda muy similar a la que desencadenó la crisis, pero más rápido, sin gradualismo.

La propuesta económica de Milei evoca la idea de privatización intensiva como la vivida en Rusia durante el mandato de Boris Yeltsin. De manera análoga, Milei está por la labor de un neoliberalismo extremo que promueve la mercantilización expansiva de toda relación social, un totalitarismo de mercado en el que las personas se convierten en los primeros consumidores pero también en las primeras mercancías, tal como reveló su propuesta de campaña de legalizar un mercado de órganos (abandonada después) o la creación de un Ministerio de “Capital Humano”, el cual denota una visión mercantil de las personas. “Todo lo que pueda estar en las manos del sector privado, va a estar en las manos del sector privado”, reafirmó Milei una vez electo (Página 12, 2023). En la memoria de los argentinos esa frase llega como un eco de la pronunciada por Roberto Dromi, quien fuera ministro de Obras y Servicios Públicos del ex presidente Menem y hoy uno de los asesores de Milei: “nada de lo que pueda ser estatal permanecerá en manos del Estado” (Valdez, 2023).

En realidad, el grueso del plan económico de Milei es una copia y pega de lo implementado en el gobierno de Menem y en la gestión de Martínez de Hoz durante la dictadura de Videla. De acuerdo con un estudio del CELAG, el 70% de las medidas “mileístas” son un calco de las impulsadas por Domingo Cavallo, quien según Milei fue el mejor ministro de Economía en la historia argentina. La coincidencia con el programa neoliberal de Martínez de Hoz alcanza el 68%, mientras que con el gobierno de Macri roza un 63% (Oglietti, 2023). Según este estudio, sólo tres propuestas serían originales: eliminar el Banco Central, eliminar la coparticipación y poner en marcha vouchers educativos que funcionarían como cheques individuales otorgados a los alumnos para financiar su educación, lo que en la práctica implicaría un subsidio a la demanda con arreglo a una lógica de mercado.

Desde la perspectiva del nuevo gobierno, los duros ajustes se apoyaban en la legitimidad social que le confería el contundente resultado electoral conseguido después de una campaña en la que se repitió, como una letanía, que no había plata y por lo tanto era imprescindible recortar drásticamente los gastos del Estado. Milei se jactaba de ser el primer presidente electo prometiendo ajustes, lo que por contraste recuerda a lo expresado por Menem: “si yo hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. Lo dicho por Milei es parcialmente cierto: el ajuste, aunque efectivo, no sería aplicado a la casta sino que se realizaría para provocar un debilitamiento del Estado que, en consecuencia, quedaría subordinado al mercado en tanto instrumento coercitivo a su servicio.

En el discurso pronunciado después de su victoria en las PASO encontramos ya la clave de esta mercantilización expansiva de los derechos: “estamos ante el fin del modelo de la casta, basado en esa atrocidad de que ‘donde hay una necesidad nace un derecho’, pero se olvidan de que alguien lo tiene que pagar, cuya máxima aberración es la justicia social” (Reydó, 2023). La operación ideológica es clara: los derechos de unas minorías son interpretados como privilegios que paga la mayoría.

En La República, Platón pone en boca de Trasímaco una definición de justicia que bien pudiera sustentar la anterior declaración de Milei: “la justicia es el derecho del más poderoso”. Desde la perspectiva libertaria, la justicia es meritocrática y no construye puentes con la igualdad. En el mejor de los casos, en el discurso defiende una igualdad jurídica formal pero actúa contra lo que ella misma establece. Por consiguiente, para Milei los únicos válidos o prioritarios son los derechos negativos, es decir, aquellos que no deben quitarse y que tampoco obligan a ninguna contraparte a dar algo: derecho a que nadie disponga de mi vida, mi propiedad o mi libertad (Azpitarte, 2016). Éste es el fundamento del Estado limitado que establece las bases para legitimar la defensa del individualismo, uno que por lo demás se opone a la ampliación de una agenda de derechos mediante políticas de identidad o políticas redistributivas dado que, siguiendo a Murray Rothbard (2016), la raíz de la discriminación positiva es la estructura de derechos civiles que erosionan los derechos de propiedad.

Otra de las lecciones extraídas por Milei tras la lectura de Rothbard fue que los monopolios cumplen un papel económico positivo si son resultado de la iniciativa privada, pero nocivos si son creados por el Estado (Stefanoni, 2023). Esta visión justifica la adopción de la teoría del derrame que defiende la acumulación ilimitada de los más ricos y una libertad prácticamente irrestricta para imponer condiciones al resto, lo que presuntamente favorecería una mayor actividad económica que causaría un derrame de la riqueza hacia los sectores populares (Cufré, 2023). En conclusión, el proyecto libertario propugna un modelo ideal que fetichiza la maximización del rendimiento personal, la responsabilidad individual y la eficiencia, a las que pretende vincular orgánicamente con el concepto de libertad.

Política exterior

El 2023 fue un año positivo para la ultraderecha a nivel internacional. El día de la asunción de la presidencia de Milei también se cumplió un año de la llegada al poder de Giorgia Meloni en Italia y apenas un mes antes el ultraderechista Geert Wilders consiguió una contundente victoria electoral en Países Bajos, aunque quizá el hecho más destacado es que se hizo inminente la reemergencia de Trump como candidato presidencial con altas probabilidades de ganar las elecciones generales en noviembre de 2024.

Hace tiempo que la extrema derecha dejó de ser un fenómeno marginal y que sus expresiones organizativas o partidarias vienen acechando posiciones políticas a diferentes velocidades y escalas. No obstante, en la actualidad uno de los elementos más relevantes es la articulación de una red de alianzas a nivel internacional que tiene como denominador común una agenda reaccionaria estructurada en torno a temas identitarios, un negligente revisionismo histórico o su rechazo de políticas igualitarias, entre otros asuntos.

En consonancia con estas fuerzas ultraderechistas, Milei adoptó la lógica dicotómica que escinde el mundo entre democracias liberales y regímenes totalitarios, una concepción “metapolítica” a la que se supedita su alineamiento con los intereses occidentales, o más precisamente, atlantistas. En ese sentido, el pulso geopolítico que Estados Unidos mantiene con China y otros actores internacionales presiona al gobierno libertario a posicionarse en clave de una reedición de guerra fría, cuyos significantes aglutinadores son la defensa de unos abstractos “valores occidentales” que estructuran un orden mundial basado en reglas y vía libre para la circulación del capital.

Lo anterior se enlaza con la promoción de un conservadurismo social que la célebre Carta de Madrid sintetizó con claridad -la cual fue firmada por Milei- y que se convertiría en un documento referencial de una suerte de internacional reaccionaria cuyos líderes suelen reunirse en la Conferencia de Acción Política Conservadora, un foro global creado para intercambiar ideas y diseñar estrategias para combatir el socialismo. Con un discurso anacrónico que es punta de lanza en la “batalla cultural” que aseguran estar librando, quienes la suscriben defienden un credo ultraliberal que atenta contra la agenda de derechos conquistados por los movimientos feministas, ecologistas o LGTB+. Es decir, comparten una opinión escéptica sobre el cambio climático, el cuestionamiento de la utilidad de las instituciones multilaterales, una animadversión hacia los migrantes, posiciones contra la igualdad de género y las políticas de identidad, la justicia social y en general un completo rechazo de todo progresismo cultural.

El hecho de que Milei se acogiera en lo sustancial a ese ideario implica un vuelco en la política exterior argentina que augura, hasta cierto punto, un replanteamiento en la correlación de fuerzas intrarregionales. Su triunfo electoral constituyó un hito para la cada vez menos pequeña constelación de movimientos o agrupaciones ultraderechistas que se multiplican aquí y allá en América Latina. Muy pronto llegaron las felicitaciones entusiastas de líderes políticos de este signo ideológico, tales como José Antonio Kast, Jair Bolsonaro o María Corina Machado, con quienes Milei mantenía estrechos vínculos incluso antes de ser candidato presidencial. En sus congratulaciones, estos personajes aludieron a la esperanza que supone su ascenso para otras fuerzas de derechas en la región, atribuyéndole así un carácter ejemplarizante que habría de seguir con atención. Por su parte, Trump publicó un tweet con una paráfrasis de su lema de campaña para proclamar su “orgullo” ante la certeza de que Milei haría grande a Argentina otra vez.

De manera similar a lo ocurrido con Trump o incluso con Bolsonaro, el triunfo electoral de LLA podría suscitar una especie de “efecto Milei” que produciría el desplazamiento hacia la derecha del horizonte de lo decible y, con ello, la posibilidad de replicar tanto el estilo subversivo como las propuestas más radicales. Está por verse la influencia que esto pueda generar en otros países latinoamericanos que atraviesan sus propias crisis de representación ligadas a una pérdida de legitimidad de la política tradicional. Las elecciones próximas en Colombia, Chile, Perú o Venezuela supondrán una primera medición del influjo de esas ideas ultraderechistas y, de manera tangencial, observaremos si la experiencia libertaria en Argentina pudo ser un empuje en esa dirección. Por lo pronto, el impacto del mileísmo empieza a constatarse en la conformación de partidos libertarios en Uruguay y Chile, los cuales se inspiran explícitamente en el caso argentino.

La incertidumbre se expande en el más amplio escenario continental en vista de las próximas elecciones en Estados Unidos. Si bien durante su campaña electoral Milei llegó a insinuar que Biden era una especie de colectivista, como presidente electo su primer viaje al extranjero lo trasladó al país norteamericano para entrevistarse con funcionarios del FMI y del Gobierno estadounidense. Que el primer viaje fuera de Argentina -y que lo hiciera aún antes de asumir el cargo- lo realizara a Estados Unidos y no a Brasil, como dicta la tradición, envió un claro mensaje en materia de política exterior. Como mandatario en funciones, sus primeras decisiones confirmaron su completo alineamiento con Washington. Una de las primeras pruebas de ello se presentó con motivo de la votación en la Asamblea General de la onu sobre un alto el fuego en Gaza, en la que el argentino fue uno de los 23 gobiernos que decidió abstenerse, algo que resulta congruente con sus declaraciones de apoyo incondicional al Estado de Israel, cuyo embajador recién designado en ese país fue su rabino personal.

Aunque era innegable su convergencia con la política exterior estadounidense, una hipotética reelección de Trump probablemente suscite un efecto revulsivo si, como pudiera suponerse, el espaldarazo desde la Casa Blanca propicia mayores tensiones regionales que tiendan a salidas autoritarias. Asimismo, un gobierno trumpista sería un apoyo crucial en la formación de una virtual contrahegemonía de ultraderecha latinoamericana.

En cuanto al tema de las formas de presentación de la agenda internacional, cabe resaltar la provocación como un rasgo característico, especialmente durante la campaña electoral. Uno de los episodios más célebres lo protagonizó Alberto Venegas Lynch (un referente fundamental de Milei) cuando sugirió romper relaciones con el Vaticano. El propio Milei calificó de comunista al Papa Francisco y fue aún más lejos cuando lo juzgó como el representante del maligno en la Tierra. Ya en el gobierno, cesó sus ataques, lo invitó a visitar el país y recibió un rosario bendecido por el sumo pontífice.

El mismo tono conciliador mostró con Xi Jinping después de que éste le enviara una misiva con sus felicitaciones, de manera similar a como hiciera Bolsonaro después de una campaña cargada de improperios contra el país asiático. El tono amable era menos diplomático que pragmático: además de ser consciente de que el mercado chino es uno de los más importantes para los bienes primarios argentinos, poco después de asumir el gobierno, Milei solicitó al líder del Partido Comunista Chino la renovación del swap de monedas para hacer frente a los pagos pendientes al FMI (El Comercio, 2023), lo que estaba en abierta contradicción con sus reiteradas intenciones tanto de dinamitar el Banco Central como de distanciarse de países “totalitarios”. En otras palabras, resultaba conveniente transigir con China para encarar en tiempo y forma los compromisos con el FMI, aunque esta alternativa se complicaría debido a la reunión “informal” de Diana Mondino (canciller argentina) con la representante de Taiwán en el país, lo que implicó un giro diplomático inédito, ya que hasta entonces había asumido sin ambages la política de una sola China.

Argentina tenía programado unirse a los BRICS en 2024 como resultado de una exitosa negociación entre Lula da Silva y Alberto Fernández. Sin embargo, Milei canceló su integración al bloque mediante una carta enviada por la Cancillería a los jefes de Estado de los países miembros, en la cual comunicó que su Gobierno realizaría un cambio de paradigma en materia de política exterior que volvía inoportuna su incorporación. Teniendo en cuenta que los BRICS concentran una cuarta parte del PIB global, abarcan un tercio de la superficie geográfica y su peso demográfico supone alrededor del 46% de la población mundial, se puede inferir que la decisión expresa un sesgo ideológico superpuesto al pragmatismo que optó por mantener en las relaciones bilaterales (Departamento de Seguridad Nacional, 2023).

Milei avisó en repetidas ocasiones de su oposición a negociar con “países comunistas”, entre los que se cuentan no sólo algunos de los BRICS sino también los Estados que conforman el “eje bolivariano”, a los que relaciona con el Grupo de Puebla y el Foro de Sao Paulo. Para el nuevo presidente argentino estos espacios son reductibles a focos de adoctrinamiento marxista, debido a lo cual es de esperarse un discurso beligerante en contra de ellos. En cambio, se vislumbra un acercamiento al Grupo de Lima y un alineamiento sin fisuras con los intereses estadounidenses en la OEA y la CELAC.

En lo que respecta a su participación en otros mecanismos de integración regional, Milei anunció en enero su posible retirada de la Unasur, cuestión que aún está por dirimirse. En cuanto al Mercosur, durante su campaña electoral hizo públicas sus reticencias a colaborar con el bloque e incluso llegó a considerar su disolución. No obstante, y al igual que en otros temas, ya al frente del Estado moderó su discurso y decidió permanecer en él para promover desde adentro una reformulación estratégica escorada hacia la derecha, teniendo además la ventaja de una relativa sintonía ideológica con tres de los cuatro gobiernos que lo conformaban en ese momento, dejando aislado al Brasil de Lula.

Para recapitular, señalaremos que destacan dos pilares de su política exterior: la así llamada lucha contra la amenaza socialista y el desarrollo de intensas relaciones comerciales acordes con su defensa de un fundamentalismo de mercado que lo induce a demarcarse de otros líderes más proteccionistas. El supremacismo cultural y moral del que se jacta Milei no necesariamente adquiere la forma de un chovinismo inexorable a la manera de Trump o Bolsonaro, pues a diferencia de ellos, Milei se aleja de la vehemencia nacionalista con la que intentaron justificar buena parte de su praxis política. En todo caso, y al igual que otras fuerzas derechistas de la región, Milei defiende un proyecto nacional que afianza la posición periférica de América Latina, puesto que no aporta una agenda desarrollista propia que pretenda escalar en la lógica del capitalismo internacional (García Granado, 2023).

En resumen, conjeturamos que la agenda internacional estará atravesada por contradicciones y ambigüedades calculadas, pero también por la instrumentalización de una lógica amigo-enemigo con reminiscencias civilizatorias que se apoyan en grandes construcciones escolásticas. En consecuencia, es previsible un despliegue oscilante entre realpolitik, retórica moralizante y lo que ha empezado a teorizarse como una política exterior conspiratoria (Malacalza, 2023) que fue reforzada por la pandemia en tanto acontecimiento que aceleró la circulación de ideas complotistas. “La pandemia es el sueño comunista [...] y el plan es el Foro de Sao Paulo”, es una frase de Milei que cifra la esencia ideológica de esta concepción conspirativa que sobrevolará su política exterior.

Colofón

Para comprender el ascenso del mileísmo resulta útil considerar una triple articulación en el marco de una profunda crisis económica: el aumento de la informalidad y precariedad laboral (sobre todo entre los jóvenes), la guerra cultural que libra una extrema derecha empeñada en imponer su agenda ultraconservadora y la viralización de la política en la era de las redes sociales, entendidas como un campo de lucha política agitado por un ciberpopulismo radical que, entre otras cosas, ha sabido posicionar unas determinadas preferencias de consumo político a través de un hábil manejo algorítmico.

Milei irrumpió como un outsider y un producto mediático levantado sobre contraposiciones antagónicas alentadas por una estrategia populista de derecha que despliega un discurso excesivo, moralizante, pretendidamente antipolítico y atravesado por referencias bíblicas que apuntalan una suerte de fascismo religioso de mercado en donde los argentinos de bien se oponen al Estado, mientras los demás son parasitarios de él. Por esa razón, si bien apareció como una performática provocación al sistema, su victoria electoral es una expresión extrema de la hegemonía del pensamiento neoliberal aunada a una concepción mesiánica de la política que supo incidir en un momento de quiebre nacional.

Milei también es el emergente de una sensación de orfandad en términos de representación política. El vacío provocado por la desconfianza hacia el Estado y el distanciamiento frente a la política tradicional fue ocupado por una propuesta disruptiva en su forma pero reaccionaria en sus contenidos programáticos. En su proyecto hay continuidades de fondo y diferencias de forma con los anteriores gobiernos de derechas, algunas de cuyas corrientes se aglutinaron en torno al nuevo gobierno para relanzar una agenda ultraneoliberal que recupera viejas recetas de la terapia del shock que buscan desmontar al Estado social y cuya implementación demanda un autoritarismo que no escatima el uso intensivo de sus aparatos coercitivos. La combinación de motosierra al Estado y represión a la protesta social sienta las bases de lo que podría devenir una suerte de régimen cívico-policial apoyado en una legislación regresiva en derechos y libertades que se intenta imponer mediante decretos y un megaproyecto de ley que aspira a una reorganización de la relación capital-trabajo.

En definitiva, estamos ante un derribo simbólico y una reforma estructural del Estado que ambiciona una refundación nacional en clave de un neoliberalismo autoritario. El 2024 inició con fuertes subidas de precios, convocatorias de huelgas, manifestaciones sociales espontáneas, la contención judicial que vuelve inaplicables algunos aspectos del DNU y la depuración en el Congreso de la ley ómnibus. En los siguientes meses comprobaremos si los efectos de los drásticos ajustes provocan un aumento de la conflictividad social capaz de hacer frente a la acometida neorreaccionaria y si esto genera una pérdida de legitimidad del Gobierno. Está por verse si el mileísmo se consolida como una corriente propia dentro de la política argentina que, a su vez, pueda devenir producto de exportación ultraderechista o si, por el contrario, termina absorbida en una derecha cada vez más inclinada a un conservadurismo radicalizado.

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