Introducción

La movilidad humana, lejos de ser un fenómeno de recorridos geográficos, se ha convertido en un campo de tensiones políticas, sociales y económicas, marcado por el riesgo deshumanizador y narrativas simplistas. Los desplazamientos hacia Estados Unidos incluyen diversas rutas: aérea, marítima y terrestre, y en muchos casos implican el paso por diversas líneas fronterizas antes de llegar al destino. Gran parte de los migrantes latinoamericanos entran al país utilizando rutas que atraviesan el territorio mexicano. En lugar de ser reconocidas por su derecho a la protección internacional y al apoyo humanitario, estas personas suelen ser utilizadas con fines de control y manipulación en la esfera pública. Situación que demanda un análisis profundo de las dinámicas sociales y políticas que conectan a México con el resto de América Latina, sustentado en el estudio de las representaciones sociales y narrativas migratorias, poniendo de manifiesto las contradicciones que rodean el discurso referente a las garantías humanas en las situaciones de movilidad.

En la actualidad, resulta imposible ser indiferentes a los movimientos migratorios, ya que indudablemente implican más que el movimiento territorial; por añadidura, están profundamente entrelazados con construcciones simbólicas que configuran la manera en que las sociedades aprecian y responden a las personas en tránsito. La Organización Internacional para las Migraciones destacó en su informe (OIM, 2021) que la movilidad humana debe considerarse y garantizarse como un derecho fundamental. Sin embargo, debido a las experiencias de abusos y violencias, las personas en tránsito se enfrentan a narrativas que denigran a quienes migran, asociándolos con amenazas sociales o económicas. Estas experiencias, producto de representaciones sociales compartidas, generan consecuencias adversas: legitiman políticas públicas restrictivas que reproducen la marginación, la discriminación y la judicialización de la migración.

La problemática de la movilidad humana, lejos de ser una mera cuestión administrativa o política, involucra un entramado complejo de significados que impregnan las representaciones sociales, las medidas gubernamentales y los relatos compartidos. Antes de adentrarnos en las reflexiones sobre la relación entre movilidad humana y sus múltiples dimensiones, es necesario abordar el concepto de representaciones sociales propuesto por Serge Moscovici y entender la conexión analítica para explorar las dinámicas simbólicas que moldean la percepción y las acciones en torno a la migración.

El término de Representación Social se fundamenta en antecedentes y directrices, entre los que destacan el concepto de representación colectiva de Durkheim, el interaccionismo simbólico de Mead y la etnopsicología de Wund (Mora, 2024). Las Representaciones Sociales constituyen una teoría que, partiendo de fundamentos filosóficos, ha logrado consolidarse como parte de la psicología social, encontrando su lugar en un buen número de ciencias del hombre (Moscovici, 2003).

La concepción de estas representaciones tiene que ver con cómo nosotros, sujetos sociales, aprendemos los sucesos y nos desenvolvemos en la vida cotidiana, a través de informaciones que se encuentran a nuestro alcance y que nos sirven para darle sentido a nuestra realidad. Además de las informaciones, estas se desarrollan a partir de las vivencias enfrentadas en la vida cotidiana, del conocimiento del sentido común y de los esquemas de pensamiento que se forman y difunden a través de los medios de comunicación social, de manera social y compartida.

En este sentido, Moscovici define las representaciones sociales como el conjunto de valores, ideas y prácticas que permiten a los individuos orientarse dentro del entorno social, material y tangible, facilitando su comprensión y control en sí mismo. Constituyen un sistema estructurado de conocimientos y una actividad a través de la cual las personas se integran a un grupo, estableciendo conexiones entre sí (Moscovici, 1979).

En el contexto de México y Latinoamérica, los flujos migratorios son procesos cargados de significados simbólicos que impactan tanto a las comunidades receptoras como a las personas en tránsito, moldeando sus interacciones y percepciones en torno a la movilidad humana. Estos movimientos reflejan, en primer lugar, las desigualdades estructurales, al exponer el lenguaje y la deshumanización presentes en las representaciones sociales de quienes se encuentran en movilidad. Dichas personas son reducidas a meras cifras o amenazas dentro de discursos dominantes que legitiman prácticas restrictivas (Moscovici, 1984; Campbell, 1998).

A partir de lo mencionado, es significativo debido a la complejidad de la migración, que está marcada por diversas causas y motivaciones. Es necesario hacer una categorización que permita establecer un punto de referencia, sin olvidar que, además de las movilizaciones económicas y socioculturales, la migración a menudo implica decisiones y convicciones afectivas. Lo anterior es significativo debido a que la migración es un fenómeno complejo, con causas diversas que la propician. Sin embargo, es necesario realizar una categorización que permita establecer un punto de referencia, sin olvidar que, además de las movilizaciones económicas y socioculturales, la migración muchas veces implica decisiones y convicciones afectivas.

De acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, 2021), la migración debería ser considerada un “derecho humano fundamental”, afirmación que choca con las narrativas que vinculan a las personas migrantes con la inseguridad y el desorden. Estas narrativas, ampliamente difundidas por discursos mediáticos y oficiales, han sido utilizadas para justificar políticas de militarización fronteriza y contención migratoria en México. Esto ha promovido una percepción pública que ignora las causas estructurales de la migración, tales como la violencia, la pobreza y los impactos del cambio climático (Domínguez-Mujica, Guerra-Talavera & Parreño-Castellano, 2020).

En este sentido, la movilidad humana plantea desafíos operativos y discursivos que configuran las maneras en que se interpretan las relaciones simbólicas entre los individuos y su entorno. Esto incluye las percepciones internas sobre uno mismo, los demás y el mundo, más allá de las condiciones específicas en las que se encuentran las personas en su condición de movilidad. Por lo tanto, resulta fundamental analizar los aspectos sociales y culturales que subyacen a estas interacciones para descubrir lo social que hay en estos procesos.

El artículo se centra en analizar las representaciones sociales que moldean las narrativas migratorias y cómo estas, a su vez, influyen en la configuración de políticas migratorias en México y Latinoamérica. La Representación Social es un concepto elaborado desde la psicología, cuyo conocimiento permite interpretar y justificar las conductas ajenas, facilitando una comprensión más integrada del entorno social. Por ello, se adopta un enfoque interdisciplinario que combina la psicología social y las relaciones internacionales, permitiendo analizar el discurso y el poder que opera en la construcción simbólica del “otro” migrante.

Específicamente, se busca problematizar la manera en que estas representaciones legitiman desigualdades estructurales que, al naturalizarse, se reproducen. Este proceso llega a establecerse como una realidad inamovible, por lo que resulta fundamental explorar posibilidades para resignificarlas desde visiones compartidas y centradas en los derechos humanos.

Aspectos de relevancia de la evaluación radican en conectar la teoría y la práctica, ofreciendo un marco conceptual útil para comprender cómo las narrativas migratorias pueden ser intervenidas para fomentar políticas públicas que promuevan la no discriminación y el respeto. A través del análisis crítico de las representaciones sociales, este trabajo busca contribuir al debate académico y político, destacando la importancia de transformar los imaginarios colectivos, la constitución social del contexto socio-cultural y económico, siendo este un paso esencial hacia una humanidad más digna.

La estructura de este estudio se organiza en tres apartados. Inicialmente, se presenta un marco teórico centrado en las representaciones sociales y su articulación con las narrativas migratorias desde una visión transversal, destacando los aportes de Moscovici (1984), Bourdieu (1991) y Hall (1997). La segunda sección desarrolla el análisis de la influencia de estas narrativas en las decisiones migratorias y en la forma en que se entienden y discuten en México y otras regiones de Latinoamérica. Finalmente, se plantea una reflexión propositiva sobre las posibilidades de intervenir en las narrativas actuales, utilizando herramientas teóricas y prácticas para el diseño de políticas integradoras.

Desde esta aproximación, este trabajo busca responder a la necesidad urgente de explorar la movilidad humana desde una óptica que reconozca su centralidad en los debates sobre el bienestar colectivo y los derechos humanos. Transformar las narrativas migratorias no es solo una tarea académica, sino también una responsabilidad política y social que demanda intervenciones coordinadas y sostenibles en todos los niveles. La única frontera que debería existir es aquella que delimita la injusticia de la dignidad humana, un ideal que este artículo busca reforzar mediante el análisis reflexivo y la exploración de posibilidades para transformar las narrativas migratorias.

Metodología

Este artículo se desarrolló mediante un enfoque interdisciplinario, que combina una revisión bibliográfica exhaustiva con el análisis crítico de narrativas migratorias actuales. Se utilizaron fuentes relevantes, incluyendo literatura académica, informes de organismos internacionales como la OIM (2021), además de estudios sobre políticas migratorias en México y Latinoamérica. El método se centró en identificar patrones discursivos presentes en las narrativas mediáticas y oficiales, relacionándolos con las políticas públicas y los imaginarios colectivos. Este encuadre permitió articular los elementos teóricos con ejemplos concretos, generando un análisis que busca aportar al debate académico y social desde una perspectiva reflexiva y propositiva.

Discusión Teórica

Narrativas Migratorias y Representaciones Sociales: Un enfoque Teórico

La teoría de las representaciones sociales y la movilidad humana se presenta desde un marco analítico, para comprender que todas las acciones que operan en las políticas migratorias son discrecionales. Estas políticas, que se enfocan en reprimir, detener y alejar de la frontera a personas que arriesgan sus ahorros en busca de una vida mejor, están estrechamente vinculadas a las percepciones colectivas que las legitiman. Moscovici (1984) establece una relación entre las representaciones y los sistemas simbólicos que simplifican fenómenos complejos, pero que, en su operación, perpetúan y legitiman las desigualdades estructurales profundamente vinculadas a dichas percepciones.

Esta afirmación encuentra eco en los discursos contemporáneos que asocian la migración con la inseguridad y el desorden, lo que configura narrativas que, más allá de describir, construyen realidades sociales y legitimaciones que justifican políticas restrictivas y segregadoras (Campbell, 1998). Esto significa que estas historias o relatos sobre las personas en condición de movilidad se relacionan principalmente con la inseguridad, pero también reflejan aspectos específicos de la realidad migratoria, lo que contribuye a la construcción de un contexto diferente. Es decir, al repetir estos relatos una y otra vez, se acaba creyendo que la migración es realmente un problema y que las personas que migran son una amenaza, frecuentemente sin sustento empírico que respalde dichas interpretaciones.

México se ha convertido en un país clave dentro de la ruta migratoria para controlar y reducir la migración irregular; más allá de ser un territorio expulsor de personas migrantes, también funciona como un país de tránsito para miles, tanto en flujos regulares como irregulares, provenientes de diversas regiones de Latinoamérica y otros continentes. Su objetivo final es llegar a Norteamérica. El lenguaje es aquí un recurso clave para el desarrollo de lo que Campbell denomina “lo otro”. A través de los discursos mediáticos y oficiales, los migrantes son categorizados bajo etiquetas como “ilegales” o “amenazas”, invisibilizando sus historias y despojándolos de agencia. La forma en que hablamos de estas personas influye significativamente en cómo las tratamos; al usar palabras negativas y generalizaciones, estamos creando un problema donde quizás no lo hay.

Desde esta visión, las representaciones se interpretan como un elemento colectivo y dinámico que se transmite de manera continua, generando una interacción mutua entre lo colectivo y lo individual. Este proceso da origen a realidades subjetivas e intersubjetivas que, por un lado, son propias y únicas de cada persona y, por otro, son compartidas socialmente por todo el grupo.

Se reconoce que el grupo, a través de las representaciones sociales predominantes, proporciona a sus integrantes una narrativa sobre su realidad. El sistema de interpretación actúa a modo de puente entre el individuo y su entorno, al igual que entre los miembros de los mismos grupos; además, facilita la resolución y expresión de situaciones que suelen transformarse en códigos lingüísticos. Estos permiten organizar y clasificar a las personas y acontecimientos, estableciendo categorías que sirven de referencia para valorar y definir a los demás (Jodelet, 1988, p. 488).

La literatura académica ha señalado en diversos trabajos, coincidiendo en que las personas que migran son identificadas en categorías relacionadas con grupos étnicos o raciales, generando una separación social que establece una clara división entre la cultura original y la propia. Esto crea una distancia que distingue la tradición cultural local, formando una dicotomía nosotros-ellos. Vista de esta forma, las representaciones sociales sirven como un medio para mantener la posición dominante de los grupos.

De manera, similar el mecanismo se asemeja a la violencia simbólica que, según Bourdieu (1991), actúa mediante la imposición de sistemas de significación que legitiman jerarquías de poder. Un paralelismo evidente se encuentra en las representaciones de las mujeres en contextos de género, donde los estereotipos y narrativas refuerzan la subordinación (Hall, 1997). De manera similar, esta situación también ocurre con las mujeres migrantes, quienes son sujetas a prácticas de dominación que, al naturalizarse, dificultan su identificación como formas de violencia estructural (Bourdieu, 1991).

Por lo general, en la práctica, es común que los abusos no se documenten debido a la falta de una cultura de la denuncia, el temor a represalias en caso de interponerlas y, sobre todo, a que muchas personas en contexto de movilidad priorizan realizar el recorrido a toda costa, en el menor tiempo posible. Una causa importante de esta situación puede explicar por qué las personas en tránsito están dispuestas a soportar abusos y violaciones, lo que demuestra la complejidad de la violencia estructural que enfrentan quienes se encuentran en estas condiciones.

Por su naturaleza, la violencia simbólica rara vez es evidente; reside en la sutileza de los mecanismos que preservan el control y la marginación. Según Bourdieu (1991), esta violencia opera a través de prácticas cotidianas y discursos que parecen legítimos, pero que naturalizan desigualdades. Este fenómeno también se refleja en las narrativas mediáticas, que asocian la migración con caos e inseguridad. Hall (1997) subraya que los medios de comunicación desempeñan un rol fundamental en la construcción de estereotipos, amplificando representaciones deshumanizantes que legitiman políticas restrictivas.

En diversos ámbitos las representaciones sociales (RS) se manifiestan y encuentran expresión a través del discurso mismo. Es relevante dedicar unas líneas a otro concepto relacionado: la ideología. Entre ambas es posible identificar una conexión mutua y directa; es decir, representaciones e ideología están estrechamente vinculadas.

Van Dijk (2003, pp. 14-29) define la ideología en tanto que las creencias centrales de un grupo, compartidas por sus integrantes y que proporcionan una interpretación del entorno que los rodea, sirviendo de base para las acciones sociales. Se puede afirmar que, en el ámbito de las representaciones sociales, el discurso dentro del cual estas se manifiestan, aunque a veces se omita su reconocimiento explícito, puede entenderse en forma de un conjunto de valores y creencias compartidos que valida, refuerza y respalda un discurso particular.

Este vínculo entre las representaciones sociales y la ideología permite comprender que ciertos grupos mantienen su influencia y control social al legitimar discursos dominantes. De acuerdo con Bourdieu (1991), las ideologías actúan mediante mecanismos simbólicos que parecen naturales, pero que, en realidad, perpetúan desigualdades estructurales. En este sentido, estas construcciones colectivas funcionan no solamente a modo de un reflejo de las creencias compartidas, sino que también operan a manera de herramientas para sustentar y consolidar jerarquías de poder, al otorgarles un carácter normativo que valida las prácticas sociales.

Dentro de la dinámica migratoria en la frontera entre México y Estados Unidos, los discursos que vinculan a las y los migrantes con amenazas a la seguridad refuerzan interpretaciones negativas que dificultan su integración y protegen intereses políticos y económicos (Chávez, 2013). Estos mecanismos jamás son accidentales; responden a una lógica estructural que busca consolidar jerarquías y justificar prácticas de control fronterizo y la invisibilización comunitaria (Moscovici, 1984). La referencia explícita a la migración como “conflicto” aparece frecuentemente en los discursos. Cuando se aborda desde el punto de vista geopolítico, se presenta como una cuestión de impacto limitada a una sola dimensión, omitiendo casi por completo las referencias a las causas y consecuencias, ya sean negativas o positivas para todos los involucrados.

Las narrativas que afectan a las personas migrantes pueden observarse en las historias constantes de mujeres que emigran al norte, enfrentando múltiples adversidades. Ellas empeñan sus pocos bienes para pagar a un traficante, sólo para ser engañadas y sufrir las inclemencias del tiempo; sus travesías suelen concluir al reencontrarse con su familia después de muchos días de sufrimiento. Este tipo de experiencias humaniza las estadísticas y visibiliza las narrativas de esperanza y resistencia que suelen quedar invisibles en los discursos hegemónicos (OIM, 2024). Estas vivencias representan la migración no únicamente como un fenómeno económico o político, sino como una experiencia profundamente humana cargada de emociones y resiliencia. Reflejan la necesidad de estas personas en movilidad y su deseo de encontrar un lugar digno para vivir, ya que ven en Estados Unidos la tierra de las oportunidades, dejando fuera la posibilidad de rehacer su iniciativa de vida. Volver a su lugar de origen no es una opción; lo que les queda es seguir adelante hasta llegar a su objetivo.

Dada la complejidad del fenómeno migratorio, las políticas migratorias de México toman rumbos inciertos y confusos, omitiendo la realidad. Particularmente, los migrantes se ven atrapados sin poder llegar al destino que deseaban, ni pueden regresar a su país de origen; esta situación coyuntural evidencia el modo en que las representaciones sociales se instrumentalizan para justificar medidas restrictivas.

Bajo este marco, las acciones de militarización fronteriza y disolución de caravanas migrantes se justifican bajo acuerdos de seguridad nacional, consolidando a México como un muro geopolítico que limita el tránsito hacia el norte. Estas medidas forman parte de un esquema destinado a “ordenar” (OIM, 2021). Sin embargo, las estrategias destinadas a eliminar las desigualdades a menudo desvían la atención de las causas estructurales, como la violencia, la carencia económica y los efectos del cambio climático.

En este sentido, Moscovici (1984) destaca que estas representaciones reflejan las tensiones sociales y refuerzan las estructuras de poder. Por ejemplo, Chávez (2013) resalta que las narrativas se convierten en instrumentos para justificar acciones restrictivas. Además, la influencia de Estados Unidos es innegable, utilizando acuerdos bilaterales para presionar a México a intensificar el control migratorio. Esto refuerza las conexiones y dinámicas de poder entre los diferentes actores globales, consolidando un sistema que prioriza el control por encima de los derechos humanos (ACNUR, 2023).

El papel de las Narrativas Migratorias en la toma de decisiones y su impacto en México y Latinoamérica

Estas políticas, moldeadas por representaciones sociales negativas y por presiones externas, limitan la movilidad humana y profundizan la separación entre el Norte y el Sur global, dejando de lado el esfuerzo por garantizar que toda migración sea fruto de una decisión libre y respetuosa de la dignidad de cada persona.

En el contexto de América Latina, la crisis migratoria venezolana constituye un ejemplo contundente de las dinámicas de poder presentes en cientos de experiencias sobre movilidad humana. Con más de 7.2 millones de personas desplazadas, según datos de la OIM (2024), esta situación se ha posicionado como una de las migraciones más significativas en el mundo.

Dicho de otra manera, las respuestas de los países receptores como Colombia, Perú y Ecuador oscilan entre estrategias de inclusión y políticas de contención, reflejando un choque entre discursos de derechos humanos y prácticas restrictivas adoptadas en la región. Estas tensiones no se limitan únicamente al ámbito local. Campbell (1998) argumenta que están profundamente conectadas con narrativas globales que asocian la movilidad humana con amenazas a la estabilidad económica y social.

En cambio, Hall (1997) sostiene que las imágenes mediáticas de grandes éxodos tienden a estigmatizar, reafirmando la idea de una “invasión” que deshumaniza a las personas migrantes y legitima la discriminación. En este marco, México ha adoptado medidas que restringen la movilidad con la finalidad de contener y disuadir los intentos de quienes pretenden llegar a Estados Unidos. Estas acciones de contención y disuasión se centran en la persuasión y detención de las personas migrantes, priorizando el control por encima de la dignidad humana.

Como parte de la construcción simbólica, los discursos de los mandatarios han sido un pilar fundamental en la estructura de representaciones sociales, que consolidan la marginación y refuerzan las desigualdades hacia las personas migrantes. Durante su primer mandato (2017-2021), Donald Trump afianzó narrativas que asociaban la migración con inseguridad, crimen y amenaza económica, construyendo un imaginario social para justificar el control de las fronteras. En marzo de 2021, el gobernador de Texas, Greg Abbott, implementó la “Operación Lone Star” con el objetivo de acabar con el ingreso irregular de personas y el tráfico de drogas y seres humanos desde Texas, en la frontera entre los Estados Unidos y México (Smith, 2022).

En este contexto, en el marco de la operación “Estrategia de Transporte”, se ejecutó una táctica que conllevó el traslado de migrantes solicitantes de asilo desde Washington, d.c., Nueva York y Chicago hacia México. Esta medida delegó la responsabilidad de los procesos de asilo al territorio mexicano, privando a miles de migrantes de condiciones mínimas de seguridad y dignidad (Reuters, 2023).

Más que una ayuda humanitaria genuina, los solicitantes fueron utilizados como herramienta de presión política. Actualmente, el presidente electo, Trump, ha reiterado estas posturas mediante acciones que priorizan el control migratorio y la seguridad nacional. Entre sus propuestas más recientes, Trump ha destacado la clasificación de los cárteles mexicanos del narcotráfico bajo la categoría de “organizaciones terroristas extranjeras”, una medida orientada a emplear recursos federales para desmantelar estas redes criminales en territorio estadounidense (El País, 2024). Este tipo de acciones, aunque parecen dirigidas exclusivamente al crimen organizado, contribuyen a reforzar representaciones sociales negativas hacia las personas migrantes, asociándolas con actividades ilegales y perpetuando discursos de criminalización que justifican políticas restrictivas.

Desde la teoría de las representaciones sociales, Moscovici (1993) plantea que las ideas colectivas se construyen a partir de procesos simbólicos que determinan la percepción de ciertos grupos dentro de la sociedad. En la Primera Conferencia Internacional en Ravello, Italia (1992), presentó su desarrollo teórico en colaboración con George Vignaux, miembro destacado de la escuela Constructivista de la Argumentación. En este contexto, introdujeron el término “themata,” que hace referencia a marcas profundamente integradas en el imaginario colectivo. Según estos autores, las representaciones sociales no sólo configuran la manera en que los individuos interpretan su realidad, sino que también afectan el sistema de identificación de las personas y las comunidades, reforzando las narrativas que legitiman las desigualdades.

El Gobierno de México, bajo presiones externas, ha intensificado los operativos de control migratorio en las zonas norteñas y sureñas del país, reforzando al Instituto Nacional de Migración y la Fuerza Nacional de Seguridad. Estas acciones, justificadas oficialmente bajo el pretexto de “mantener el orden”, han empujado a las personas migrantes a buscar rutas alternas y altamente peligrosas, incrementando su vulnerabilidad frente a mayores riesgos; tales riesgos incluyen la violencia, la explotación y el abuso.

Mientras tanto, el retorno de Donald Trump, presidente electo en Estados Unidos, revive un discurso de miedo y criminalización hacia la migración. Durante su primer mandato (2017-2021), implementó el programa “Quédate en México”, trasladando la carga de los procesos de asilo al territorio mexicano y precarizando aún más las condiciones de vida de quienes buscaban protección (Reuters, 2023). Este programa evidencia un enfoque político restrictivo al tiempo que refuerza percepciones deshumanizantes hacia las personas migrantes, asociándolas con problemáticas sociales.

Actualmente, ha anunciado la intención de cerrar las fronteras en su primer día en la Casa Blanca, llevar a cabo una operación de deportación masiva y revocar los programas DACA y TPS, que brindan protección temporal a migrantes en situaciones de vulnerabilidad (Huff-Post España, 2024). Estas medidas perpetúan la asociación de la migración con inseguridad y caos, alimentando el miedo y legitimando la discriminación. Además, Trump ha expresado su interés en retomar el control del Canal de Panamá bajo pretextos geopolíticos y comerciales, generando controversia en América Latina debido a su posible impacto en las relaciones diplomáticas y económicas de la región (El País, 2024; HuffPost España, 2024). Estas decisiones, que fortalecen los dispositivos de control, también consolidan discursos de odio hacia las personas migrantes, invisibilizando sus historias y negándoles su derecho fundamental a la movilidad.

La forma en que se conceptualiza la migración dentro del discurso público moldea significativamente las acciones de los Estados y las respuestas de las sociedades. Las representaciones sociales construyen categorías que definen quién pertenece y quién queda al margen del orden establecido. En este sentido, las narrativas de crisis y descontrol han permitido que los gobiernos adopten políticas de contención sin un cuestionamiento profundo de sus impactos. Moscovici (1984) señala que estos esquemas discursivos generan una realidad percibida donde la movilidad humana se asocia con riesgos estructurales, justificando así el endurecimiento de las estrategias de vigilancia y limitación del acceso a derechos fundamentales.

En paralelo, las respuestas en América Latina, particularmente en México, reflejan una compleja contradicción. Por un lado, se promueve la validación oficial de los derechos fundamentales; por otro, se implementan medidas de contención y se intensifica la militarización de la frontera sur. Estas acciones, justificadas bajo la narrativa de “orden y control”, restringen la movilidad y profundizan las desigualdades estructurales al forzar a los migrantes a tomar rutas más peligrosas.

Las narrativas restrictivas inciden no sólo en las políticas migratorias, sino también en la percepción que las personas en movilidad tienen de su trayecto. La exposición constante a discursos de criminalización lleva a los migrantes a replantear sus rutas, muchas veces asumiendo riesgos adicionales para evitar controles estatales. La posibilidad de ser detenidos o deportados genera un temor persistente, lo que los obliga a recurrir a caminos informales y redes irregulares de apoyo. Este contexto incrementa su vulnerabilidad ante situaciones de trata de personas, abuso y explotación (Campbell, 1998).

Desde este nivel argumentativo, el discurso infiere una posición ideológica que, a partir de creencias colectivas, identifica al migrante como el “Alter” problemático frente al “Ego” social que se busca proteger. Esta antinomia, destacada en los estudios de Moscovici (1984), ilustra tensiones estructurales y simbólicas que refuerzan la discriminación. En este abordaje dialógico de las representaciones sociales, el discurso no sólo legitima la criminalización de la migración, sino que también produce una definición del “Otro” como amenaza al orden establecido. Esto permite transitar hacia un análisis más amplio, en el que las normas gubernamentales y las narrativas en Latinoamérica adoptan estrategias similares, moldeadas por representaciones sociales que perpetúan desigualdades estructurales y legitiman prácticas restrictivas, justificadas bajo la retórica del control y la seguridad.

Transformar las Narrativas Migratorias: Estrategia para la intervención y el cambio

El doble discurso, aunque en apariencia responde a las presiones externas, evidencia una tendencia global en la que las políticas migratorias se configuran a partir de representaciones negativas. Según Hall (1997), estas narrativas reflejan una realidad social que legitima sistemas deshumanizantes, los cuales criminalizan y marginan a las personas en movilidad. En el caso mexicano, estas dinámicas tampoco generan únicamente riesgos inmediatos, sino que refuerzan un sistema que prioriza el control sobre el respeto y las garantías esenciales.

Reconceptualizar las representaciones sociales sobre la migración resulta esencial para redefinir las políticas públicas hacia enfoques que garanticen derechos y eliminen narrativas de criminalización. En este sentido, transformar el lenguaje y las representaciones permite generar cambios en la percepción colectiva, estableciendo fundamentos para normativas incluyentes que prioricen la equidad y la justicia social. La movilidad humana debe comprenderse desde su naturaleza estructural, lo que exige políticas migratorias diseñadas para abordar su complejidad en Latinoamérica, en lugar de reducirla a una cuestión de contención.

En este panorama desolador, los discursos mediáticos continúan desempeñando un rol fundamental en el desarrollo de imaginarios y en el tratamiento penal hacia personas migrantes. Las imágenes de caravanas detenidas, muros fronterizos y campos de refugiados visibilizan la crisis y se convierten en símbolos de un sistema que ha normalizado la vigilancia y el control. Lejos de ser reconocida la migración en su carácter de ejercicio de humanidad y resiliencia, se presenta una amenaza que alimenta el miedo y legitima acciones restrictivas.

En palabras de Kearney y Becerra (2002, p. 4), la migración es un flujo que cruza una frontera delimitada y sostenida bajo un sistema gubernamental, una estructura oficial o no oficial que influye directamente en la identidad del individuo.

Ante esta situación, resulta imprescindible repensar las políticas migratorias desde diversos enfoques para que reconozcan el derecho a migrar y dignifiquen la identidad universal. Castles (2003) señala que la movilidad es inseparable de las estructuras económicas, políticas y movimientos forzados. Sin embargo, los discursos hegemónicos y las decisiones gubernamentales continúan moldeando el acceso a derechos de manera selectiva, posicionando a las personas migrantes como “otras”, lo que las sitúa en un lugar de subordinación frente a estructuras que las cosifican.

Dicha postura limita la posibilidad de imaginar un paradigma migratorio fundamentado en los Derechos Humanos. Con frecuencia, los discursos ideológicos enmarcan al otro. En lugar de valorarlo por su riqueza y aporte a la sociedad, se le presenta como una amenaza. Estas narrativas construyen un imaginario donde se percibe que las personas migrantes vienen a “quitarnos lo nuestro”, a “quitarnos nuestra identidad” nacional o nuestro “patriotismo”, reforzando percepciones negativas.

Estas decisiones políticas generan tensiones sociales al tiempo que invisibilizan las historias y aspiraciones de las personas migrantes, reduciéndolas a cifras o amenazas. Mientras tanto, en América Latina, las respuestas oscilan entre la promoción de derechos humanos y la implementación de medidas de contención y la militarización de la frontera sur de México. Estas acciones, justificadas bajo la narrativa de “orden y control”, de alguna manera restringen la movilidad. Este doble discurso, aunque envuelto en retórica de seguridad, despoja a las personas migrantes de su humanidad, reduciéndolas a meros objetos de regulación.

El desafío que enfrentamos es considerable: transformar las narrativas y sostener un sistema justo que promueva iniciativas para enaltecer la migración. Reconocer la interconexión de nuestras historias, las de cada mujer y hombre que cruza fronteras físicas y simbólicas, es un paso esencial para repensar nuestra responsabilidad colectiva. Las fronteras más difíciles de cruzar van más allá de las geográficas; son aquellas construidas desde nuestras interpretaciones y prejuicios. Estas fronteras simbólicas sostienen las estructuras de discriminación que impactan tanto a quienes migran, así como también a las comunidades receptoras. Desmantelar estas barreras resulta urgente, ya que la migración debe dejar de percibirse como una amenaza.

El tránsito de migrantes por México hacia la frontera sur de los Estados Unidos sigue incrementándose, prolongando una crisis interminable. Abordar estas dinámicas requiere un enfoque interdisciplinario que combine la psicología social, la sociología y las relaciones internacionales, herramientas clave para evaluar la construcción de narrativas migratorias. Moscovici (1984) enfatiza la elasticidad de las representaciones sociales y su capacidad para moldear la visión colectiva, mientras que Bourdieu (1991) examina de qué manera las estructuras simbólicas se reproducen y se naturalizan con el tiempo.

La divergencia entre estas teorías y la realidad migratoria contemporánea expone coincidencias y tensiones que requieren atención urgente. Mientras Moscovici subraya el carácter progresivo de las representaciones sociales, las políticas actuales parecen consolidar narrativas rígidas basadas en el rechazo y la discriminación.

Este fenómeno convierte lo versátil en inmutable, reforzando los discursos hegemónicos que funcionan a modo de ancla, impidiendo transformaciones simbólicas significativas. Bourdieu (1991) y Hall (1997), destacan que estas narrativas legitiman desigualdades y conservan patrones de discriminación.

Para ilustrar el potencial de estas intervenciones, se puede analizar el programa de integración de migrantes en Canadá. Esta agenda combina estrategias de sensibilización mediática con políticas inclusivas que garantizan el acceso a derechos básicos. En América Latina, la campaña mediática “Somos Migrantes”, en Argentina, ha trabajado en la difusión de relatos que humanizan la movilidad, contrarrestando discursos de odio y xenofobia. En Brasil, el documental Exodus ha contribuido a modificar la percepción pública sobre la migración al presentar testimonios de personas desplazadas, destacando su resiliencia y sus aportes a la sociedad. Asimismo, en México y Centroamérica, la Red Jesuita con Migrantes ha desarrollado estrategias de incidencia política enfocadas en la protección de personas en movilidad.

Antes de la década de 1960, los registros indican que había alrededor de 14,441 personas viviendo en Canadá (Mueller, 2005, p. 36). A lo largo del tiempo, esta migración ha ido incrementándose. En este contexto, el empleo de la teoría de la representación social resulta pertinente, ya que se propone para responder a cuestionamientos vinculados con las relaciones comunitarias y sociales, además de explicar fenómenos nuevos (Moscovici, 2003, p. 150). Estas formas de pensamiento del sentido común, en las que funcionan nociones individuales y colectivas, configuran nuestra perspectiva ante una persona, un objeto, una situación o una idea. Por ende, las representaciones sociales son guías del comportamiento y constituyen una “preparación para la acción”.

La estrategia ha mejorado las condiciones de vida de las personas migrantes y transformado las opiniones públicas, promoviendo una narrativa que valora la diversidad en calidad de recurso invaluable. Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, 2024), este tipo de políticas fortalece el tejido social, genera impactos positivos en la economía y fomenta la cohesión comunitaria.

La manera en que se conceptualiza la movilidad humana y las representaciones sociales evidencia la necesidad de reconfigurar el lenguaje y las prácticas que perpetúan la discriminación. Este proceso, aunque complejo, resulta imprescindible para avanzar hacia una sociedad que valore la diversidad como un pilar fundamental. Castles (2003) menciona que la migración representa un fenómeno inevitable y constituye un componente esencial para el desarrollo humano y social.

Visibilizar las aportaciones de las personas migrantes y cuestionar las estructuras simbólicas que las marginan abre la posibilidad de avanzar hacia un modelo más inclusivo. Esta perspectiva celebra la diversidad al considerarla un recurso invaluable para la humanidad (Moscovici, 1984; Bourdieu, 1991; Hall, 1997).

Conclusiones

A lo largo de este artículo se abordó de qué manera las representaciones sociales sobre la migración refuerzan desigualdades estructurales y justifican políticas de exclusión. Desde el marco conceptual desarrollado por Moscovici (1984), Bourdieu (1991) y Hall (1997), se demuestra que los discursos migratorios desempeñan un papel activo en la construcción de narrativas deshumanizantes que refuerzan sistemas de control y violencia simbólica.

El uso de estas narrativas se emplea para legitimar prácticas restrictivas que exponen a las personas migrantes a situaciones de vulnerabilidad, consolidando así la desigualdad como un elemento fundamental en el orden social establecido. Resignificar las narrativas migratorias desde una visión centrada en los derechos humanos y la dignidad resulta una tarea impostergable. Este trabajo radica en un marco conceptual que conecta las dinámicas discursivas con las estructuras simbólicas de mecanismos de segregación y facilita el diseño de medidas orientadas a promover la igualdad de oportunidades.

En esta línea, Moscovici (1984) señala que las representaciones sociales son flexibles y están en constante movimiento, lo que permite intervenirlas para influir en los imaginarios colectivos. Por su parte, Bourdieu (1991) subraya que la violencia simbólica funciona como un mecanismo que legitima las jerarquías sociales y perpetúa desigualdades. Hall (1997) complementa esta idea argumentando que los discursos no sólo describen la realidad, sino que la configuran activamente. Este estudio amplía estas bases teóricas aplicadas al análisis de las experiencias migratorias, evidenciando que estas narrativas son vehículos de poder simbólico que moldean tanto las opiniones públicas como las estructuras sociales que afectan a las personas migrantes.

Por ello, es fundamental que las políticas públicas se orienten hacia la construcción de propuestas integrales que cuestionen los discursos predominantes y promuevan la integración plena. Siguiendo los principios inspirados por Gandhi (1947), se resalta la interdependencia entre comunidades como pilar central de un modelo migratorio justo y sustentable. Un ejemplo de éxito es el programa de integración de Canadá, que combina estrategias de sensibilización social con la garantía de derechos básicos para transformar imaginarios colectivos y fortalecer la cohesión social. Replicar iniciativas similares en América Latina es esencial para contrarrestar los discursos restrictivos que limitan la movilidad humana y perpetúan la desigualdad estructural.

En el caso de México y Latinoamérica, las representaciones sociales y las narrativas de movilidad humana evidencian la necesidad de reconstruir estos conceptos desde la educación y la cultura, fomentando un cambio estructural en la percepción pública y en la formulación de políticas. La diversidad de experiencias migratorias en la región plantea retos significativos, lo que hace indispensable promover investigaciones futuras para profundizar en las dinámicas locales, los derechos humanos y las políticas que afectan a comunidades de origen, tránsito y destino. Asimismo, estudiar las experiencias colectivas en la construcción de identidades resilientes dentro de las comunidades receptoras contribuirá a fortalecer el tejido social y a reducir la discriminación hacia las personas en situación de movilidad.

Por lo tanto, reconocer la movilidad humana en su carácter de derecho inherente es fundamental para avanzar en una sociedad más solidaria y comprometida con la justicia. Tal y como lo expresó Teresa de Calcuta (1985), reconocer el rostro humano en cada experiencia es esencial para transformar las narrativas migratorias. Reclasificar las representaciones sociales honra las historias de quienes caminan por las fronteras y reafirma la responsabilidad colectiva y el compromiso con el decoro de todas las personas.

En definitiva, transformar los imaginarios colectivos trasciende lo simbólico, representando una tarea política urgente que exige acción en todos los niveles. Este trabajo establece un puente entre las discusiones teóricas y las realidades migratorias, integrando múltiples críticas que abren nuevas rutas para la comprensión de la movilidad humana en México y América Latina. Más allá de contribuir al debate académico, esta propuesta invita a reevaluar los derechos humanos en el contexto migratorio como una herramienta de cambio social, siempre respetando el valor intrínseco de cada individuo y fomentando el respeto a la dignidad de las personas en todo momento, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia.

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